EN EL ÁNGELUS SEÑALA 3 DONES QUE DIOS DIO A LOS MAGOS, Y NOS AYUDAN
UNOS VISITANTES DE ORIENTE LLEVARON LAS OFRENDAS AL PAPA EN LA MISA DE
EPIFANÍA
La Eucaristía del Día de Epifanía
en la Basílica de San Pedro se ha vivido este viernes de una forma
especialmente emotiva, al ser el día posterior al funeral de Benedicto XVI. El
Papa Francisco se ha centrado en las lecturas y liturgia del día para retomar temas muy propios de su predicación: salir de la
comodidad y seguridad del día a día para, como los Magos, arriesgarse e ir más allá.
Pidió el Pontífice imitar a los
Magos de Oriente y así buscar adorar “a
Dios y no a nuestro yo” o a “los falsos ídolos” que seducen fascinando con
"falsas noticias".
Como es tradición cada año,
después del Evangelio, se realizó el “anuncio del día
de la Pascua”. Un diácono lo cantó en italiano y recordó que “el centro de todo el año litúrgico es el Triduo del
Señor crucificado, sepultado y resucitado” y destacó que en 2023
culminará el próximo “Domingo de Pascua, 9 de
abril”.
Además, el diácono anunció las fechas litúrgicas
del nuevo año en la liturgia latina:
- Miércoles de Ceniza, comienzo de la Cuaresma, el
22 de febrero;
- la Ascensión del Señor, el 18 de mayo;
- Pentecostés, el 28 de mayo;
- y el primer Domingo de Adviento, el 3 de diciembre.
En su homilía, Francisco recordó
la simbología de “Jesús, como una estrella que se
eleva, viene a iluminar a todos los pueblos y a alumbrar las noches de la humanidad”.
“Junto con los Magos, hoy también nosotros, alzando la mirada al cielo, nos
preguntamos: ¿Dónde está el que acaba de nacer? Es decir, ¿cuál
es el lugar en el que podemos encontrar a nuestro Señor?”, afirmó
el Papa.
En esta línea, el Santo Padre explicó tres “lugares” en donde podemos
encontrar a Dios:
- “donde Él quiere ser buscado es en la inquietud
de las preguntas”;
- el segundo lugar es “el riesgo del camino”;
- y el tercero es el “asombro de la adoración”.
EN
EL ÁNGELUS, LOS 3 REGALOS PECULIARES DE LOS REYES MAGOS
Tras la misa en la Basílica, el
Papa Francisco se asomó a la ventana del Palacio Apostólico para el rezo del
Ángelus y para saludar a los fieles reunidos en la Plaza comentando que los
Reyes Magos, aunque conocidos por llevar regalos al Niño Jesús, a su vez “reciben tres regalos que también nos conciernen a
nosotros”.
ESTOS TRES REGALOS SON LA LLAMADA, EL
DISCERNIMIENTO Y LA SORPRESA
La llamada la
recibieron no “por haber leído las Escrituras o
haber tenido una visión de ángeles, sino mientras estudiaban las estrellas. Y partieron
"hacia lo que no sabían". Les fascinaba más lo que no
sabían que lo que sí sabían, detalló el Papa. "Esto también es importante
para nosotros: estamos llamados a no estar satisfechos, a
buscar al Señor saliendo de nuestra zona de confort, caminando hacia Él con los
demás, sumergiéndonos en la realidad. Porque Dios llama todos los días, aquí y
hoy, en nuestro mundo".
El discernimiento
se nota en que los Magos "no se dejan engañar por Herodes" y saben
distinguir "entre el destino del camino y las
tentaciones que encuentran en el camino". Así, hay que "saber renunciar a lo que seduce, pero conduce por
mal camino, para comprender y elegir los caminos de Dios! El discernimiento es un gran don, y no hay que
cansarse nunca de pedirlo en la oración".
Por último, tras su largo viaje encuentran "un niño con su
madre", lo que es una "escena tierna", pero "no
sorprendente". Pero
ellos se dejan sorprender y responden adorándolo. "En
la pequeñez reconocen el rostro de Dios. Humanamente todos estamos inclinados a
buscar la grandeza, pero es un don saber encontrarla verdaderamente: Él
ama mucho. Porque el Señor se encuentra así: en la humildad, en el silencio, en
la adoración, en los pequeños y en los pobres".
“Hoy sería lindo
recordar estos dones, que ya hemos recibido: pensar en cuando sentimos una
llamada de Dios en nuestra vida; o cuando, quizás después de tanto esfuerzo,
logramos discernir su voz; o también, a una inolvidable sorpresa que Él nos
dio, asombrándonos”, finalizó el Pontífice.
***
TEXTO
COMPLETO DE LA HOMILÍA DE EPIFANÍA DE 2023 DEL PAPA FRANCISCO
Jesús, como una estrella que se
eleva (cf. Nm 24,17), viene a iluminar a todos los pueblos y a alumbrar las
noches de la humanidad. Junto con los Magos, hoy también nosotros, alzando la
mirada al cielo, nos preguntamos: «¿Dónde está el
[…] que acaba de nacer?» (Mt 2,2). Es decir, ¿cuál
es el lugar en el que podemos encontrar a nuestro Señor?
De la experiencia de los Magos,
comprendemos que el primer “lugar” donde Él
quiere ser buscado es en la inquietud de las preguntas. La fascinante aventura
de estos sabios de Oriente nos enseña que la fe no nace de nuestros méritos o
de razonamientos teóricos, sino que es don de Dios. Su gracia nos ayuda a
despertarnos de la apatía y a hacer espacio a las preguntas importantes de la
vida, preguntas que nos hacen salir de la presunción de estar bien y nos abren
a aquello que nos supera. Lo que vemos en los Magos, al comienzo, es esto: la
inquietud de quien se interroga. Llenos de una ardiente nostalgia de infinito,
escrutan el cielo y se dejan asombrar por el fulgor de una estrella,
representando así la tensión hacia lo trascendente, que anima el camino de la
civilización y la búsqueda incesante de nuestro corazón. De hecho, aquella
estrella deja en sus corazones precisamente una pregunta: ¿Dónde está el que acaba de nacer?
Hermanos y hermanas, el camino de
la fe comienza cuando, con la gracia de Dios, damos espacio a la inquietud que
nos mantiene despiertos; cuando nos dejamos interrogar, cuando no nos
conformamos con la tranquilidad de nuestros hábitos, sino que nos la jugamos,
nos arriesgamos en los desafíos de cada día; cuando dejamos de mantenernos en
un espacio neutral y nos decidimos a vivir en los espacios incómodos de la
vida, hechos de relaciones con los demás, de sorpresas, de imprevistos, de
proyectos que sacar adelante, de sueños que realizar, de miedos que afrontar,
de sufrimientos que hieren la carne. Es en estos momentos que surgen de nuestro
corazón las preguntas irreprimibles, que nos abren a la búsqueda de Dios: ¿Dónde está la felicidad para mí? ¿Dónde está la vida
plena a la que aspiro? ¿Dónde se encuentra ese amor que no pasa, que no tiene
ocaso, que no se rompe ni siquiera ante la fragilidad, los fracasos o las
traiciones? ¿Cuáles son las oportunidades escondidas dentro de mis crisis y mis
sufrimientos?
Pero sucede que el clima que
respiramos cada día ofrece “tranquilizantes del
alma”, sustitutos para sedar, para sedar nuestra inquietud y apagar esas
preguntas, desde los productos del consumismo a las seducciones del placer,
desde los debates sensacionalistas hasta la idolatría del bienestar; todo
parece decirnos: no pienses mucho, deja que pasen,
disfruta la vida. Frecuentemente buscamos acomodar el corazón en la caja
fuerte de la comodidad — buscamos acomodar el corazón en la caja fuerte de la
comodidad—, pero si los Magos hubiesen hecho esto no habrían encontrado nunca
al Señor. Este es el peligro, sedar el corazón, sedar el alma para que ya no
haya inquietud. Dios, sin embargo, vive en nuestras preguntas inquietas; en
ellas nosotros «lo buscamos como la noche busca a la aurora […]. Él está en el
silencio que nos turba ante la muerte y al final de toda grandeza humana; está
en la necesidad de justicia y de amor que llevamos dentro; es el Misterio santo
del Totalmente Otro, nostalgia de justicia perfecta y consumada, de
reconciliación, de paz» (C.M. Martini, El jardín interior. Un camino para
creyentes y no creyentes, Santander 2017, 26). Por tanto, este es el primer lugar: la
inquietud de las preguntas. No tengamos miedo de entrar en esta
inquietud de las preguntas, son precisamente los caminos que nos llevan a
Jesús.
El segundo
lugar donde podemos encontrar al Señor es el riesgo del camino. Los
interrogantes, incluso espirituales, si no nos ponemos en camino, si no
dirigimos nuestro movimiento interior hacia el rostro de Dios y la belleza de
su Palabra, pueden inducirnos a la frustración y a la desolación. El peregrinar
de los Magos, «Su peregrinación exterior —ha dicho
Benedicto XVI— era expresión de su estar interiormente en camino, de la
peregrinación interior de sus corazones» (Homilía en la Epifanía del
Señor, 6 enero 2013). Los Magos, en realidad, no se detuvieron a mirar el cielo
o a contemplar la luz de la estrella, sino que se aventuraron en un viaje
arriesgado, que no preveía caminos seguros ni mapas definidos con antelación.
Querían descubrir quién era el Rey de los Judíos, dónde había nacido, dónde
podían encontrarlo. Por esto preguntaron a Herodes, quien a su vez convocó a
los jefes del pueblo y a los escribas que examinaban las Escrituras. Los Magos
estaban en camino; la mayor parte de los verbos que describen sus acciones son
verbos de movimiento.
Lo mismo sucede con nuestra fe,
sin un camino continuo y un diálogo constante con el Señor, sin la escucha de
la Palabra, sin la perseverancia, no se puede crecer. Una mera noción de Dios y
alguna oración que calma la conciencia no son suficientes; es necesario hacerse
discípulos que siguen a Jesús y su Evangelio, hablarlo todo con Él en la
oración, buscarlo en las situaciones cotidianas y en el rostro de los hermanos.
Desde Abrahán —que se puso en camino hacia una tierra desconocida— hasta los
Magos —que siguieron una estrella—, la fe es un camino, la fe es una
peregrinación, la fe es una historia en la que hay que comenzar siempre de
nuevo. No lo olvidemos nunca, la fe es un camino, una peregrinación, una
historia de comenzar y recomenzar siempre. Recordemos esto: la fe, si permanece
estática, no crece; no podemos reducirla a una mera devoción personal o
confinarla entre los muros de los templos, sino que es necesario manifestarla,
vivirla marchando de forma constante hacia Dios y hacia los hermanos. Preguntémonos hoy: ¿Estoy
en camino hacia el Señor de la vida, para que sea el Señor de mi vida? ¿Jesús,
quién eres para mí? ¿Dónde quieres que vaya, qué es lo que me pides? ¿Cuáles
son las decisiones que me estás invitando a tomar en favor de los demás?
Finalmente, después de la
inquietud de las preguntas y el riesgo del camino, el
tercer lugar donde hallamos al Señor es el asombro de la adoración. Al
final de un largo viaje y de una fatigosa búsqueda, los Magos entraron en la
casa, «encontraron al niño con María, su madre, y
cayendo de rodillas lo adoraron» (Mt 2,11). Este es el punto decisivo.
Nuestras inquietudes, nuestras preguntas, los caminos espirituales y las
prácticas de la fe deben converger en la adoración del Señor. Allí encuentran
la fuente esencial de la que todo nace, porque es el Señor quien suscita en
nosotros el sentir, el actuar y el obrar. Todo nace y todo culmina allí, porque
el final de cada cosa no es alcanzar una meta personal y recibir gloria para
nosotros mismos, sino encontrar a Dios y dejarnos abrazar por su amor, que es
lo que da fundamento a nuestra esperanza, nos libra del mal, nos abre al amor a
los demás y nos hace personas capaces de construir un mundo más justo y más
fraterno. De nada sirve activarnos pastoralmente si no ponemos a Jesús en el
centro y lo adoramos. El asombro de la adoración. Allí aprendemos a estar
delante de Dios no tanto para pedir o para hacer algo, sino sólo para
permanecer en silencio y abandonarnos a su amor, para dejarnos aferrar y
regenerar por su misericordia. Nosotros muchas veces rezamos, pedimos cosas,
reflexionamos, pero por lo general nos falta la oración de adoración. Hemos
perdido el sentido de adorar, porque hemos perdido la inquietud de las
preguntas y el valor de ir adelante en los riesgos del camino. Hoy el Señor nos
invita a hacer como los Magos, como los Magos, postrémonos, rindámonos ante
Dios en el asombro de la adoración. Adoremos a Dios y no a nuestro yo; adoremos
a Dios y no a los falsos ídolos que nos seducen con la fascinación del prestigio
y del poder, con la fascinación de las falsas noticias; adoremos a Dios para no
inclinarnos ante las cosas que pasan ni ante las lógicas seductoras y vacías
del mal.
Hermanos, hermanas, ¡abramos el corazón a la inquietud,
pidamos el valor para avanzar en el camino y finalicemos en la adoración! No
tenemos miedo, es el recorrido de los Magos, es el recorrido de todos los
santos de la historia, recibir las inquietudes, ponerse en camino y adorar. Hermanos y hermanas, no dejemos que se apague en
nosotros la inquietud de las preguntas, no detengamos nuestro caminar cediendo
a la apatía o a la comodidad; y rindámonos, encontrándonos con el Señor, al
asombro de la adoración. Entonces descubriremos que una
luz ilumina también las noches más oscuras, es Jesús, la estrella radiante de
la mañana, el sol de justicia, el fulgor misericordioso de Dios, que ama a
todos los hombres y a todos los pueblos de la tierra.
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