Existen ciertas vacunas
espirituales que nos protegen de las enfermedades del alma.
Por: P.Fernando Pascual, L.C. | Fuente: Catholic.net
Por: P.Fernando Pascual, L.C. | Fuente: Catholic.net
Una vacuna sirve para reforzar el propio organismo ante
enfermedades más o menos graves. Ayuda a la producción de anticuerpos. Prepara
ante peligros futuros para la salud.
Aunque en el mundo del espíritu no se aplican las leyes de la
biología, también existen ciertas “vacunas espirituales” que nos protegen de las
enfermedades del alma.
La mejor
de esas vacunas radica en el bautismo, en el que cada bautizado se une
íntimamente a Cristo en la Iglesia tras la renuncia, firme y
decidida, a satanás y al pecado.
Otras vacunas llegan a lo largo del camino. Si el pecado hiere nuestra fidelidad a
Cristo, el sacramento de la confesión permite recuperar la salud y reforzar las
defensas interiores.
Como toda analogía, hablar de vacunas sabe a poco cuando
intentamos describir lo ocurre en nuestras almas. El corazón tiene profundidades difíciles de abarcar. Son tantas sus
riquezas que el cuerpo no lo representa adecuadamente.
Pero lo que sí resulta claro es que necesitamos continuamente
proteger nuestras almas ante tantas infecciones malignas, y reforzarlas, sobre
todo con el alimento de los fuertes: la Eucaristía.
Mientras seguimos de camino hacia la Patria verdadera, hacia
ese cielo en donde nos espera Dios Padre, buscamos buenas vacunas espirituales
que nos permitan tener encendidas nuestras lámparas (cf. Mt 25,1-13).
Entonces no solo viviremos “a la
defensiva”, sino que nuestra luz brillará y se hará contagiosa (cf. Mt
5,14-16), de forma que otros hombres y mujeres percibirán la belleza del bien,
podrán dejar las tinieblas, y empezarán la maravillosa aventura de vida.
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