Jesús resucitado, después de haberse entretenido con sus discípulos durante cuarenta días se sustrajo plena y definitivamente a las leyes del tiempo y del espacio, para subir al cielo.
11.1 DESCENSO DE CRISTO
A LOS INFIERNOS
Las
palabras “bajó a los infiernos” que
recitábamos en el Credo significan que el alma de Cristo, separada de su
cuerpo, bajó al lugar donde los justos del Antiguo Testamento esperaban la
Redención.
La
palabra “infiernos” significa los lugares inferiores. Estos son tres:
a) El infierno propiamente dicho, o lugar de los
condenados;
b) El purgatorio, donde se purifican las almas;
y c) El
llamado seno de Abraham, donde los justos del Antiguo Testamento esperaban la
Redención. A este lugar nos referimos ahora.
Estas
almas se hallaban detenidas allí porque el cielo estaba cerrado con el pecado;
y nadie podía entrar en él antes de que Cristo lo abriera, con su muerte. Y
aunque no experimentaban sufrimiento alguno, era muy grande su deseo de ver a
Dios.
Jesucristo
descendió ahí para consolar estas almas justas, hacerles saber que el misterio
de la Redención se había realizado, y que pronto irían con El al cielo.
11.2 LA RESURRECCIÓN DE
CRISTO
El
artículo del Credo: “Resucitó al tercer día”, nos
enseña que Cristo por su propio poder juntó su alma con su cuerpo, para nunca
más morir.
Es de
advertir que en tanto que los demás muertos que han resucitado, han sido
resucitados por el poder de Cristo, éste resucitó por su propia virtud.
Advierte
el Catecismo Romano la conveniencia de que resucitara al tercer día; pues si
hubiera resucitado antes, su muerte no hubiera quedado comprobada, así como
tampoco su Resurrección, prueba de su divinidad.
Los
guardias que custodiaban el sepulcro no lo vieron resucitar. Pero sintieron el
terremoto que acompañó su resurrección, y vieron que un ángel del Señor bajó
del cielo, removió la piedra del sepulcro y se sentó en ella. Su semblante
deslumbraba como el rayo, y sus vestiduras eran como la nieve. Los guardias
repuestos del espanto que sufrieron, refirieron lo ocurrido a los príncipes de
los sacerdotes.
María
Magdalena y otras santas mujeres fueron el domingo muy de mañana al sepulcro y
lo encontraron vacío. Cristo se les apareció, y les ordenó que anunciaran su
resurrección a los discípulos (cfr. Mt. 28, Mc. 16, Lc. 24, Jn. 20, etc.).
Después
siguieron las diversas apariciones, ya a algunos apóstoles en particular, ya a
todos reunidos en el Cenáculo, y a todos los discípulos. San Pablo da cuenta de
que una vez se apareció a más de 500 hermanos, a cuyo testimonio apela.
11.2.1 Importancia de
este milagro
El
milagro de la resurrección es el más importante que obró Jesucristo, la prueba
más clara de su divinidad, y el principal fundamento de nuestra fe. Así
escribía San Pablo a los corintios: “Si Cristo no
resucitó, vana es nuestra predicación, y vana vuestra fe” (I Cor. 15,
14).
Da mayor
valor a este milagro la circunstancia de que Cristo profetizó en diversas
ocasiones su resurrección. Esto lo sabían no sólo los apóstoles, sino también
los enemigos de Cristo; y así se apresuraron a pedirle a Pilatos guardias para
el sepulcro, no fuera que sus discípulos lo robaran (cfr. Mt. 16, 21; 17, 9;
20, 19).
“Nos acordamos, dijeron los judíos a Pilatos, que aquél impostor,
estando todavía en vida, dijo: después de tres días resucitaré. Manda, pues,
que se guarde el sepulcro hasta el tercer día, no vayan sus discípulos y le
hurten, y digan a la plebe: ha resucitado de entre los muertos; y sea el último
engaño más pernicioso que el primero. Les respondió Pilatos: Ahí tenéis la
guardia; id y ponedla como os parezca. Con esto yendo allá, aseguraron bien el
sepulcro, sellando la puerta y poniendo guardias” (Mt. 27, 63-66).
11.2.2 Pruebas de su
Resurrección
Sabemos
que Cristo resucitó verdaderamente por el testimonio de los Apóstoles y de
muchos discípulos que le vieron muchas veces después de su resurrección, que
hablaron y comieron con El, y llegaron a tocar su cuerpo, como el Apóstol
Tomás.
Aparición a los discípulos en el
Cenáculo
Estando
los discípulos en el Cenáculo, Jesús se les apareció de repente y les dijo: “La paz sea con vosotros”. Viendo su temor agregó:
“¿De qué os asustáis? Mirad mis manos y mis pies,
yo mismo soy; palpad y ved que un espíritu no tiene carne ni huesos, como
vosotros veis que yo tengo”. Dicho esto, les mostró las manos y los pies” (Lc.
24, 36 y ss.).
Como
ellos no le acabasen de creer, pues el gozo y la admiración los tenía fuera de
sí, Jesús les pidió de comer; le presentaron un trozo de pez; él comió, y en
seguida, les explicó las Escrituras, diciéndoles: “Así
era necesario que Cristo padeciese, y que resucitase de entre los muertos al
tercer día” (Lc. 24, 43 y 46).
La
aparición a Santo Tomás fue de la siguiente manera: cuando los discípulos le
dijeron: “Hemos visto al Señor”, Tomás, que
había estado ausente, no quiso creerles, sino que les replicó: “Si no veo en sus manos la señal de sus clavos, y meto mi
dedo en el lugar que en ellas hicieron los clavos, y mi mano en la llaga de su
costado, no creeré”. Ocho días después estaban todos reunidos, y Tomás
con ellos. Jesús se apareció y los saludó: “La paz
sea con vosotros”. Luego dijo a Tomás: “Mete
aquí tu dedo y mira mis manos; da acá tu mano y métela en mi costado; y no
quieras ser incrédulo, sino fiel”. Tomás exclamó: “Señor mío y Dios mío”. Jesús le replicó: “Tomás, porque has visto has creído; bienaventurados
aquellos que sin haber visto, han creído” (Jn. 20, 24 ss.). Cristo pudo
entrar en el Cenáculo, estando las puertas cerradas, porque uno de los dotes de
los cuerpos gloriosos es la sutileza, o sea, el poder de penetrar otros
cuerpos.
11.2.3 Frutos de la
Resurrección
De la
Resurrección de Cristo hemos de sacar los siguientes frutos:
a) Fe firme en su divinidad y en la de su Iglesia.
b) Esperanza de que como El, resucitaremos algún,
día.
c) Propósito de levantarnos del pecado, representado
por su muerte, a la virtud y santidad, simbolizada por su Resurrección.
Esta es
la clara doctrina de San Pablo: “Así como Cristo
resucitó de la muerte a la vida, así también nosotros vivamos con un nuevo
género de vida” (Rom. 6, 4). “Si resucitasteis con Cristo, buscad las cosas del
cielo, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios; saboreaos con las cosas
de lo alto, y no con las de la tierra” (Col. 3, 11).
11.3 LA ASCENSIÓN DEL
SEÑOR
El artículo
del Credo: “Subió al cielo y está sentado a la
derecha del Padre” nos enseña que Cristo cuarenta días después de su
Resurrección subió al cielo en cuerpo y alma, por su propia virtud.
Nos
refiere San Lucas en el libro de los “Hechos de los
Apóstoles”, que Cristo resucitado “se
manifestó a los apóstoles dándoles muchas pruebas de que vivía,
apareciéndoseles por el espacio de cuarenta días, y hablándoles de las cosas
tocantes al reino de Dios” (Hechos 1, 3).
En este
lapso de tiempo, Cristo confirió tres poderes importantes a la Iglesia, a
saber: a) A San Pedro el poder de gobernarla
(Jn. 21, 15); b) a todos los Apóstoles el poder de perdonar los pecados (Jn.
20, 22); y c) también a todos ellos el de enseñar, bautizar y hacer cumplir lo
que Él había mandado (Mt. 28, 18).
11.3.1 El hecho de la
Ascensión
Nuestro
Señor Jesucristo, después de dirigir a sus Apóstoles estas últimas palabras: “Recibiréis el Espíritu Santo y me serviréis de testigos
en Jerusalén y en toda la Judea y hasta los extremos del mundo”, “se fue
elevando a la vista de ellos por los aires hasta que una nube lo encubrió a sus
ojos” (Hechos 1, 8).
Advirtamos
lo siguiente:
a) Cristo subió al cielo en cuanto Hombre, pues en
cuanto Dios nunca dejó de estar en él.
b) Subió por su propia virtud; y esto se diferencia de
María Santísima que subió al cielo en cuerpo y alma, pero no por poder propio,
sino por poder de Dios.
La
palabra ascensión viene de ascender, y denota subir por virtud propia. La
palabra asunción, con que señalamos la subida al cielo de María Santísima,
significa, por el contrario, ser subida por el poder de Dios.
c) La frase: “Está
sentado a la derecha del Padre”, indica la gloria de Jesucristo en el
cielo.
La
expresión “estar sentado a la derecha de alguno” denota
en general ocupar un puesto en honor; y en este lugar significa que Cristo
disfruta en el cielo de gloria igual a la del Padre, en cuanto Dios; y mayor
que todas las criaturas, en cuanto hombre.
11.3.2 Fines y frutos
de la Ascensión
Cristo
subió a los cielos por tres fines principales: a) para
tomar posesión del reino de su gloria; b) para
enviar el Espíritu Santo a los Apóstoles y a su Iglesia; c) para ser en el cielo mediador e intercesor nuestro
y prepararnos tronos de gloria.
¡Qué
consoladoras son estas palabras de San Pablo!: “Tenemos
por nuestro gran pontífice a Cristo, Hijo de Dios, que penetró a los cielos…
capaz de compadecerse de nuestras miserias, pues las experimentó
voluntariamente todas, con excepción del pecado… Lleguemos, pues, con toda
confianza al trono de su gracia, a fin de obtener misericordia y de alcanzar su
auxilio en el momento en que lo necesitemos” (Heb. 4, 14 y ss.).
La
ascensión del Señor debe fomentar en nosotros de modo especial la virtud de la
esperanza, puesto que El “subió a prepararnos un
lugar en el cielo” (Jn. 14, 2). Este pensamiento está llamado a
fortalecernos en las luchas y tentaciones de la vida recordándonos que “si combatimos con Cristo, con El seremos glorificados” (Rom.
8, 17).
11.4 LA SEGUNDA VENIDA
DEL SEÑOR LA-SEGUNDA VENIDA DEL SEÑOR
El artículo
del Credo: “Y de nuevo vendrá con gloria para
juzgar a vivos y muertos”, nos enseña que al fin del mundo ha de venir
Jesucristo con gloria y majestad a juzgar a todos los hombres para darles
premio o castigo conforme a sus obras. A esta venida gloriosa de Cristo se le
llama “parusía”.
Por vivos
puede entenderse a los que todavía estén en este mundo cuando la venida del
supremo juez; por muertos, los que hayan dejado de existir. También puede
entenderse por vivos a los buenos y por muertos a los malos. En uno u otro
sentido se nos da a entender que juzgará a todos los hombres.
11.4.1 El juicio final
En muchos
lugares de la Escritura se nos habla del juicio final:
a) Joel anuncia: “Reuniré
a todas las naciones, y las congregaré en el valle de Josafat, y entraré en
juicio con ellas” (3, 2).
Josafat
significa en hebreo juicio de Dios. De modo que no se sabe con certeza sí la
locución “en el valle de Josafat”, denote un
lugar particular, el valle así llamado; o más bien un lugar cualquiera,
significando entonces “en el valle del juicio”.
b) Nuestro Señor anunció el juicio final a sus
Apóstoles: “El hijo del hombre aparecerá sobre las
nubes del cielo en todo su poder y majestad”. Y San Mateo, San Marcos y
San Lucas nos lo describen (cfr. Mt. 24, 30; Mc. 13, 26 y Lc. 21, 27).
Pertenece
a la fe de la Iglesia la existencia del juicio universal:
Pues
antes de reinar con Cristo glorioso, todos debemos comparecer ante el tribunal
de Cristo para dar cuenta cada uno de las obras buenas o malas que haya hecho
en su vida mortal, y al fin del mundo saldrán los que obraron bien para la
resurrección de vida; los que obraron mal para la resurrección de condenación
(Const. Lumen Gentiun, 48).
11.4.2 Tiempo y
señales del juicio
A la
pregunta: ¿cuándo se verificará el juicio final? respondió Jesucristo: “El día y la hora nadie lo sabe, ni aun los ángeles del
cielo, sino sólo el Padre (Mt. 24, 36). Sin
embargo, la Escritura da algunas señales:
a) El Evangelio se habrá predicado en todo el mundo
(Mt. 24, 14).
b) Se convertirán los judíos a la fe cristiana (Rom.
11, 25).
c) Vendrá el Anticristo y perseguirá cruelmente a la
Iglesia, y muchos cristianos apostatarán.
San Pablo
en su 2a. Epístola a los tesalonicenses (2, 3) nos presenta al Anticristo como:
“El hombre del pecado, el hijo de la perdición, el
cual se opondrá a Dios, y se alzará contra todo lo que se dice Dios, o se
adora, hasta sentarse en el templo de Dios, haciéndose pasar él mismo por
Dios”. El Anticristo enseñará falsas doctrinas y perseguirá de lleno a
la Iglesia; será causa de la perdición de muchas almas, pero al fin será
vencido por Dios.
Señala
Santo Tomás que “es necesario valorar todos estos
signos con prudencia, ya que no es fácil conocer estas señales pues los
consignados en el Evangelio no sólo responden a la venida de Cristo para el
juicio, sino también se refieren al mismo tiempo a la destrucción de Jerusalén
y a las continuas visitas que El hace a su Iglesia” (Suppl., q. 73, a
l).
11.4.3 Modo del juicio
San Mateo
nos describe así el juicio final: “Cuando venga el
Hijo del hombre en su majestad, con todos los ángeles, se sentará en el trono
de su gloria; y todas las naciones de la tierra comparecerán ante Él; y
separará a los unos de los otros como el pastor separa las ovejas de los
cabritos, y pondrá las ovejas a su derecha, los cabritos, en cambio, a su
izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi
Padre a poseer el reino que os está preparado desde el principio del mundo.
Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber,
estuve sin asilo y me hospedasteis, desnudo y me cubristeis, enfermo y me
visitasteis, encarcelado y vinisteis a verme” (Mt 25, 31 ss).
Los
buenos preguntarán cuándo hicieron con El tales cosas, y les responderá: “En verdad os digo, siempre que lo hicisteis con alguno
de mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis”.
Dirá
luego a los de la izquierda: “apartaos de mí
malditos al fuego eterno, que fue preparado para el demonio y sus ángeles”;
señalando como causa el que no tuvieron caridad con sus hermanos desvalidos.
11.4.4 Conveniencia del
juicio universal
Inmediatamente
después de la muerte tiene lugar el juicio particular entre Dios y nuestra
alma, que recibirá sentencia de salvación o de condenación. Dios, sin embargo,
ha dispuesto que haya otro juicio, el juicio universal, que será delante de
todo el universo, por tres motivos principales:
lo. Para manifestar ante todo el mundo su sabiduría y
justicia. Admiraremos con cuánto acierto gobierna todas las criaturas, y
veremos corregidas muchas aparentes injusticias.
2o. Para glorificar a Jesucristo. Cristo fue
escarnecido en su pasión y después combatido por sus enemigos y despreciado por
muchos malos cristianos. Pues bien, todos los hombres, queriéndolo o no, lo
reconocerán como Señor del universo y juez de sus conciencias.
3o. Para gloria de los buenos y confusión de los
malos. a) Los buenos que tantas veces fueron despreciados en la tierra, serán
glorificados a vista de todos. b) Los malos, por el contrario, se verán
duramente humillados y abatidos.
El libro
de la Sabiduría pinta así la angustia de los impíos: “Lanzando
gemidos de su angustiado corazón, dirán dentro de sí: “Estos son los que en
otro tiempo fueron el blanco de nuestros escarnios, y a quienes proponíamos
como ejemplar del oprobio. ¡Insensatos de nosotros! Su vida nos parecía una
necedad, y su muerte una ignominia. Mirad cómo son contados entre los hijos de
Dios, y cómo su muerte es estar con los Santos” (5, 3).
Pbro. Dr. Pablo Arce Gargollo
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