5 concretas ideas del Papa Francisco Mensaje del Papa a los participantes en encuentro con instituciones y organismos de ayuda a la Iglesia de América latina
MARZO 05, 2024
22:38REDACCIÓN ZENITPAPA FRANCISCO WhatsAppMessengerFacebookTwitterCompartir
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Ciudad
del Vaticano, 05.03.2024).- Del 4 al 8 de marzo se lleva a cabo en Bogotá un
encuentro para instituciones de ayuda a la Iglesia en América latina. En ese
contexto, el Papa Francisco envió un mensaje al cardenal Robert Prevost,
presidente de la Pontificia Comisión para América latina y a los demás
participantes. Ofrecemos a continuación el texto completo con negritas y
corchetes añadidos por ZENIT para identificar los puntos principales: *** Me complace dirigirme
a ustedes en este encuentro con las instituciones y organismos de ayuda que
promueve esta Pontificia Comisión. Quisiera plantear mi reflexión sobre el tema
de la gratuidad, que veo reflejado entre líneas en el programa que Su Eminencia
ha tenido a bien hacerme llegar. Cuando hacemos un esfuerzo, como en el caso de
las ayudas que se destinan a la Iglesia en América Latina, es natural que
pretendamos un resultado. No obtenerlo podría estimarse un fracaso o al menos
nos deja la sensación de haber trabajado en vano. Pero una tal percepción
parecería ser contraria a la gratuidad, que evangélicamente se define como dar
sin esperar nada a cambio (cf. Lc 6,35). ¿Cómo conciliar ambas dinámicas? Para adentrarnos
en esta cuestión, tal vez pueda ser útil dar un paso atrás, poniendo el foco en
lo que nos pide Jesús y nos dice el Evangelio, intentando preguntarnos, como
haría un periodista: ¿Quién da? ¿Qué da? ¿Dónde da?
¿Cómo da? ¿Cuándo da? ¿Por qué da? ¿Para qué da? [1ª Quién da] En
respuesta a la primera pregunta —¿quién da?— la Escritura nos aclara que lo que damos no es más que lo
que hemos recibido gratis (cf. Mt 10,8). Dios es el que da y no somos más que administradores de
unos bienes recibidos, por ello no debemos gloriarnos (cf. 1 Co 7,4),
ni exigir más compensación que la del propio
salario (cf. 1 Tm 5,18), asumiendo con humildad la
responsabilidad que este don nos reclama (cf. Mt 25,14-30).
[2ª Qué nos da] Para la segunda pregunta —¿qué nos da
el Señor?—, la respuesta es simple: nos lo
ha dado todo. Nos ha dado la vida, la
creación, la inteligencia y la voluntad para ser dueños de nuestro destino, la
capacidad de relacionarnos con Él y con los hermanos. Más aún, se nos ha dado
Él mismo infinitas veces: haciéndonos a su imagen, capaces de amar, dándonos
pruebas de su amor a lo largo de la Historia de la Salvación, en la entrega de
Cristo en la cruz, en su presencia en el sacramento de la Eucaristía, en el don
del Espíritu Santo. De ese modo, todo lo que tenemos o es Dios, o es prueba y
prenda de su amor. Si perdemos esa conciencia en el dar y también en el
recibir, pervertimos su esencia y la nuestra. De administradores solícitos de
Dios (cf. Lc 12,42), pasamos a ser
esclavos del dinero (cf. Mt 6,24) y,
subyugados por el miedo a no tener (v. 25), damos
el corazón al tesoro de la falsa seguridad económica, de la eficiencia
administrativa, del control, de una vida sin sobresaltos (v. 20). [3ª
Dónde se da] Un punto de inflexión en nuestra
reflexión es ver dónde se da el Señor, pues nos abre la puerta a un camino
concreto. Desde la creación, el Señor se nos ha ido dando, tomando nuestro
barro en sus manos, nuestro pecado, nuestra inconstancia, manteniéndose fiel a
pesar de las reiteradas infidelidades de Israel, de los discípulos, de los
apóstoles, con su encarnación, su cruz, sus sacramentos. Dios se da, en una
palabra, en medio de su Pueblo. Nuestro dar no puede no tomar en consideración
esta verdad ineluctable, que sabemos cierta incluso en nuestra propia historia
personal y comunitaria. No rehuyamos por tanto a quien anda a ciegas, a quien
queda caído al borde del camino, a quien está cubierto de lepra o de miseria,
más bien pidamos al Señor ser capaces de ver lo que les impide enfrentar sus
propias dificultades (cf. Lc 7,5). [4ª y 5ª: Cómo y cuándo se
da el Señor] Llegamos entonces a las preguntas: ¿cómo y
cuándo se da el Señor a su Pueblo? Es muy simple: siempre y totalmente. Dios no pone límites, mil veces
pecamos, mil veces nos perdona. Espera en la
soledad silenciosa del Sagrario que volvamos a Él, mendigo de nuestro amor. En
la santa Comunión no recibimos un pedacito de Jesús, sino todo Él en cuerpo y
sangre, alma y divinidad. Eso hace Dios, hasta hacerse pobre por nosotros, para
enriquecernos por medio de su pobreza (cf. 2 Co 8,9). Por tanto, podemos concluir que la gratuidad es imitar la
manera que tiene Jesús de entregarse por nosotros, su Pueblo, siempre y
totalmente, a pesar de nuestra pobreza. Y ¿por
qué? Por amor. Porque, como diría Pascal, el amor tiene razones que la
razón no entiende, «es paciente, es servicial; no es envidioso, no hace alarde,
no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se
irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia,
sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree,
todo lo espera, todo lo soporta» (1 Co 13,4-7). El amor no tiene agenda, no colonializa, sino que se
encarna, se hace uno con nosotros, mestizo, para hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5).
Por eso el esfuerzo no es inútil, porque hay un
fin. Dándonos así, imitamos a Jesús que se entregó para salvarnos a todos.
Abrazar la cruz no es signo de fracaso, no es un trabajo en balde, es unirnos a
la misión de Jesús de llevar «la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la
liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los
oprimidos» (Lc 4,18). Es tocar
concretamente la herida de ese hermano, de esa comunidad, que tiene nombre, que
tiene un valor infinito para Dios, para darle luz, fortalecer sus piernas,
limpiar su miseria, brindándole la oportunidad de responder al proyecto de amor
que el Señor tiene para ellos, pidiendo de rodillas que, al llegar allí, Jesús
encuentre fe en esa tierra (cf. Lc 18,8). Queridos hermanos y
hermanas, encomiendo sus trabajos a la Santísima Virgen, que ella los guíe como
a los servidores de las bodas de Caná, para que a todos llegue el vino nuevo
que el Señor nos promete.
Que Jesús los bendiga. Y, por favor, no se olviden de rezar
por mí.
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