MALOS ESTUDIOS, CRÍTICAS OCULTADAS, AMENAZAS DE ACTIVISTAS... Y MENORES MUY DAÑADOS
EXPERTO EN CUIDADOS CRÓNICOS Y FAMILIARES, JAMES BREEN DENUNCIA LA MALA
CIENCIA DE LA MEDICINA TRANSGÉNERO
El Dr. James
O. Breen es médico de
familia y miembro del cuerpo docente de formación médica de posgrado en Fort
Myers, Florida. También pertenece a la Asociación Médica Católica de EEUU
(sección Suroeste de Florida). En la revista Crisis Magazine ha
denunciado la interferencia de la ideología de
género en la práctica médica en el país. Este es su análisis, que traducimos
completo.
***
Si te basaras exclusivamente en
los medios de comunicación tradicionales para enterarte de las noticias, nunca
sabrías que, recientemente, la Catholic Medical Association (CMA, cathmed.org),
junto con otras organizaciones médicas basadas
en la fe y la razón, publicó
una carta abierta a
la American Medical Association, la American Academy of Pediatrics y otros
defensores médicos de la "atención de
afirmación de género" para menores que sufren disforia de
género.
En la carta abierta, la CMA y sus
coautores apelan al interés común de todos los profesionales médicos por minimizar el sufrimiento y
mejorar la atención de estos niños y adolescentes mediante la evaluación imparcial de las pruebas médicas existentes sobre las causas y los tratamientos,
señalando que "el debate y el desacuerdo
respetuosos proporcionan una base para avanzar en la
investigación científica".
James O. Breen es un médico
especializado en cuidados crónicos de todas las edades, cuidados preventivos y
cuidados con base familiar y comunitaria.
De hecho, el desarrollo de
hipótesis contrapuestas entre los miembros de la comunidad médica es el proceso
mismo por el que se cuestionan y se validan o refutan los conceptos clínicos.
El hecho de que no se haya permitido este debate abierto sobre un tema tan controvertido daña el proceso
científico, la fiabilidad de la comunidad
médica y el bienestar del público.
En lugar de fomentar un espíritu
de diálogo, el estamento médico ha ungido a una
pequeña camarilla de especialistas en la materia que
emiten directrices de tratamiento autorizadas sobre el
cuidado del sexo de los menores basándose en su propia opinión experta,
excluyendo los intentos de entablar un debate libre y abierto.
Del mismo modo que los medios de
comunicación tradicionales no dan espacio a noticias como el contrapunto
propuesto en la carta abierta de la CMA, los
editores de las revistas más importantes -incluyendo JAMA y New
England Journal of Medicine- reprimen los puntos de vista que se desvían
de las posturas de "afirmación del género" que
defienden en sus páginas.
Invito a los lectores que tengan
dudas al respecto que busquen en los
índices de las principales revistas médicas artículos que expresen un punto de vista
divergente. Recomiendo dedicar tiempo a este ejercicio, ya que las opiniones divergentes sobre
la ideología de género en las publicaciones médicas son una rara avis.
De hecho, la incuestionable
unanimidad existente entre los autores de las revistas en defensa de los
supuestos beneficios que aportan la transición social, los bloqueadores de la
pubertad, las hormonas transgénero y la cirugía de reasignación de sexo -basada
en estudios
de observación de baja calidad y
en la opinión de expertos- es poco habitual entre los académicos de la
medicina, cuyo modus operandi suele exigir un alto grado de
rigor científico antes de emitir directrices y
recomendaciones sobre tratamientos clínicos.
Como ilustración del débil estado de la ciencia a este respecto, podemos
tomar el representativo ejemplo de las pruebas utilizadas para apoyar el uso de la supresión de la
pubertad en adolescentes , que se basa en datos de encuestas derivadas de un
conjunto de datos de 27.000 adultos transexuales reclutados por
organizaciones activistas,
comparando los resultados de salud mental autoinformados entre una cohorte de tan
solo 89 pacientes que
recibieron medicamentos bloqueadores de la pubertad en la adolescencia y los
que no lo hicieron.
Los frágiles resultados derivados
de estos estudios se utilizan para recomendar la supresión farmacológica de la
pubertad con el fin de retrasar los cambios puberales en los adolescentes con
disforia de género, como paso previo al inicio de la "terapia
hormonal de afirmación del género", es decir, el uso de hormonas cruzadas para
masculinizar a las mujeres biológicas y feminizar a los hombres
biológicos.
La escasa calidad de las pruebas
contrasta con la rigurosa metodología que subyace a los cambios más recientes de
las directrices relativas al uso de aspirina infantil para
prevenir un primer infarto de miocardio en adultos de riesgo, que deriva su
legitimidad, en parte, de una revisión sistemática de ensayos controlados de manera aleatoria en los que
participaron más de 160.000 pacientes. Aunque los riesgos del uso diario de
aspirina son bien conocidos -principalmente el aumento del riesgo de
hemorragias-, no lo son los peligros
a largo plazo de los tratamientos hormonales para la
salud física y mental de las adolescentes.
Dado el potencial de
efectos irreversibles y duraderos de los tratamientos hormonales -incluido el
daño a la salud cardiovascular, la estatura, la densidad ósea y la capacidad
reproductiva-, el afán de los expertos médicos por aprobar intervenciones
agresivas que conllevan una alta probabilidad de lesiones graves es desconcertante. Al tiempo que hacen caso omiso de las
preocupaciones sinceras sobre los riesgos de las intervenciones propuestas, los
defensores de los autores-expertos de las directrices desestiman las críticas a
su metodología y conclusiones como
ataques políticamente motivados contra los jóvenes
vulnerables a los que dicen defender.
Uno de los rasgos distintivos del
concepto de "medicina basada en la
evidencia" es la voluntad de someter las propias afirmaciones
a cuestionamiento y debate.
Los partidarios del método
científico deben estar dispuestos a aceptar con imparcialidad los
resultados de las investigaciones en
curso en busca de la verdad; los científicos sinceros no temen defender sus
hipótesis frente a un cuestionamiento legítimo. Al fin y al cabo, si los
investigadores son rigurosos y se someten a los dictados de la ley natural
revelados por la ciencia, no deben temer el escrutinio cuando conduce a un resultado distinto del
que habían previsto.
En el caso de la atención clínica
a los niños con disforia de género, las autoritarias
posturas públicas
adoptadas por los líderes de la comunidad médica y científica ocultan un intenso activismo bajo
el barniz de la ciencia.
Un indicio del partidismo de los
autoproclamados expertos es su desinhibida colaboración
pública con organizaciones
activistas militantes en la creación y promoción de pronunciamientos
supuestamente "basados en pruebas" para
guiar a los médicos y a las familias de los niños con dificultades en la
afirmación de la "identidad de género" asumida.
Es cierto que los grupos de
activistas transgénero, como la Campaña de Derechos Humanos y la Asociación
Mundial de Profesionales de la Salud Transgénero (WPATH sus siglas en inglés),
son libres de defender cualquier punto de vista que deseen, e incluso de
utilizar maniobras partidistas en la consecución de sus objetivos.
Sin embargo, a diferencia de
estos actores políticos, las
organizaciones médicas profesionales tienen la obligación de sopesar las
pruebas científicas para
concluir su validez, un servicio imparcial al público general.
Las organizaciones
activistas abiertamente partidistas se han apoderado de la dirección de las
principales asociaciones médicas profesionales
para promover una agenda política y social, lo que las convierte en compañeros
de cama incómodos y desagradables.
Esto es evidente cuando las
sociedades médicas y los editores se lanzan de cabeza a la refriega en
cuestiones sociales tan polémicas como esta, mostrando desprecio e incluso
desdén por los médicos y el público en general que mantienen puntos de vista
diferentes.
La aceptación ciega
de la ideología se extiende
a las nuevas normas del lenguaje, incluida la recitación de la novedosa idea de que
el sexo de un niño se "asigna al nacer" en
lugar de determinarse genéticamente en el momento de la fecundación. Del mismo
modo, muchas publicaciones y artículos de revistas emplean ahora el contorsionismo verbal para evitar palabras
tan específicas del sexo como "mujeres" (léase, "personas con capacidad de embarazo").
Una de las mayores frustraciones entre quienes se oponen a la destrucción
del orden natural promulgada por el movimiento del transgenerismo clínico es la
naturaleza engañosa de su apelación a la ciencia para apoyar la afirmación
infundada de que la fluidez de género hace posible que los niños se transmuten
en niñas y viceversa, o incluso para descartar la noción misma de
"niños" y "niñas" en
favor de una forma de autoidentidad sexual incontestable e ilimitada. De hecho,
este sistema de creencias es científicamente indefendible.
A la luz de la enorme cobertura
que la prensa ha dado a la cuestión de la ideología
transgénero, parece
que ningún contrapunto racional persuadirá a los defensores de la "atención de afirmación del género" de
que reconsideren su postura.
El carácter inamovible de las
opiniones de los expertos estadounidenses sobre este tema -incluso cuando se
están formando fisuras en el consenso internacional sobre las ventajas de este
tipo de intervenciones médicas en menores, especialmente en Europa- es el sello distintivo de una postura que no está arraigada en la ciencia, sino en un sistema de creencias que
no puede conocerse por medios racionales o empíricos.
Los partidarios de la
transexualidad no tienen ninguna respuesta científica plausible a quienes
discrepan de su afirmación de que la sexualidad humana es fluida. Su
inquebrantable creencia en la mutabilidad del sexo y el "género" humanos se aleja claramente de la dicotomía de los sexos tal
y como se ha entendido a lo largo de los tiempos, las culturas y la geografía.
La incapacidad de
los ideólogos del género para basarse en verdades observables subraya el hecho de que la práctica de la
medicina se apoya en una base moral, además de científica, y exige de sus
profesionales el ejercicio del juicio en cuanto a lo que es mejor para el
paciente.
La mascarilla puede ser una
herramienta sanitaria más, puede simbolizar la voluntad de ocultar intereses
ideológicos y ganancias económicas en la medicina con ideología de género.
La dependencia de la dimensión
moral de la ideología de género por parte de sus defensores en la profesión
médica crea un resquicio de esperanza para quienes se oponen a la
hipersexualización médica de los niños. Aunque aparentemente apela a un corpus de trabajo científico que no se ha
resuelto como base para sus pronunciamientos, el estamento médico ya se ha
remitido a la preeminencia del juicio moral en apoyo de sus afirmaciones sobre
las "mejores prácticas" para
tratar la disforia de género.
En su urgencia por promover
intervenciones radicales e irreversibles en los niños y adolescentes afectados,
los expertos en cuestiones de género han afirmado ex facto que sus motivos
compasivos prevalecen sobre la necesidad de pruebas científicas concluyentes que respalden sus afirmaciones.
Al priorizar la empática
afirmación de los activistas transgénero sobre la falta de base científica para
su postura, la AAP, la AMA y otros han declarado de hecho que su imperativo moral es más importante que las pruebas empíricas.
Y, sin embargo, la cuestión del
imperativo moral en el tratamiento de los niños con disforia de género es mucho
más profunda que la evitación de conflictos políticos. La falta de
investigación sobre las causas del rápido aumento del número de jóvenes que se autoidentifican
como "de género diverso" es quizá
más reveladora que las prescripciones sobre la mejor forma de atenderlos. Ante
la tremenda carga de sufrimiento a la que se enfrentan
estos jóvenes desesperados y
sus familias, la aparente omisión de la investigación sobre las causas y la
prevención parece extrañamente poco característica de la medicina
académica.
Gran parte del problema es que, bajo el disfraz de la compasión, el
estamento médico -junto con los ideólogos
activistas- sigue pintando la "fluidez de género" no
solo como otra variante de la condición humana, sino como un objetivo
aspiracional que hay
que celebrar.
Así, la pregunta de cómo
evitar el sufrimiento de los menores afectados
reduciendo el número de los que se adscriben a la nueva ideología de género ha
sido declarada una pregunta
intolerante.
Uno podría ser perdonado por
concluir que la acusación de intolerancia es poco sincera cuando es hecha por
los mismos científicos y médicos que están en el negocio de consignar a estos celebrados jóvenes a la
medicalización de por vida y la dependencia de un suministro constante de
hormonas, vigilancia de laboratorio, cirugías cosméticas y accesorios de
vestuario con el fin de mantener la fachada de la fluidez de género.
Esto parece explicar por qué los
expertos en medicina de género prefieren abogar por el pago obligatorio por parte de los seguros de las intervenciones ofrecidas en sus cada
vez más numerosas clínicas de afirmación del género, en lugar de estudiar
formas de frenar la ola de desesperación y
aislamiento que asola a su creciente base de pacientes
adolescentes.
Si la medicina implica el arte de
entrelazar ciencia y moral, entonces la cuestión de fondo que debemos abordar
con mayor urgencia para detener el contagio de la ideología de género es cómo nuestra sociedad -y nuestra medicina- se ha
vuelto tan venenosa que
ha permitido la implantación de un impulso
autodestructivo desenfrenado en
nuestra juventud.
Tal vez la carta de la CMA ha sido demasiado generosa al suponer la
benevolencia de las asociaciones médicas que promueven la ideología de género.
Solo hay una forma de
averiguarlo: necesitamos un debate honesto basado en la medicina moral y la auténtica
antropología humana -no una escaramuza sobre los niveles de
evidencia científica- para entender cómo el estamento médico permitió que la
ideología de género les hiciera pasar de profesionales hipocráticos de
confianza a activistas políticos interesados.
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