Reflexión del evangelio de la misa del Domingo de Pentecostés, 4 de junio 2017
Dice el himno de la
secuencia: el Espíritu es fuente de todo consuelo, pausa en el trabajo, brisa
en un clima de fuego; consuelo en medio del llanto.
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato |
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato |
Lecturas:
Hechos de los Apóstoles 2, 1-11: “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y empezaron a
hablar”
Salmo 103: “Envía,
Señor, tu Espíritu a renovar la tierra. Aleluya”
I Corintios 12, 3-7. 12-13: “Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar
un solo cuerpo”
San Juan 20, 19-23: “Como
el Padre me ha enviado, así los envío Yo: Reciban el Espíritu Santo”
El hermano marista que desde siempre se ha
dedicado a la educación de jóvenes, se queja ahora del poco espíritu, del poco
entusiasmo que ellos manifiestan: “Parecerían
muñecos de trapo que van a donde los mueven, piensan como les indican, actúan
conforme a moldes importados. Y lo más triste es que sienten que así son
libres. Han perdido el espíritu”, afirma con preocupación.
El Papa
Francisco siempre ha hecho alusión a esta falta grave de entusiasmo. “Evangelizadores con Espíritu quiere decir
evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo… Cuando
se dice que algo tiene «espíritu», esto suele indicar unos móviles interiores
que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y
comunitaria. Ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el
fuego del Espíritu. ¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una
etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor
hasta el fin y de vida contagiosa!”, nos
dice con entusiasmo el Papa.
Con fuerza, con alegría, como una explosión de
acontecimientos se nos presenta la fiesta de Pentecostés. Si leemos con
atención los textos que se nos proponen nos sentiremos como sacudidos por un
fuerte vendaval. El Espíritu irrumpe con la fuerza de un viento huracanado que
todo lo penetra, que todo lo invade. No queda resquicio que escape a su fuerza.
Es presentado también como un fuego que todo lo devora, que quema, que
transforma, que aniquila pero que también da una vida exuberante. Así,
transforma a aquellos discípulos temerosos, indecisos y cobardes en valientes
misioneros. Desafiando autoridades, superando dificultades y divisiones, se
convierten en ardientes apóstoles, pregoneros de la Resurrección de Jesús, ante
la admiración de propios y extraños. ¡Qué diferencia con nuestra Iglesia
actual! Pareceríamos conformistas, adormilados y encasillados en la rutina y en
la indiferencia. La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida
instalarse en la comodidad, en el estancamiento y en la tibieza, al
margen del sufrimiento de los pobres y del Evangelio. Necesitamos que cada
comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la
vida en Cristo. Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la
desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que renueve
nuestra alegría y nuestra esperanza. Necesitamos dejar entrar al Espíritu en
nuestros corazones para que los renueve y les dé vida.
Cuando llega el Espíritu nada puede continuar
igual, todo se renueva. La renovación que pedimos al Espíritu es externa e
interna. “Envía, Señor, tu Espíritu, a
renovar la tierra” es una súplica al contemplar nuestra pobre
naturaleza. Es una urgencia tomar conciencia de que cada vez que desperdiciamos
agua, que lanzamos basura, que utilizamos mal la energía, que producimos
contaminantes, estamos destruyendo la casa de todos. Es urgente que, junto con
la súplica que hacemos al Espíritu Santo de renovar la faz de la tierra, nos
comprometamos al cuidado de la naturaleza. Es pecado social su destrucción,
necesitamos empeñarnos seriamente en su cuidado, no permitamos que nuestro
mundo sea una tierra cada vez más degradada y degradante. Las desconcertantes
lluvias, los impredecibles calores, el desequilibrio del clima, no son
casuales. Son fruto de la irresponsabilidad y destrucción egoísta del hombre.
¡Necesitamos revertir esta situación! La naturaleza es el regalo de Dios, es la
casa de todos y todos necesitamos cuidarla, protegerla y reconstruirla.
Importante la renovación exterior de la
naturaleza pero unida estrechamente a la renovación interior del corazón del
hombre y de la humanidad. Así como está degradada y erosionada la naturaleza,
así se ha degradado y erosionado el corazón del hombre. Urge una renovación,
una revitalización y dar una nueva armonía al corazón del hombre. No es
casualidad que la venida del Espíritu Santo se manifieste como un fuego que
purifica y dinamiza, cuya presencia provoca entendimiento y unidad entre los
más diversos pueblos. Urge la unidad interior del hombre y también la unidad y
entendimiento entre los pueblos. San Pablo insiste a los cristianos de Corinto
que es posible vivir en unidad siendo diversos, que los diferentes carismas y
actividades lejos de ser factor de división, pueden ser enriquecimiento mutuo,
todo provocado por el Espíritu Santo y nos asegura que “En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien
común”. A partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta de inmediato
fecundas irrupciones del Espíritu, vitalidad divina que se expresa en diversos
dones y carismas; unidad en la diversidad de lenguas. ¿Tenemos esta
conciencia de responsabilidad social y eclesial? ¿Estamos fomentando, con
nuestros dones, la unidad y la fraternidad?
Que este Pentecostés nuestra oración se
convierta en un fuerte grito suplicando la venida del Espíritu Santo. No
podemos seguir viviendo cómodos y estancados. Necesitamos este Espíritu que nos
lanza y dinamiza y que al mismo tiempo nos otorga una armonía y serenidad
interior. Así dice el himno de la secuencia que el Espíritu es “fuente de todo consuelo… pausa en el trabajo, brisa
en un clima de fuego; consuelo en medio del llanto”. Que realmente
abramos nuestro corazón a la presencia y acción del Espíritu en nuestro
corazón, en nuestra familia y en nuestra Iglesia. También para nosotros son las
palabras de Jesús: “Reciban al Espíritu Santo”.Espíritu Santo, lava
nuestras inmundicias, fecunda nuestros desiertos y cura nuestras heridas.
Doblega nuestra soberbia, calienta nuestra frialdad y endereza nuestras sendas.
Ven, Espíritu Santo. Amén
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