EN CADA MESA, OBISPOS, SACERDOTES, LAICOS Y CONSAGRADAS HABLAN, SE ESCUCHAN Y JUNTOS INTENTAN ESCUCHAR AL ESPÍRITU SANTO
Este miércoles se
hizo pública la Carta al Pueblo de Dios, un texto no muy largo aprobado por los
participantes del Sínodo de la Sinodalidad en Roma.
El texto parece cumplir varias funciones:
- ser un documento accesible, que se pueda leer en parroquias y grupos, acercando el Sínodo a los
feligreses de a pie;
- intentar mostrar que durante tres semanas de
Sínodo de la Sinodalidad se han hecho cosas;
- insistir en que en esta fase el Sínodo consiste en escucha y oración;
- enumerar categorías de personas, en la
Iglesia y fuera, en las que los se piensa y, en teoría, a las que se escucha.
El texto destaca una única novedad: es la primera vez que en
un Sínodo de Obispos, hay laicos ("hombres y mujeres, en virtud de su
bautismo") no solo dando ideas sino votando.
El texto menciona el método
empleado ("la conversación en el Espíritu") y el objetivo: "discernir lo que el Espíritu Santo quiere decir a la Iglesia
hoy".
Actividades realizadas: rezar "por las víctimas de la violencia homicida, sin olvidar a todos a los que
la miseria y la corrupción les han arrojado a los peligrosos caminos de la
emigración"; asegurar "solidaridad y compromiso" a
los "artesanos de justicia y de paz"; en la vigilia ecuménica
inicial, experimentar que "la sed de unidad crece en
la contemplación silenciosa de Cristo crucificado".
Apenas se menciona
nada de tema ecológico, sólo una alusión a que "resuenan, cada vez con mayor urgencia, el clamor de
la tierra y el clamor de los pobres".
Además de la Virgen, se menciona sólo a un santo, Santa Teresita de Lisieux, sobre
la que el Papa ha publicado estos días una exhortación apostólica. Usan una
frase de la santa: "'Es la
confianza' lo que nos da la
audacia y la libertad interior que hemos experimentado".
En la última parte del texto, se
intenta enumerar un listado de tipos de personas a las que la Iglesia, dicen,
debe escuchar (como hay que escuchar a todos, es una especie de clasificación
de la humanidad). Así, figuran en este orden:
- los que no tienen
derecho a la palabra en la sociedad;
- los que "se sienten excluidos,
también de la Iglesia";
- las víctimas del racismo;
- los pueblos indígenas cuyas culturas han sido humilladas;
- las víctimas de abusos cometidos por miembros del cuerpo eclesial;
- a los laicos, a las mujeres y a los hombres;
- el testimonio de los catequistas;
- la sencillez y la vivacidad de los niños, el entusiasmo de los jóvenes;
- los sueños de los ancianos, su sabiduría y su memoria;
- las familias, sus preocupaciones educativas;
- los que "desean ser involucrados
en ministerios laicales o en organismos participativos de discernimiento y de
decisión";
- los sacerdotes, "primeros
colaboradores de los obispos, cuyo ministerio sacramental es indispensable en
la vida de todo el cuerpo";
- los diáconos, "representan la
preocupación por el servicio a los más vulnerables".
- "la voz profética de la vida consagrada, centinela vigilante de las
llamadas del Espíritu".
- los que no tienen la fe católica "pero
que buscan la verdad, y en los que está presente y activo el Espíritu".
El texto finaliza con una
invocación a la Virgen María ("ella nos
muestra a su Hijo y nos invita a la confianza") y el reconocimiento
de que "es Él, Jesús, nuestra única esperanza".
A continuación, el texto íntegro.
El Sínodo de la
Sinodalidad se realiza en grupos en mesas redondas, con laicos, consagradas,
sacerdotes y obispos en cada mesa.
***
Carta
al Pueblo de Dios: La sinodalidad es el camino de la Iglesia del tercer milenio
Carta
de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos al Pueblo de
Dios, aprobada por la Asamblea Sinodal.
Queridas hermanas, queridos hermanos:
Cuando se acerca la conclusión de
los trabajos de la primera sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del
Sínodo de los Obispos, queremos, con todos vosotros, dar gracias a Dios por la
hermosa y rica experiencia que acabamos de vivir. Este tiempo bendecido lo
hemos vivido en profunda comunión con todos vosotros. Hemos sido sostenidos por
vuestras oraciones, llevando con nosotros vuestras expectativas, vuestras
preguntas y también vuestros miedos.
Han pasado ya dos años desde que,
a petición del Papa Francisco, se inició un largo proceso de escucha y
discernimiento, abierto a todo el pueblo de Dios, sin excluir a nadie para “caminar
juntos”, bajo la guía del
Espíritu Santo, discípulos misioneros siguiendo a Jesucristo.
La sesión que nos ha reunido en
Roma desde el 30 de septiembre constituye una etapa importante en este proceso.
Por muchos motivos, ha sido una experiencia sin precedentes. Por primera vez,
por invitación del Papa Francisco, hombres y mujeres han sido invitados, en
virtud de su bautismo, a sentarse en la misma mesa para formar parte no solo de
las discusiones, sino también de las votaciones de esta Asamblea del Sínodo de
los Obispos.
Juntos, en la complementariedad
de nuestras vocaciones, de nuestros carismas y de nuestros ministerios, hemos
escuchado intensamente la Palabra de Dios y la experiencia de los demás.
Utilizando el método de la conversación en el Espíritu, hemos compartido con
humildad las riquezas y las pobrezas de nuestras comunidades en todos los
continentes, tratando de discernir lo que el Espíritu Santo quiere decir a la
Iglesia hoy.
Así hemos experimentado también
la importancia de favorecer intercambios recíprocos entre la tradición latina y
las tradiciones del Oriente cristiano. La participación de delegados fraternos
de otras Iglesias y Comunidades eclesiales ha enriquecido profundamente
nuestros debates. Nuestra asamblea se ha llevado a cabo en el contexto de un
mundo en crisis, cuyas heridas y escandalosas desigualdades han resonado
dolorosamente en nuestros corazones y han dado a nuestros trabajos una gravedad
peculiar, más aún cuando algunos de nosotros venimos de países en los que la
guerra se intensifica.
Hemos rezado por las víctimas de
la violencia homicida, sin olvidar a todos a los que la miseria y la corrupción
les han arrojado a los peligrosos caminos de la emigración. Hemos garantizado
nuestra solidaridad y nuestro compromiso al lado de las mujeres y de los
hombres que en cualquier lugar del mundo actúan como artesanos de justicia y de
paz.
Por invitación del Santo Padre,
hemos dado un espacio importante al silencio, para favorecer entre nosotros la
escucha respetuosa y el deseo de comunión en el Espíritu. Durante la vigilia
ecuménica de apertura, experimentamos cómo la sed de unidad crece en la
contemplación silenciosa de Cristo crucificado. “La cruz es, de hecho, la única cátedra de
Aquel que, dando su vida por la salvación del mundo, encomendó sus discípulos
al Padre, para que ‘todos sean uno’ (Jn
17,21).
Firmemente unidos en la esperanza
que nos da Su Resurrección, Le hemos encomendado nuestra Casa común, donde
resuenan, cada vez con mayor urgencia, el clamor de la tierra y el clamor de
los pobres: ‘¡Laudate
Deum!’”, recordó el Papa
Francisco precisamente al inicio de nuestros trabajos. Día tras día, hemos
sentido el apremiante llamamiento a la conversión pastoral y misionera. Porque
la vocación de la Iglesia es anunciar el Evangelio no concentrándose en sí
misma, sino poniéndose al servicio del amor infinito con el que Dios ama el
mundo (cf. Jn 3,16).
Ante la pregunta de qué esperan
de la Iglesia con ocasión de este sínodo, algunas personas sin hogar que viven
en los alrededores de la Plaza de San Pedro respondieron: “¡Amor!”
Este amor debe seguir siendo siempre el corazón ardiente de la Iglesia,
amor trinitario y eucarístico, como recordó el Papa, evocando el 15 de octubre,
en la mitad del camino de nuestra asamblea, el mensaje de Santa Teresa del Niño
Jesús. “Es la
confianza” lo que nos da la
audacia y la libertad interior que hemos experimentado, sin dudar en expresar
nuestras convergencias y nuestras diferencias, nuestros deseos y nuestras
preguntas, libremente y humildemente.
¿Y ahora? Esperamos que los meses que nos
separan de la segunda sesión, en octubre de 2024, permitan a cada uno
participar concretamente en el dinamismo de la comunión misionera indicada en
la palabra “sínodo”. No se trata de una ideología, sino de una
experiencia arraigada en la Tradición Apostólica. Como nos recordó el Papa al
inicio de este proceso: “Si no se cultiva una praxis eclesial que exprese la
sinodalidad […] promoviendo la implicación real de todos y cada uno, la
comunión y la misión corren el peligro de quedarse como términos un poco
abstractos” (9 de octubre de 2021). Los desafíos son múltiples y las preguntas
numerosas: la relación de síntesis de la primera sesión aclarará los puntos de
acuerdo alcanzados, evidenciará las cuestiones abiertas e indicará cómo
continuar el trabajo”.
Para progresar en su
discernimiento, la Iglesia necesita absolutamente escuchar a todos, comenzando
por los más pobres. Eso requiere, por su parte, un camino de conversión, que es
también un camino de alabanza: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado
a los pequeños” ( Lc 10,21). Se
trata de escuchar a aquellos que no tienen derecho a la palabra en la sociedad
o que se sienten excluidos, también de la Iglesia. Escuchar a las personas
víctimas del racismo en todas sus formas, en particular en algunas regiones de
los pueblos indígenas cuyas culturas han sido humilladas. Sobre todo, la
Iglesia de nuestro tiempo tiene el deber de escuchar, con espíritu de
conversión, a aquellos que han sido víctimas de abusos cometidos por miembros
del cuerpo eclesial, y de comprometerse concretamente y estructuralmente para
que eso no vuelva a suceder.
La Iglesia necesita también
escuchar a los laicos, a las mujeres y a los hombres, todos llamados a la
santidad en virtud de su vocación bautismal: el
testimonio de los catequistas, que en muchas situaciones son los primeros en
anunciar el Evangelio; la sencillez y la vivacidad de los niños, el entusiasmo
de los jóvenes, sus preguntas y sus peticiones; los sueños de los ancianos, su
sabiduría y su memoria. La Iglesia necesita escuchar a las familias, sus
preocupaciones educativas, el testimonio cristiano que ofrecen en el mundo de
hoy. Necesita acoger las voces de aquellos que desean ser involucrados en
ministerios laicales o en organismos participativos de discernimiento y de decisión.
La Iglesia necesita particularmente, para progresar en el discernimiento
sinodal, recoger todavía más las palabras y la experiencia de los ministros
ordenados: los sacerdotes, primeros colaboradores de los obispos, cuyo
ministerio sacramental es indispensable en la vida de todo el cuerpo; los
diáconos, que a través de su ministerio representan la preocupación de toda la
Iglesia por el servicio a los más vulnerables. Debe también dejarse interpelar
por la voz profética de la vida consagrada, centinela vigilante de las llamadas
del Espíritu. Y debe también estar atenta a aquellos que no comparten su fe,
pero que buscan la verdad, y en los que está presente y activo el Espíritu, Él
que ofrece “a todos la posibilidad de que, en la
forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual” (Gaudium
et spes 22).
“El mundo en el que
vivimos, y que estamos llamados a amar y servir también en sus contradicciones,
exige de la Iglesia el fortalecimiento de las sinergias en todos los ámbitos de
su misión. Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios
espera de la Iglesia del tercer milenio” (Papa
Francisco, 17 de octubre de 2015). No debemos tener miedo de responder a esta
llamada. La Virgen María, primera en el camino, nos acompaña en nuestro
peregrinaje. En las alegrías y en los dolores Ella nos muestra a su Hijo y nos
invita a la confianza. ¡Es Él, Jesús, nuestra única
esperanza!
Ciudad del
Vaticano, 25 de octubre de 2023
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