Estamos llamados a conservar el medio ambiente para nosotros mismos, por nosotros mismos y para las generaciones futuras.
Por: Jorge Enrique Mújica&Fabrizio Andrade |
Fuente: Fórumlibertas.com
ACERCAMIENTO
La concesión del premio Nobel de la Paz al Panel Intergubernamental sobre
Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) ha constituido el culmen del
reconocimiento a una carrera ideológica de carácter planetario. El proceso se
remonta a la Conferencia Mundial sobre medio ambiente realizada en Río de
Janeiro en 1992 la cual tuvo continuidad en la Conferencia Mundial sobre el
hábitat tenida en Estambul en 1996 y, dentro de poco tiempo, se verá reforzada
por la Cumbre Mundial sobre el Cambio Climático que se realizará en Bali.
Lo que un día comenzó por una preocupación real, justa y necesaria, el cuidado
del medio ambiente, ha degenerado hasta convertirse en un tema mediático del
cual se han logrado alcanzar notables réditos económicos al hacer del así llamado
“cambio climático” una bandera política, un
estandarte ideológico y un objeto de consumo a través de libros, dvd´s,
audiocintas, programas de televisión y publicaciones sobre el tema.
En el fondo, ciertamente, hay una realidad que constatamos ya no únicamente por
las noticias que de desastres naturales, incendios, altas o bajas temperaturas
e inundaciones se ven u oyen por televisión o radio. Lo más dramático de todo
esto es la constatación vivencial que de la alteración del estado del tiempo
sentimos y que no parece ser algo pasajero.
VISIÓN EQUILIBRADA
A finales del mes de septiembre pasado, en la sesión de la Asamblea General de
Naciones Unidas dedicada al cambio climático, el subsecretario para las
relaciones con los Estados de la Santa Sede, Mons. Pietro Parolin, reconoció
que ese tema “es una seria preocupación y una
responsabilidad ineludible para científicos y otros expertos, para líderes
políticos y gubernamentales, para administradores locales y organizaciones
internacionales, así como para todo sector de la sociedad humana y para cada
persona”, por lo cual subrayaba el imperativo moral según el cual todos
tenemos la grave obligación de proteger el ambiente.
A la vez, destacaba que “ante las diferentes
reacciones e interpretaciones de los informes del IPCC, las mejores
evaluaciones científicas han establecido una relación entre la actividad humana
y el cambio climático. De todos modos, los resultados de estas valoraciones
científicas, y las incertidumbres que permanecen, no deberían ser exageradas ni
minimizadas en nombre de políticas, de ideologías o del interés personal”.
En la última semana de octubre, con ocasión de la 62 Asamblea General sobre “desarrollo sostenible”, Mons. Celestino Migliore,
observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, recordó que la
crisis medioambiental “nos llama a examinar cómo
usamos y compartimos los bienes de la tierra y qué pasaremos a las generaciones
futuras” a la vez que ponderó la necesidad de “una
visión más positiva del ser humano, en el sentido de que a la persona no se le
considera un problema o una amenaza para el medio ambiente, sino un responsable
del cuidado y la gestión del mismo”. Y es que, efectivamente, no hay
oposición entre hombre y ambiente sino una alianza establecida e imborrable “en el que el medio ambiente condiciona de modo
fundamental la vida y el desarrollo del hombre, mientras el ser humano
perfecciona y ennoblece el medio ambiente”.
Según las palabras de Mons. Parolin, el cambio climático es un hecho cuyas
causas, aún no demasiado claras, relacionan la actividad humana con la
alteración del clima. Muchos han visto o han hecho ver el factor humano como un
riesgo a mitigar y he aquí el peligro. De hecho, en un reciente artículo de
Jonh R. Christy (The Wall Street Journal, 1 noviembre de 2007), director del
Centro de Ciencias de la Tierra en la Universidad de Alabama y uno de los
científicos que trabajan en el IPCC, explica que las predicciones sobre el
calentamiento de la Tierra y sus consecuencias son sólo hipotéticas y resaltaba
que el mundo tenía otros problemas más cierto y urgentes como la pobreza y la
alimentación.
A pesar de la divergencia de opiniones aun dentro del mismo IPCC, nos quedamos
con la ponderación de Mons. Parolin por proceder de una reflexión equilibrada y
no basada en intereses políticos y económicos. Así, el “cambio
climático”, como hecho, parece ser una realidad con hipótesis de causas
aún no totalmente claras donde, de distintas formas, la actividad humana ha
perjudicado el medio ambiente. Hasta aquí no hay problemas: sentimos esa realidad y, con una lógica sencilla, se
puede entender lo perjudicial que resulta la producción de energía a base de
carbono, el consumo de combustibles fósiles y otras emisiones de gases de
efecto invernadero así como las consecuencias del uso irracional de agua o la
tala desmedida de árboles. Sin embargo, como la alteración del clima
está trayendo consigo grandes perjuicios se presentan múltiples soluciones que,
dependiendo de la procedencia ideológica, serán lícitamente éticas en sus
fundamentos y moralmente justas y aplicables en sus acciones.
PELIGROS
El 20 de septiembre pasado, durante la presentación del libro “Recurso ambiente. Un viaje en la cultura del hacer”,
el cardenal Renato Martino, presidente del Pontificio Consejo y Paz, denunció
cuatro de los peligros en los que puede caerse al proponer soluciones al
cuidado del medio ambiente. Éstas nos servirán de criterio general siempre que
escuchemos o leamos las propuestas que las diferentes tendencias presenten como
remedios para el tema que nos ocupa. Esos peligros son:
1.
El biologismo por el que no se distingue la diferencia
sustancial entre el hombre y los animales. Propuestas viciadas en este sentido
son todas aquellas que quieren equiparar la vida de una planta o un animal a la
de un ser humano dotado de inteligencia, voluntad y emociones. El biologismo,
que no es una ciencia sino una ideología, se contrapone al antropocentrismo.
2. La ideología del catastrofismo que se nutre del pesimismo
antropológico que no apunta para nada al hombre como recurso y, más bien, lo ve
únicamente como problema; tan es así que del pesimismo se pasa a la
desconfianza hacia el ser humano llegando a riesgos tan actuales y
desgraciadamente vigentes como el aborto o la esterilización en orden a
disminuir la población mundial.
3. La ideología neomaltusiana que
propone planificar de modo centralizado los nacimientos violentando así la
voluntad de la mujer.
4. La ideología del naturalismo que es lo mismo que el retorno a la
naturaleza, a las diversas formas de esoterismo naturalista, narcicismo físico,
búsqueda de un bienestar psicológico y emotivo confundido con bienestar
espiritual, como el new age, que entiende de modo panteísta la biosfera, como
un todo indiferenciado, y pierde de vista la naturaleza entendida como diálogo
entre el hombre y Dios.
RETOS: DE UNA ECOLOGÍA HUMANA
HACIA UNA ECOLOGÍA SOCIAL
Es común la preocupación por el medio ambiente natural y un olvido por el medio
ambiente humano; se deja de lado que la salvaguarda de las condiciones morales
es el primer paso en el cultivo de una auténtica ecología.
En este contexto fue en el que nació el concepto ecología humana en la
Encíclica Centesimus Annus de Juan Pablo II que no se puede olvidar: “Mientras nos preocupamos justamente, aunque mucho menos
de lo necesario, de preservar los "habitat" naturales de las diversas
especies animales amenazadas de extinción, porque nos damos cuenta de que cada
una de ellas aporta su propia contribución al equilibrio general de la tierra,
nos esforzamos muy poco por salvaguardar las condiciones morales de una
auténtica "ecología humana". No sólo la tierra ha sido dada
por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria de
que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí
mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral
de la que ha sido dotado. Hay que mencionar en este contexto los graves
problemas de la moderna urbanización, la necesidad de un urbanismo preocupado
por la vida de las personas, así como la debida atención a una "ecología social" del trabajo.
El hombre recibe de Dios su dignidad esencial y con ella la capacidad de
trascender todo ordenamiento de la sociedad hacia la verdad y el bien. Sin
embargo, está condicionado por la estructura social en que vive, por la
educación recibida y por el ambiente. Estos elementos pueden facilitar u
obstaculizar su vivir según la verdad. Las decisiones, gracias a las cuales se
constituye un ambiente humano, pueden crear estructuras concretas de pecado,
impidiendo la plena realización de quienes son oprimidos de diversas maneras
por las mismas. Demoler tales estructuras y sustituirlas con formas más
auténticas de convivencia es un cometido que exige valentía y paciencia.
La primera estructura fundamental a favor de la "ecología
humana" es la familia, en cuyo seno el hombre recibe las primeras
nociones sobre la verdad y el bien; aprende qué
quiere decir amar y ser amado, y por consiguiente qué quiere decir en concreto ser
una persona”. (Centesimus annus 38-39).
A partir de una ecología humana debemos caminar hacia una ecología social que
significa que, además de que el medio ambiente natural debe ser humanizado,
encaminado al bien del hombre de hoy y de las generaciones futuras, el medio
ambiente humano, la salvaguarda de la vida, de la familia, el trabajo, la
ciudad -¡el respeto a una ecología propia!-
también debe ser custodiado.
Para esto debemos
lograr una:
1. Consolidación de una visión de progreso humano compatible con el
respeto a la naturaleza. No basta con promulgar
leyes, hay que modificar los comportamientos de las personas, de todas.
2. Solidaridad internacional: el
cuidado del medio ambiente en el mundo es compromiso de todos, no sólo de
algunos países. Esa solidaridad debe tener en cuenta las realidades y
posibilidades de cada nación; de las desarrolladas y de los países pobres.
Ningún país puede resolver por sí mismo los problemas relacionados con nuestro
medio ambiente, de ahí que se deba anteponer la acción colectiva al interés
personal.
3. Políticas públicas que promuevan las iniciativas internacionales basadas en la dignidad del ser humano que no lo
hagan aparecer como enemigo ni caigan en catastrofismos. Esas políticas
públicas debería encontrar vías y medios de mitigación y adaptación
económicamente posibles para todos pues, muchas veces, las naciones pobres y
algunos sectores de la población son más vulnerables a las consecuencias
adversas del “cambio climático”. Además, los
gobiernos deben ofrecer ayudas económicas e incentivos financieros para el
desarrollo de tecnologías más adaptadas al ambiente para un mejor
perfeccionamiento de las empresas públicas y privadas.
4. Mayor conciencia pública y educación: que la sociedad civil sea
consciente de la necesidad del cuidado del medio ambiente y sea educada en ese
cuidado; mientras más personas conozcan los diversos aspectos de los desafíos
medioambientales, mejor sabrán responder. La educación debe ir focalizada a
cambiar actitudes innatas egoístas de consumo y abuso de los recursos
naturales.
Estamos llamados a conservar el medio ambiente para
nosotros mismos, por nosotros mismos y para las generaciones futuras.
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