Santo Tomás de Aquino era grande no por serlo físicamente (también lo era según las biografías). Tampoco era grande por ser un hombre inteligente (era de hecho uno de los hombres más sabios sobre la faz de la tierra, por algo le llaman hoy en día "doctor angélico"). Santo Tomás de Aquino era grande por su humildad y por su caridad hacia el prójimo.
Se cuenta
que el fraile Tomás de Aquino estaba leyendo en latín delante de los otros
frailes. Nadie leía mejor el latín que fray Tomás. Sin embargo, su superior se
tomó el atrevimiento de decirle: "pronunciaste
mal esa palabra, pronúnciala de nuevo". Santo Tomás la pronuncia
como se lo dice el superior y sigue adelante. Todos los frailes se dieron
cuenta que el superior estaba equivocado, y que Tomás había pronunciado esa
palabra en latín de manera magistral la primera vez que la había leído. Cuando
terminó de leer, uno de los frailes le dice: "Fray
Tomás, deberías haberle dicho al superior que el que estaba equivocado era él,
tú tenías razón!". Santo Tomás lo mira sonriendo y le dice: "prefiero callar y pasar por tonto antes que hablar
y caer en la soberbia. No era una discusión que valía la pena".
Otra anécdota que se cuenta de Fray Tomás es que estaba
predicando su homilía cuando viene un hombre, lo empuja fuera del púlpito y
comienza a leer un discurso contra la orden dominicana. Este hombre termina su
discurso hablando pestes de los dominicos, y se va. Cuando Tomás vuelve al
púlpito, todo el mundo esperaba que refutara lo que dijo ese hombre, ya que
Fray Tomás refutaba toda clase de errores. Sin embargo, Fray Tomás siguió predicando
su homilía sin hacer mención a las palabras de ese hombre. Todos quedaron
admirados por su humildad, porque pudiendo haber refutado todo, guardó silencio
y se enfocó en su prédica. Santo Tomás predicaba más con su ejemplo que con sus
palabras.
Le tocó
muchas veces refutar a los herejes maniqueos. Nadie podía rebatir sus
argumentos, pues respondía siempre con inteligencia, con verdad y con caridad.
Como los herejes no podían refutarlo, lo insultaban y descalificaban con toda
clase de adjetivos. Fray Tomás mientras más lo insultaban, con más caridad los
trataba, aunque siempre los refutaba. Él decía: "trato
a los demás como deseo que otros me traten a mí".
Fray
Tomás era un hombre de oración. Pese a ser un doctor en teología, él decía: "aprendí más delante del Santísimo que en mi
escritorio lleno de libros". De hecho, cuando no entendía algo,
metía la cabeza dentro del tabernáculo.
Entendía
perfectamente que su inteligencia era un don de Dios que debía ser usado por
amor al prójimo. De hecho, antes de morir tuvo una visión mística y quiso
quemar todos sus libros porque decía que, comparado con lo que había visto, sus
obras eran menos que un poco de paja que se lleva el viento. Menos mal que su
secretario no le permitió quemar sus obras. Hubiese sido una gran pérdida para
la Iglesia.
Conocía
de memoria la Biblia, de hecho en sus obras había más de 20.000 citas bíblicas.
Rescataba lo bueno de todo autor, aún de autores musulmanes como Averróes o
Avicéna. Èl siempre citaba a San Gregorio Magno que decía: "la verdad, diga quién la diga, viene del Espíritu
Santo". No temía en usar el medio necesario con tal de dar gloria a
Dios y buscar la salvación de las almas.
Hay dos
frases de él que rescato siempre. La primera es "debes
ser lento para hablar y rápido a escuchar". La otra es: "al cielo van aquellos que mas caridad han tenido en
esta tierra. Mientras mayor sea nuestro grado de caridad en la tierra (con Dios
y el prójimo) mayor será nuestra gloria en el cielo".
Alguno
definió a Santo Tomás de Aquino como "el más
sabio de los Santos y el más Santo de los sabios". Obviamente, solo
Dios sabe quién es el más sabio y santo, eso no lo podemos decir nosotros. Pero
de una cosa podemos estar seguros: Santo Tomás de Aquino no nos guiaba hacia
él, sino que nos guiaba hacia Jesucristo. Él no buscaba atraer atención hacia
si mismo, él buscaba que Cristo sea todo en todos.
Que el
ejemplo de este gran santo nos ayude a buscar la gloria de Dios y la salvación
de las almas por sobre todas las cosas.
Santo
Tomás de Aquino: ruega por nosotros.
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