Explicación breve de las cinco vias para la demostración de la existencia de Dios según Santo Tomás.
Por: P. Miguel Ángel Fuentes |
Fuente: Catholic.net
La existencia de Dios no pertenece “necesariamente”
a la fe. A esta verdad puede acceder el hombre mediante su razón. Esto
no quita que también esta verdad esté revelada (la encontramos en la Sagrada
Escritura).
Por este motivo, el Concilio Vaticano I (1869-1870), definió contra el fideísmo
y el agnosticismo la posibilidad universal de conocer a Dios, por medio de la
sola razón natural (de aquí que esta verdad sea enumerada entre los “preámbulos de la fe”). De todos modos, como no
todos los hombres llegan a este conocimiento por su razón (a causa de la
debilidad que ha dejado en nuestra inteligencia el pecado original) hay una “necesidad moral” de que esta verdad sea revelada
por Dios, para que lleguen a la misma todos los hombres, prontamente y sin
mezcla de error.
Las pruebas más tradicionales para demostrar la existencia de Dios son estas
cinco vías expuestas de modo magistral por Santo Tomás de Aquino (“Suma Teológica”, Prima pars, cuestión 2, artículo 3).
Son éstas pruebas propiamente metafísicas. Estas vías son cinco argumentos a
posteriori (a partir de las cosas más conocidas por el hombre) que demuestran
la existencia de Dios; así, por ejemplo:
PRIMERA VÍA
La primera es la vía del movimiento: la realidad del cambio o del movimiento
(en sentido aristotélico) exige necesariamente la existencia de un primer motor
inmóvil, porque no es posible fundarse en una serie infinita de iniciadores del
movimiento.
SEGUNDA VÍA
La segunda es la vía de las causas eficientes: puesto que las causas eficientes
forman una sucesión y nada es causa eficiente de sí mismo, hay que afirmar la
existencia de una primera causa.
TERCERA VÍA
La tercera es la vía de la contingencia y del ser necesario: como es un hecho
que hay seres que existen y que podrían no existir, esto es, que son
contingentes, es forzoso que exista un ser necesario, ya que, de otra forma, lo
posible no sería más que posible.
CUARTA VÍA
La cuarta es la vía de los grados de perfección: puesto que todas las cosas
existen según grados (de bondad, verdad, etc.), debe también existir el ser que
posee toda perfección en grado sumo, respecto del cual las demás se comparan y
del cual participan.
QUINTA VÍA
La quinta es la vía teleológica o del orden y la finalidad: existe un diseño o
un fin en el mundo, por lo que ha de existir un ser inteligente que haya
pretendido la finalidad que se observa en todo el universo.
Existen otras vías a las que mejor corresponde llamar “argumentos
complementarios”. Estas son:
1) La demostración por el consentimiento universal
del género humano: todos los pueblos, cultos o bárbaros, en todas las zonas y
en todos los tiempos, han admitido la existencia de un Ser supremo. Ahora bien,
como es imposible que todos se hayan equivocado acerca de una verdad tan
importante y tan contraria a las pasiones, debemos exclamar con la humanidad
entera: ¡Creo en Dios!
2) Por el deseo natural de la perfecta
felicidad: consta con toda certeza que el corazón humano apetece la plena y
perfecta felicidad con un deseo natural e innato; consta también con certeza
que un deseo propiamente natural e innato no puede ser vano, o sea, no puede
recaer sobre un objetivo o finalidad inexistente o de imposible adquisición; y
consta, finalmente, que el corazón humano no puede encontrar su perfecta
felicidad más que en la posesión de un Bien Infinito. Por tanto, existe el Bien
Infinito al que llamamos Dios.
3) Por la existencia de la ley moral: existe una
ley moral, absoluta, universal, inmutable, que prescribe el bien, prohibe el
mal y domina en la conciencia de todos los hombres. Ahora bien, no puede haber
ley sin legislador, como no puede haber efecto sin causa. Este legislador ha de
ser, al igual que esa ley, absoluto, universal, inmutable, bueno y enemigo del
mal. Esto es lo que denominamos Dios.
4) Por la existencia de los milagros: el milagro
es, por definición, un hecho sorprendente que es realizado a pesar de las leyes
de la naturaleza, ya sea suspendiéndolas o anulándolas en un momento dado.
Ahora bien, es evidente que sólo aquel que domine y tenga poder absoluto sobre
estas leyes puede suspenderlas o anularlas a su arbitrio. Por tanto, existe un
Ser supremo que tiene ese poder soberano.
Es evidente que no he hecho más que exponer el núcleo central de todos estos
argumentos. Para entenderlos bien y ver su fuerza probativa, es necesario
estudiarlos en profundidad y con los textos completos. Estos
textos puede Usted encontrarlos en:
-Santo Tomás, Suma Teológica, Primera parte,
cuestión 2, artículo 3 (conviene leer también algún comentario; por ejemplo, R.
Garrigou-Lagrange, “Dios, su existencia y su naturaleza”, Ed. Palabra, Madrid).
-Santo Tomás, Suma Contra Gentiles, libro I, capítulo 13.
De modo resumido y muy claro para quien no tiene mucha formación filosófica
puede encontrarlo en el libro clásico de Hillaire, “La religión demostrada”
(Barcelona 1955; hay numerosas ediciones); o: Antonio Royo Marín, “Dios y su
obra” (Ed. BAC, Madrid 1963).
Estos argumentos, sin embargo, sólo nos llevan a conocer la existencia de Dios.
Pero la naturaleza misma de Dios, su misterio íntimo, sólo es alcanzado por
revelación del mismo Dios. Jesucristo es el revelador del Padre, es decir, del
misterio íntimo de la Santísima Trinidad. Y esto sólo se alcanza recibiendo la
fe, la cual nos viene por medio de la Iglesia fundada por Cristo.
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