Como respuesta a las malinterpretaciones del “tercer
secreto” de Fátima y su asociación con un “caos
apocalíptico”, el entonces Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe y luego Papa Benedicto XVI, explicó el
sentido del texto y cómo puede servir para comprender y vivir mejor el
Evangelio.
La tercera parte
del secreto de Fátima fue revelado el 13 de julio de 1917 a los tres
pastorcitos en Cova da Iria y transcrito por Sor Lucía el 3 de enero de 1944.
Fue hecho público por el entonces Secretario de Estado del Vaticano, Cardenal
Angelo Sodano, el 13 de mayo del 2000.
Los mensajes transmitidos en este secreto invitan al arrepentimiento,
conversión, oración y penitencia como medios de reparación por los pecados.
Según el Cardenal Ratzinger, el llamado a la penitencia es una
exhortación a comprender los signos de los tiempos y a la conversión. También
es la respuesta a un momento histórico determinado que se caracteriza por
grandes dificultades.
El secreto habla sobre un “ángel con la
espada de fuego", elemento que para el Cardenal no es fantasía: se refiere a las armas de fuego, que el hombre mismo ha
inventado.
Otra cosa de la visión es la fuerza que se opone a la destrucción: el
esplendor de la Virgen, que proviene de la penitencia. Esto quiere decir, que
la penitencia y la oración tienen el poder de cambiar las predicciones hacia el
bien.
El mejor ejemplo, afirma, es que el Papa Juan Pablo II sobrevivió al
atentado del 13 de mayo de 1981 en la Plaza de San Pedro, pese a que en el
secreto predecía su muerte.
Por otro lado, respecto a los tres elementos que aparecen en el secreto (una
montaña escarpada, una gran ciudad medio en ruinas, y una gran cruz de troncos
rústicos), Ratzinger señala que la montaña es el costoso camino que el hombre
debe atravesar y la ciudad en ruinas representa las desgracias que el propio
hombre ocasionó con las guerras.
Sobre la montaña está la cruz, el objetivo final, donde la destrucción
se transforma en salvación. Por ello, estos símbolos tienen un sentido de esperanza.
El Obispo de blanco (el Papa), tendrá que subir por esa montaña y
atravesar la ciudad en ruinas. El Papa precede a los demás, cuyo camino también
pasa en medio de los cadáveres. Benedicto indica que la travesía del Papa
simboliza el camino de la Iglesia en medio de la violencia, las destrucciones y
las persecuciones.
"En la visión podemos reconocer el siglo
pasado como siglo de los mártires, como siglo de los sufrimientos y de las
persecuciones contra la Iglesia, como el siglo de las guerras mundiales y de
muchas guerras locales que han llenado toda su segunda mitad y han hecho
experimentar nuevas formas de crueldad. En el 'espejo' de esta visión vemos
pasar a los testigos de la fe de decenios", indicó.
Esta parte del secreto concluye con una señal de esperanza: Que ningún
sufrimiento es en vano. Porque la sangre de los mártires purifica y renueva. De
ahí se levantará una Iglesia triunfante. También, la sangre derramada sobre la
cruz representa la vivencia actual del sufrimiento de Cristo y la promesa de
salvación.
EL TERCER SECRETO DE
FÁTIMA
Este es el Tercer Secreto de Fátima escrito por Sor
Lucía:
“Escribo en obediencia a Vos, Dios mío, que lo
ordenáis por medio de Su Excelencia Reverendísima el Señor Obispo de Leiria y
de la Santísima Madre vuestra y mía. Después de las dos partes que ya he
expuesto, hemos visto al lado izquierdo de Nuestra Señora un poco más en lo
alto a un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando
emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo; pero se apagaban al
contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba con su mano derecha
dirigida hacia él; el Ángel señalando la tierra con su mano derecha, dijo con
fuerte voz: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia! Y vimos en una inmensa luz qué
es Dios: « algo semejante a como se ven las personas en un espejo cuando pasan
ante él» a un Obispo vestido de Blanco « hemos tenido el presentimiento de que
fuera el Santo Padre». También a otros Obispos, sacerdotes, religiosos y
religiosas subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de
maderos toscos como si fueran de alcornoque con la corteza; el Santo Padre,
antes de llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio
tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las
almas de los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del
monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo
de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y del
mismo modo murieron unos tras otros los Obispos sacerdotes, religiosos y
religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres de diversas clases y
posiciones. Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Ángeles cada uno de ellos
con una jarra de cristal en la mano, en las cuales recogían la sangre de los
Mártires y regaban con ella las almas que se acercaban a Dios”.
Redacción ACI
Prensa
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