UN CAMINO DE SANTIAGO Y LA VIRGEN DE FÁTIMA... CAMBIARON LA VIDA DE ANDREA
”Era como si le dieran más importancia a su trabajo, siempre tan
ocupados, yo en ese momento no lo entendía. Ahora sé que dieron lo mejor que
tenían en ese momento”, afirma Andrea Bustamante sobre su familia. Sin embargo,
todos esos vacíos emocionales, los empezó a llenar con libros de autoayuda,
zen, de meditación trascendental, etc.
Andrea
Bustamante es de Bogotá (Colombia), nació en una familia católica pero,
como suele decir ella, más de apellidos
que de otra cosa. "Sabía que
era católica porque mis padres me lo dijeron, pero no éramos practicantes,
siempre fui curiosa por la parte espiritual",
explica. El Rosario de las 11 pm ha recogido su interesante testimonio.
Una curiosidad que le llevaría por caminos peligrosos y gracias también a la cual redescubriría su fe en Dios y a la Virgen María. "Siempre me preguntaba si la vida era solamente trabajar o si había algo más. Por qué la gente se moría, qué pasaba después de la muerte, si Dios existía... En mi familia no estaban muy preocupados por ese tipo de cosas", relata.
VACÍOS EXISTENCIALES
Sin
conocimientos sobre la fe y con grandes vacíos espirituales, Andrea empezó a
escuchar las primeras cosas de Dios en el colegio. "El
director era muy creyente, había un gran ambiente de religiosidad en
aquella época y, al mismo tiempo, la parte de mi familia, por parte de padre,
era muy fanática y todo era pecado. Yo tenía una
confusión, no sabía si Dios era justiciero o misericordioso. Y me fui más por
el lado de mi familia", comenta.
Comenzó su adolescencia y sentía que sus padres no estaban muy presentes en casa. "Era como si le dieran más importancia a su trabajo, siempre tan ocupados, yo en ese momento no lo entendía. Ahora sé que dieron lo mejor que tenían en ese momento", afirma. Pero, todos esos vacíos emocionales, Andrea los empezó a llenar con libros de autoayuda, zen, de meditación trascendental, etc.
Andrea empezó a llenar todos esos vacíos emocionales con libros de autoayuda, zen, de meditación transcendental, etc.
"Me llamaba mucho la atención que uno mismo, sin necesidad de un sacerdote, de confesiones... pudiera hacer su propia 'autocuración', y empecé a adentrarme en el mundo de la Nueva Era. Al principio me parecían simples gimnasias, pero luego empecé con el reiki, con los poderes sanadores, y sentí cosas perturbadoras, no podía dormir, escuchaba voces. Pero seguí pagando (porque en todas las cosas de la Nueva Era hay que pagar)", señala.
Al poco tiempo, Andrea comprobó que el reiki ya no era lo suyo y se puso hacer unas "terapias" llamadas "programación neuroconciente" y "constelaciones familiares", para "sanar" su infancia y los vacíos que ella sentía. "Eran una especie de hipnosis, y, a veces, las personas que lo hacen no son profesionales y tiene sus peligros", asegura.
ADENTRADA EN LA NUEVA ERA
Andrea,
por aquel tiempo, estaba deprimida pero, a la vez, se sentía un ser
superior por hacer ese tipo
de prácticas, le echaba en cara a su familia cómo había sido su infancia. "Yo era el centro del universo", explica. Estresada por el trabajo esclavo que
llevaba empezó a hacer yoga para relajarse. Así estuvo durante catorce años. "Al principio ves que es una gimnasia pero luego
descubres que también se trabaja el espíritu", asegura.
Andrea llegó incluso a viajar hasta la India con una maestra de yoga. Allí descubrió que esta disciplina, todos los cantos y mantras, eran propios de una religión. "Me decepcionó que para la maestra, la persona de Jesucristo fuera una persona más. A pesar de que yo estaba alejada de la Iglesia, siempre tuve respeto a Jesús. Para ellos, el cristianismo era un simple cuento. Lo que más me chocó fue que al final del retiro había que besarle los pies, como si fuera una diosa, y me negué. Me acordé entonces del primer mandamiento", comenta.
Pasó el tiempo y Andrea se casó con un ciudadano ruso. Se quedó embaraza y se fue a vivir a Rusia. Era una sociedad tan distinta para ella que le costó mucho integrarse. Dejó de trabajar para cuidar a su hija, que había nacido con una discapacidad, y no conseguía arreglar los papeles para poder vivir en el país. "Mi parte emocional estaba hecha un desastre y sentí la necesidad de buscar a Dios, y asistí los domingos a misa. Dios tocaba mi puerta, pero yo seguía con el yoga", relata.
Andrea estaba deprimida pero, a la vez, se sentía un ser superior por hacer ese tipo de prácticas, le echaba en cara a su familia cómo había sido su infancia. "Yo era el centro del universo", explica.
"Escuchaba los mantras en mi subconsciente mientras dormía, era
tan difícil de dejarlos, pienso que Dios te tiene que sacar de ahí.
Regresé de la India y traté de imponer a mi familia que teníamos
que ser vegetarianos, hacer yoga, escuchar mantras... Creía que todo
el mundo estaba mal menos yo", afirma
Andrea.
Y, entonces, en ese proceso de autodestrucción, el esposo de Andrea le propuso hacer el Camino de Santiago. "Me dijo que lo hiciera completo, desde Roncesvalles. Pero yo no quería. No era tan deportista para eso. Tenía miedo de encontrarme conmigo misma. Al final me animé y fui. Llegué con una maleta de 20 kilos, que es algo absurdo", recuerda.
LA VIRGEN Y EL CAMINO
"En Roncesvalles había una misa y fui, mientras en el móvil
llevaba los podcast de los mantras. Al final de la Eucaristía, el sacerdote
dijo que nos iba a encomendar a la Virgen María.
De mí brotó una necesidad maternal. Algo que yo
reclamaba desde niña. Le dije a la Virgen que me acompañara, solo le prometía
que le iba a rezar un Avemaría en cada capilla que visitara. Fue algo que nació
de mí, aunque no la conociera realmente", comenta.
En el Camino coincidió con gente con la que compartía los mismos gustos por las prácticas de la Nueva Era, encontró personas que hacían esoterismo, incluso una bruja. Y, a la par, seguía rezando a la Virgen. En un momento dado, a una de estas personas le comentó que ella seguiría su Camino sola, para poder profundizar mejor en su vida. "Dios, de alguna forma, me estaba limpiando", asegura Andrea.
Un día, empezó a hablar con una mujer mayor y le contó cuáles serían sus planes al llegar a Santiago. "Era mi día número 40 de Camino, era un bonito número, Jesús estuvo 40 días en el desierto...", recuerda. Cuando llegó a la Plaza del Obradoiro, Andrea sentía que le faltaba algo que hacer. Y esta mujer le propuso llevarla a Portugal para que pudiera ir a Fátima. "La Virgen utilizó a esta persona como un instrumento", comenta.
Andrea no sabía mucho de la historia de Fátima. No sabía cuál era la capilla de las apariciones, que todo aquello tenía que ver con la conversión de Rusia... "En la iglesia estaban rezando un Rosario, y yo le pedí que me quitara los obstáculos que me robaban la paz, fue una oración muy sencilla, pero sentí paz", relata. Volvió a Rusia, a enfrentarse de nuevo con una vida difícil, pero Dios ya le había hecho perder todo el interés por la Nueva Era.
"Empecé a leer vidas de santos, libros sobre la Eucaristía, sobre la fe... y es algo en lo que continúo. Descubrí que había buenos sacerdotes y cosas maravillosas en la Iglesia", comenta. Al volver a San Petersburgo, se enteró de que en su parroquia, después de misa, el sacerdote reunía a los fieles, todos extranjeros. "Empecé a sentirme menos sola, compartíamos nuestra fe y mi vida empezó a cambiar. Trabajé el perdón y en la pandemia viajé a Colombia y rezaba siempre con mi familia el Rosario", comenta.
Después de muchos años de trabas, Andrea consiguió los documentos para vivir en Rusia. Su vida se empezaba a serenar y se sentía más cómoda en el país. Sin embargo, le esperaba otra difícil situación. Un día llamaron a su marido para ser movilizado para ir a la guerra. Como tenía trabajo, una hija discapacitada y una mujer extranjera, su marido pensó que podría librarse. "Se presentó ingenuamente, pensando que no se quedaría, pero le dijeron que la única forma de no hacerlo sería siendo padre soltero", explica.
Le propusieron que se divorciara, pero Andrea y su marido no estaban seguros. Podrían perder a su hija y luego él, de todas maneras, ser movilizado. "Mi marido consultó a un abogado y le aconsejó que saliera del país, pero le advirtió que, seguramente, ya estaría en una lista de personas que no podrían abandonar el país", recuerda.
"En ese
momento lo que importaba era la vida, sentí mucha angustia pero no
podía desconfiar de Dios, así que hice un ejército, pero un
ejército mariano, todo el mundo rezó para que pudiera salir sin
problemas. El 12 de octubre, fiesta mariana, hace dos meses, pudo salir legalmente
sin ningún problema. Ahora estamos en Grecia, no
sabemos cuál será nuestro destino fijo, pero hay que confiar en Dios", concluye Andrea.
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