El Catecismo de la Iglesia Católica
dice sobre los ángeles y demonios lo siguiente:
EL CIELO Y LA TIERRA
325 El Símbolo de los Apóstoles profesa
que Dios es "el Creador del cielo y de la tierra", y el Símbolo de
Nicea-Constantinopla explicita: "...de todo lo visible y lo
invisible".
326 En la Sagrada Escritura, la
expresión "cielo y tierra" significa: todo lo que existe, la creación
entera. Indica también el vínculo que, en el interior de la creación, a la vez
une y distingue cielo y tierra: "La tierra", es el mundo de los
hombres (cf Sal 115, 16). "E1 cielo" o "los cielos" puede
designar el firmamento (cf Sal 19, 2), pero también el "lugar" propio
de Dios: "nuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5, 16; cf Sal
115, 16), y por consiguiente también el "cielo", que es la gloria
escatológica. Finalmente, la palabra "cielo" indica el
"lugar" de las criaturas espirituales -los ángeles- que rodean a
Dios.
327 La profesión de fe del IV Concilio
de Letrán afirma que Dios, "al comienzo del tiempo, creó a la vez de la
nada una y otra criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la angélica y
la mundana; luego, la criatura humana, que participa de las dos realidades,
pues está compuesta de espíritu y de cuerpo" (DS 800; cf DS 3002 y SPF 8).
I LOS ANGELES
La existencia de los ángeles, una
verdad de fe.
328 La existencia de seres
espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente
ángeles, es una verdad de fe. E1 testimonio de la Escritura es tan claro como
la unanimidad de la Tradición.
Quiénes son los ángeles.
329 S. Agustín dice respecto a ellos:
"Angelus officii nomen est, non naturae. Quaeris numen huins naturae,
spiritus est; quaeris officium, ángelus est: ex eo quad est, spiritus est, ex
eo quod agit, ángelus" ("El nombre de ángel indica su oficio, no su
naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si
preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel") (Psal. 103, 1, 15).
Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Porque
contemplan "constantemente el rostro de mi Padre que está en los
cielos" (Mt 18, 10), son "agentes de sus órdenes, atentos a la voz de
su palabra" (Sal 103, 20).
330 En tanto que criaturas puramente
espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales (cf Pío
XII: DS 3891) e inmortales (cf Lc 20, 36). Superan en perfección a todas las
criaturas visibles. El resplandor de su gloria da testimonio de ello (cf Dn 10,
9-12).
Cristo "con todos sus
ángeles"
331 Cristo es el centro del mundo de
los ángeles. Los ángeles le pertenecen: "Cuando el Hijo del hombre venga
en su gloria acompañado de todos sus ángeles..." (Mt 25, 31). Le
pertenecen porque fueron creados por y para E1: "Porque en él fueron
creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las
invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo
fue creado por él y para él" (Col 1, 16). Le pertenecen más aún porque los
ha hecho mensajeros de su designio de salvación: "¿Es que no son todos
ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la
salvación?" (Hb 1, 14).
332 Desde la creación (cf Jb 38, 7,
donde los ángeles son llamados "hijos de Dios") y a lo largo de toda
la historia de la salvación, los encontramos, anunciando de lejos o de cerca,
esa salvación y sirviendo al designio divino de su realización: cierran el
paraíso terrenal (cf Gn 3, 24), protegen a Lot (cf Gn 19), salvan a Agar y a su
hijo (cf Gn 21, 17), detienen la mano de Abraham (cf Gn 22, 11), la ley es
comunicada por su ministerio (cf Hch 7,53), conducen el pueblo de Dios (cf Ex
23, 20-23), anuncian nacimientos (cf Jc 13) y vocaciones (cf Jc 6, 11-24; Is 6,
6), asisten a los profetas (cf 1 R 19, 5), por no citar más que algunos
ejemplos. Finalmente, el ángel Gabriel anuncia el nacimiento del Precursor y el
de Jesús (cf Lc 1, 11.26).
333 De la Encarnación a la Ascensión,
la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los
ángeles. Cuando Dios introduce "a su Primogénito en el mundo, dice:
'adórenle todos los ángeles de Dios"' (Hb 1, 6). Su cántico de alabanza en
el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia:
"Gloria a Dios..." (Lc 2, 14). Protegen la infancia de Jesús (cf Mt
1, 20; 2, 13.19), sirven a Jesús en el desierto (cf Mc 1, 12; Mt 4, 11), lo
reconfortan en la agonía (cf Lc 22, 43), cuando E1 habría podido ser salvado
por ellos de la mano de sus enemigos (cf Mt 26, 53) como en otro tiempo Israel
(cf 2 M 10, 29-30; 11,8). Son también los ángeles quienes
"evangelizan" (Lc 2, 10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación
(cf Lc 2, 8-14), y de la Resurrección (cf Mc 16, 5-7) de Cristo. Con ocasión de
la segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles (cf Hb 1, 10-11), éstos
estarán presentes al servicio del juicio del Señor (cf Mt 13, 41; 25, 31 ; Lc
12, 8-9).
Los ángeles en la vida de la Iglesia.
334 De aquí que toda la vida de la
Iglesia se beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles (cf Hch
5, 18-20; 8, 26-29; 10, 3-8; 12, 6-11; 27, 23-25).
335 En su liturgia, la Iglesia se une a
los ángeles para adorar al Dios tres veces santo (cf MR, "Sanctus");
invoca su asistencia (así en el "In Paradisum deducant te angeli..."
("Al Paraíso te lleven los ángeles...") de la liturgia de difuntos, o
también en el "Himno querubínico" de la liturgia bizantina) y celebra
más particularmente la memoria de ciertos ángeles (S. Miguel, S. Gabriel, S.
Rafael, los ángeles custodios).
336 Desde su comienzo (cf Mt 18, 10) a
la muerte (cf Lc 16, 22), la vida humana está rodeada de su custodia (cf Sal
34, 8; 91, 1013) y de su intercesión (cf Jb 33, 23-24; Za 1,12; Tb 12, 12).
"Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para
conducirlo a la vida" (S. Basilio, Eun. 3, 1). Desde esta tierra, la vida
cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y
de los hombres, unidos en Dios.
LA CAIDA DE LOS ANGELES
391 Tras la elección desobediente de
nuestros primeros padr es se halla una voz seductora, opuesta a Dios (cf. Gn
3,1-5) que, por envidia, los hace caer en la muerte (cf. Sb 2,24). La Escritura
y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído, llamado Satán o
diablo (cf. Jn 8,44; Ap 12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel
bueno, creado por Dios. "Diabolus enim et alii daemones a Deo quidem
natura creati sunt boni, sed ipsi per se facti sunt mali" ("El diablo
y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero
ellos se hicieron a sí mismos malos") (Cc. de Letrán IV, año 1215: DS
800).
392 La Escritura habla de un pecado de
estos ángeles (2 P 2,4). Esta "caída" consiste en la elección libre
de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y
su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador
a nuestros primeros padres: "Seréis como dioses" (Gn 3,5). El diablo
es "pecador desde el principio" (1 Jn 3,8), "padre de la
mentira" (Jn 8,44).
393 Es el carácter irrevocable de su
elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que hace que el
pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. "No hay arrepentimiento para
ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después
de la muerte" (S. Juan Damasceno, f.o. 2,4: PG 94, 877C).
394 La Escritura atestigua la
influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama "homicida desde el
principio" (Jn 8,44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida
del Padre (cf. Mt 4,1-11). "El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las
obras del diablo" (1 Jn 3,8). La más grave en consecuencias de estas obras
ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios.
395 Sin embargo, el poder de Satán no
es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu
puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios.
Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y
aunque su acción cause graves daños -de naturaleza espiritual e indirectamente
incluso de naturaleza física-en cada hombre y en la sociedad, esta acción es
permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia
del hombre y del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran
misterio, pero "nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios
para bien de los que le aman" (Rm 8,28)
Blog
del P. Fortea
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