San Josemaría Escrivá, calificaba a
la rutina de verdadero sepulcro de la piedad y estaba muy en lo cierto…, porque
la rutina, apaga los deseos de nuestra alma para intensificar nuestro amor al
Señor. Todos más o menos, estamos sometidos al imperio de la rutina y ella nos
atenaza obligándonos a caminar diariamente por el mismo sendero. San Agustín
escribía: Señor estamos hechos para Ti, y
mi corazón mi corazón vive inquieto hasta que descanse en Tí. Es
precisamente nuestra propia rutina la que ayuda a fomentar esta inquietud,
porque la sujeción a la que ella nos somete nos exacerba. Con referencia a este
tema de la rutina, he recibido hace unos días una de esas historias que le
hacen a uno reflexionar. Es un ama de casa la protagonista que nos cuenta su
historia:
Estoy
cansada de trabajar y ver todos los días las mismas personas en mi camino;
pasar horas trabajando. Llego en casa y mi marido siempre del mismo modo, con
la misma actitud, la misma comida para la cena. Entro al baño y en seguida el
comienza a reclamar. Quiero descansar y ver mi novela, pero mis hijos no me
dejan, porque quieren jugar conmigo y conversar. No entienden que estoy
cansada. Mis padres también me irritan algunas veces. Y entre el trabajo, marido,
hijos, padres y el cuidado de la casa, ellos me vuelven loca. “Quiero Paz”.
La única cosa buena es dormir. Al cerrar mis ojos encuentro un gran
alivio, me olvido de todo y de todos. Al dormir..., noto una voz que me habla y
me dice: “Hola, te vine a ayudar”. Le contesto: ¿Quien eres? ¿Como entraste?
“Soy un Siervo de Dios. Él dice que escuchó tus quejas y que tienes toda la
razón”.
Esto no es posible, para ser cierto eso que me dices, yo ya debería
estar muer…., Cierto, lo estas. Ya no te preocupará más, el ver siempre las mismas
personas, ni aguantar a tu marido con sus protestas, y su actitud exigente, ni
tus hijos que te irritan, ni tendrás que escuchar los consejos de tus padres y
no tendrás más una casa que cuidar.”
Pero... ¿Que pasará con todo? ¿Con mi trabajo? ¿Mi casa? “No te preocupes. En tu trabajo ya contrataron
otra persona para tu lugar y ella ciertamente está muy feliz porque estaba sin
trabajo y no pienses en lo necesaria que eras, pues los cementerios están
llenos de gente imprescindibles”.
¿Y mi marido, mis hijos? “A tu marido se le dio una buena mujer que lo
quiere bien. Lo respeta y lo admira por sus cualidades. Acepta sus virtudes y
sus defectos y todas sus protestas y exigencias. Además de eso, ella se
preocupa con tus hijos como si fuesen de ella. De verdad, tiene una devoción
muy grande por ella, ya que es estéril. Por mas cansada que llega del trabajo,
dedica tiempo para jugar con ellos y para hacer feliz a su marido. Todos están
muy felices”
¡Pero yo no quiero esto! “Lo siento mucho... la decisión ya fue tomada”. Pero eso significa que
jamás volveré a besar el rostro de mis hijos, ni decirle “yo te amo” a mi marido y mostrarles cuan importantes son
en mi vida. Ni dar un abrazo a mis padres. No, no quiero morir... ¡¡quiero
vivir!! Envejecer junto a mi marido, hacer ese viaje que hace mucho lo
planeamos, vestirme con aquella ropa que compré hace mas de un año, llevar a
mis hijos al paseo que siempre prometí. No quiero morir todavía... “Pero era lo que tu querías... Descansar.
“Ahora ya tienes tu descanso eterno, duerme para siempre”. ¡No,
no quiero, por favor, Dios mío!
“¿Que pasó amor? ¿Tuviste una pesadilla?” Dice mi marido al despertarme
con paciencia y muy cariñosamente. Si, una pesadilla horrib.... Paré la frase a mitad, miré en su rostro,
su semblante preocupado conmigo, ahí junto a mí, y entonces, sonriendo le dije:
No mi amor.... no tuve una pesadilla, tuve un encuentro con Dios, que nos
adora, y que acaba de darme una nueva oportunidad.
Escribe I. Larrañaga: “Las cosas que se repiten se gastan y las
cosa que se gastan cansan, y lo que cansa pierde novedad e interés. Es esta una
ley universal que incide sigilosamente en toda actividad humana, en toda
profesión o institución”. Y cuando esto ocurre, es cuando aparece primero
la monotonía y con ella el tedio, el hastío y la apatía, figuras todas ellas
junto con la monotonía, hijas de la rutina. La rutina se nos presenta, cuando
las cosas, el entorno que nos rodea, no cambia y la similitud de nuestras actos
diarios, son siempre patentes, es entonces cuando se pierde el asombro que la
novedad nos produce, y en consecuencia todo se nos vuelve informe y amorfo.
Y es por ello, que la rutina es la
fuerza más desestabilizadora de las instituciones humanas y de la vida misma, y
su influencia en nuestra vida espiritual puede llegar a causarnos daños
funestos. El obispo Sheen, escribe: “La
vida es monótona si no tiene objetivo o finalidad. Si no sabemos porque estamos
aquí o hacia donde estamos marchando, entonces la vida se halla saturada de
frustraciones y desventuras. Cuando hay una finalidad o propósito superior a
todo, la gente generalmente se concentra en el movimiento, en la moción. En
lugar de trabajar en pro de o hacia un ideal, cambian frecuentemente de ideal y
a esto lo denominan “progreso”. No saben hacia donde están marchando, pero
creen que se encuentran marchando ciertamente “en su camino”. Solo aquellos
que saben por qué y para qué se encuentran aquí, son los que tiene asegurado el
recto camino hacia la única Verdad que emana del Señor.
En nuestra lucha ascética, solo
podremos vencer la rutina, si la aceptamos y la llevamos como una necesidad que
tenemos de ella para llegar a nuestro objetivo. Pero de todas formas, muchos no
saben hacer frente a la rutina debidamente y tropiezan y caen en las artimañas
demoniacas. Así y concretando sobre este tema el polaco Slawomir Biela, nos
dice: “Desafortunadamente son pocos
quienes relacionan la Santa Misa, con la necesidad de satisfacer el hambre del
alma. La participación diaria en la Eucaristía degenera fácilmente en una
costumbre piadosa y en una rutina, que termina siendo más consecuencia de un
programa con el que tratamos de ordenar nuestra vida, que de la nostalgia de
aquello que constituye la esencia de nuestra vida”. “Recibir pasivamente la
comunión por costumbre no es suficiente para salvarnos. Para tener vida eterna,
es necesario recibir con fe el Santísimo Cuerpo de Cristo. Necesitas creer que
este es el alimento más importante del alma. Cuando aparezca en ti esta fe,
comenzarás a tener nostalgia de la Eucaristía y a desear la unión con Cristo”.
Realmente, para avanzar en nuestro
amor al Señor, cada una de nuestras comuniones debería ser más fervorosa que la
anterior, debiendo aumentar nuestro deseo de hambre y sed eucarística. Cada
nueva comunión correctamente efectuada, aumenta el caudal de nuestra gracia
santificante, y nos dispone en consecuencia a recibir al Señor al día siguiente
con un amor, no solo igual, sino mucho mayor que el del día anterior. La frecuencia
de la Eucaristía correctamente realizada, es lo que nos permite ir hacia el
Señor, con el vivo deseo de ser transformados en Él mismo. Porque el amor es al
mismo tiempo, un ansia de posesión y entrega al amado, unido al deseo de unirse
a este para transformarse en él. En el Kempis, podemos leer: “Dichoso el que siempre que celebra o
comulga, se ofrece al Señor en holocausto”.
Mi más
cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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