Y ¿dejarlo todo? ¿Cómo lo hago?
Por: Marlene Yáñez Bittner | Fuente: Catholic.net
En su gran sabiduría, incomprensible a la inteligencia humana, dispuso Dios,
que todo lo que había revelado para la salvación de los hombres permaneciera
íntegro para siempre y se fuera transmitiendo a todas las generaciones.
Cristo, en quien se consuma la revelación total de Dios, envió a unos hombres, los apóstoles a que predicaran el evangelio.
“… vayan por todo el mundo y anuncien
la Buena Nueva a toda la creación” (Marcos 16,15)
Esos hombres, ¿qué
tenían de especial? ¿Quiénes eran? ¿De dónde venían? ¿Por qué fueron elegidos?
Me pregunto, cómo habrá sido
aquel día en el que fueron llamados, día en que se encontraron realmente con el
Dios vivo y verdadero que les cambió sus vidas, que los hizo nacer de nuevo,
día en que lo dejaron todo por seguir una estrella que iluminaría por siempre
su sendero.
“Apóstol” del griego “Enviado”, estos hombres fueron enviados por
Jesús, quien antes de todo los eligió, los llamó, los invitó a una historia
difícil, pero a su vez hermosa y que cambiaría la humanidad.
“Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mateo 16,24)
No fueron elegidos por ser los más sabios o los más letrados, ni por ser los más ricos, tampoco debían destacar en inteligencia ni éxito; no habrían sido escogidos para transmitir un cumulo de conocimientos, sino simplemente para ser testigos de lo que Cristo hizo en sus corazones.
Habría sido lógico que Jesús
hubiese buscado a sus “mejores hombres” en
aquellos de una sólida formación: doctores de la
ley o estudiosos de la Torá, y los encontraría en Judea, más precisamente en
Jerusalén. Sin embargo se dirige a Galilea, un lugar en donde era más
fácil contagiarse con el paganismo que encontrar la salvación. Y ahí es donde
invita, con su “ven y sígueme” a aquellos
hombres que llevarían el evangelio a todas las generaciones.
Y es que Cristo no va a la luz
sino a las tinieblas justamente para iluminar, para resplandecer con su luz;
entre la idolatría y el paganismo, Jesús pasa por la orilla del mar y llama a
los dos hermanos: Pedro y Andrés. A Jesús lo vemos en lo cotidiano, en la
rutina del día a día, en el trabajo duro que nos da el sustento, ahí es donde
nos busca siempre.
Pero, ¿qué invitación es esta?
“… venid conmigo, y os haré llegar a
ser pescadores de hombres” (Marcos 1,17)
Jesús no entrega un
reglamento, ni un programa formativo, ni siquiera una charla, sino simplemente
pide seguirle… apostar por Él, arriesgarse a empezar un camino marcado por la
incertidumbre del momento y a dejarse hacer.
También nosotros somos llamados a
dejarnos transformar y moldearnos por Él, pero debemos seguirle.
Esa pasión que despertó Jesús en
los corazones de los elegidos atraviesa errores, dudas y tentaciones para
regresar siempre al camino de la verdad y la vida: Jesús.
Y ¿dejarlo todo? ¿Cómo lo hago?
A veces no es fácil entender qué
es lo que se nos pide y por ello es que debemos dejarlo todo en manos del que
sabe todo y pedir a diario que sea Cristo quien nos muestre el camino que una
vez enseñó a los portadores del Evangelio.
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