EN SCHOLA CORDIS IESU, SUPO QUE DESEABA ENVIAR A LA GENTE A «TOMAR CAFÉ CON SAN PEDRO»
Tras una tumultuosa adolescencia
"anulado" y lejos de la fe, el padre Chema, de Madrid, supo que en el
vandalismo solo "desfogaba algo que estaba buscando"... y lo encontró
en su vocación.
Nacido en Madrid en una familia
católica, José María -o el padre Chema,
como le conocen- recuerda su infancia como "el
niño mimado" de sus dos hermanas. Fue a colegios
católicos, tuvo una infancia feliz en familia, pero con la adolescencia y su
entrada a un instituto sin educación religiosa, cambiaron sus hábitos, sus
compañías y su misma fe.
Recuerda que entonces toda su
vida giraba en torno a un grupo de amigos unidos, en un
principio, por diversos géneros de la música heavy y metal.
La relación pronto derivó en
frecuentes actos de vandalismo, destrozos y consumo
de drogas. Al principio era poca cosa.
Quemaban contenedores, corrían para no ser descubiertos… Chema tardó en
comprender que solo buscaba "desfogar
algo que estaba buscando". Pero
entonces era su vida, en detrimento de una fe cada vez más menguada.
"Me planteaban
preguntas sobre Dios y me di cuenta de que no tenía respuestas", confiesa en el canal de Mater Mundi. Movido por lo que
creía que implicaba la coherencia, decidió renunciar a su "doble vida". No podía confesarse porque no
se arrepentía de lo que hacía. "Quería seguir
haciéndolo".
"SALVADO"
DE LOS ESTRAGOS DEL VANDALISMO Y LAS DROGAS
Declaró a sus padres que no se
confirmaría, se declaró agnóstico y renunció "a
todo" lo que le habían transmitido. Incluso a sí mismo. En su paso
3º de Educación Secundaria se dijo a sí mismo que nunca volvería a llorar. "Anulé cualquier cosa que me pudiese emocionar y al
final acabé anulándome a mí mismo", recuerda.
Chema profundizó en un tipo de
vida que no solo "no era cristiano", sino
que también "era malo en muchas cosas".
Sus actos de vandalismo se
incrementaron. En una ocasión, sus amigos fueron detenidos
y multados en un caso que trascendió a la prensa.
Las drogas eran para su grupo de
amigos una rutina. Recuerda una fiesta, cuando se encerraron él y dos amigos en
un cuarto, como la noche que más marihuana consumió.
"Eran las 3 o
las 4 de la madrugada cuando tuve una certeza. Supe que me estaba riendo, pero
que no era feliz. Que algo que me estaba engañando de esa manera no
podía ser bueno. Ese mismo día decidí no volver a consumir", recuerda. No tardó en conocer la Comunidad del Cenáculo y
comprendió que lo que había sucedido aquella noche fue, con toda certeza, fruto
de la oración que mantienen sus integrantes por otras personas
con adicción.
"DE
HEAVY" Y DERRUMBADO POR LA GRACIA EN LOURDES
Pero él no quería tener nada que
ver con la fe, la religión o la Iglesia. Por eso le resultó especialmente
difícil acudir a una peregrinación de familias a
Lourdes. Se negó y sus padres le dijeron que no irían sin él, "pero no como una amenaza", sino como un
dato: si él no estaba, la familia tampoco. No pudo negarse.
Y así llegó al santuario, sin
saber qué hacía allí y por supuesto con su música y unas camisetas que, para
algunos, desentonaban.
Por la noche, un
fraile se sentó junto a ellos y contó su historia, "una vida tremenda" ante la cual Chema
quedó emocionado: "Noté ese nudo de antes de
llorar en la garganta al escucharle, me resistí, pero había un dato objetivo,
que él tenía una alegría que yo no tenía".
Lo siguiente fue como una
reacción en cadena. "Una monja
me dio un abrazo y sentí un amor brutal, me derribó", recuerda.
En ese momento le ofrecieron la
posibilidad de confesarse. Explica bromeando que Dios usó su
orgullo para confesarse, ya que solo tenía dos opciones, o irse,
llorar y romper su voto o quedarse y reconciliarse con su fe.
Valora que en ningún momento le
resultó asertivo o le ordenó "creer en Dios.
Me dijo que buscase lo que mi corazón me estaba pidiendo. No me quería vender
su producto, fue honesto y sincero… Me dio la absolución y me levanté lleno de
paz y alegría. Todo me parecía feliz".
"COMO
ESTAR CARA A CARA CON DIOS"
Chema no volvió a casa con fe,
pero sí impresionado. Era el mes de mayo y los que habían organizado la
peregrinación pronto irían a Medjugorje. Él "no
sabía ni lo que era, solo que esa gente estaría allí", así que fue "con la excusa" de acompañar a su hermana.
Admite que nunca olvidará a una monja, joven, que se "pegó" a él nada más verle con sus
camisetas y "hablaba de todo" mientras
él se limitaba a escuchar. Hasta que en una adoración, ella le dio cinco
piedras y le preguntó si conocía su significado, en referencia a las cinco
piedras de Medjugorje -la Oración, Eucaristía, la lectura de la Biblia, el
ayuno y la confesión-.
La religiosa no había terminado
de enumerarlas cuando su "voto" particular
de no llorar se "derrumbó" y algo
dentro de él "se rompió: "Me caí de rodillas al
suelo, llorando sin parar. No podía parar. Fue como estar delante de Dios cara
a cara, con una paz y una alegría brutales. Como si mi corazón hubiese estado
petrificado mucho tiempo y de repente una bola de demoliciones hiciese saltar la piedra en mil pedazos".
Cuando regresó a Madrid era otra
persona y todo había cambiado. Recuerda el momento en el que empezó a admirar como las naciones rendían culto a Dios en la consagración de Medjugorje y supo
que "no podía ser malo". Algo muy
distinto a su "vandalismo favorito" practicado
hasta no hacía mucho, quemar la bandera en la plaza de su pueblo.
"TÚ
TIENES CARA DE FRAILE"
También, nada más llegar,
renunció de nuevo ante sus amigos a consumir drogas "más
fuertes" y comenzó un proceso en el que le atraía todo lo
relacionado con Dios. Y comer con su familia ya no era
motivo de tensión o
incomodidad, sino que "ahora estaba a gusto".
Sus notas seguían siendo malas.
Pero "ya no era por la fiesta, sino porque no
podía pensar en otra cosa que ir con los frailes a los encuentros de Murcia del
padre Francisco".
No había pasado mucho tiempo
desde su regreso cuando en el encuentro de familias de Murcia al que fue
con unos religiosos, una monja le dijo "medio en
broma" que tenía "cara de fraile".
"Empezó
a ser para mí una posibilidad en la que nunca había entrado… y me puse a llorar otra vez. Empecé
a planteármelo. Quería entrar, todo lo que era Dios y los frailes me gustaban y
lo que era el mundo y las amistades ya no me llenaban", le dijo a uno de los religiosos.
LAS
PIEZAS DEL PUZZLE ENCAJARON EN SCHOLA CORDIS IESU
Los superiores de la orden le
recomendaron "paciencia". Se
matriculó en Filosofía y meditó en su vocación dos años hasta que en segundo de
carrera un amigo le presentó lo que recuerda entre risas como "un grupo de gente que se junta a hablar del
fin del mundo". Se
refería a Schola Cordis Iesu, un
grupo de fieles y sacerdotes nacido en Barcelona basado en la devoción al
Sagrado Corazón, la Adoración y la Teología de la Historia.
Tras un primer acercamiento,
Chema accedió a ir a unos ejercicios espirituales de Schola con los
sacerdotes Santiago Arellano y José María Alsina. Recuerda
una anécdota de este último que "le
rompió" los esquemas… y solventó sus dudas. El sacerdote acababa de
impartir la absolución a un moribundo, al que después diría bromeando que le mandó "a tomar café con San Pedro".
Aunque "puede
parecer una tontería", recuerda que "todas las piezas del puzzle encajaron en esa frase. Todo lo que deseaba en mi corazón,
aquello que me dijo el sacerdote al confesarme, era ser sacerdote. Mandar a la
gente a tomar café con San Pedro. Ser su secretario".
Decidido, Chema acabó Filosofía,
entró al seminario de La Hermandad de Hijos de Nuestra Señora del Sagrado Corazón
-de los sacerdotes que llevan Schola- y se ordenó sacerdote. Desde entonces,
dice, nunca ha dudado de su vocación y recuerda la administración
de la Eucaristía y la confesión como los momentos más felices de su vida.
Concluye con una anécdota que lo
refleja, recién ordenado. "Un chico se vino a
confesar en Navarra. Estaba todo nublado. Le fui a dar la absolución y en ese
momento salió un rayo de luz de las nubes que pasó por mis manos hasta su
cabeza. Ahí el Señor me dijo: `Para que veas lo que tienes entre
manos´. Ser sacerdote es tremendo. Es lo mejor", concluye.
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