Jesús, al pasar frente a su mostrador donde alineaba las monedas de los tributos, sólo dice: Sígueme.
Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net
EL LLAMADO
Jesús buscó a Leví el publicano. Escuchemos de él mismo la narración de
su vocación: "Cuando partía Jesús de
allí (Cafarnaúm), vio a un hombre sentado en el telonio, llamado Mateo, y le
dijo: Sígueme. Él se levantó y le siguió" (Mt).
Jesús, al pasar frente a su mostrador donde alineaba las monedas de los
tributos, sólo dice: Sígueme. Y él lo deja todo: dinero, oficio, vida, para
hacer lo que le acaba de mandar. Ya no se llamará Leví, sino Mateo, que
significa "don
de Dios", don de su
propia vida a Dios, pero más aún regalo de Dios para un afortunado que ha
recibido la vocación de labios del mismo Cristo.
EL SIGNIFICADO DE PUBLICANO
¿Cómo era Leví antes de la llamada? Sólo
sabemos una cosa: era publicano. En la actualidad decir publicano equivale a
pecador público, pero la realidad tiene más matices.
La situación económica de Israel en tiempos de Jesús era desastrosa: existía una gran pobreza. Para muchos, una de las
causas principales de la pobreza consistía en los pesadísimos impuestos con que
estaba gravada Palestina. Tanto los romanos, como sus delegados y los sucesivos
reyezuelos, como Herodes, rivalizaban en añadir nuevos impuestos, que se
sumaban a los que se tributaban al Templo según la Ley.
Pero lo que hacía más insoportables los impuestos era el modo de cobrarlos. Los
distintos organismos arrendaban a ricos personajes, o a compañías, el cobro de
dichas cargas. Éstos, para asegurarse el beneficio, reclamaban a los
contribuyentes el pago de cantidades mayores. Así, de ordinario, hacían
fortunas escandalosas. Los subalternos seguían el ejemplo de sus superiores y
añadían sobretasas, con lo que se agravaba la mala situación en una cascada
difícil de controlar, pues nadie tenía autoridad, ni deseos, de establecer una
justicia y una equidad en este terreno. Cuando los que ejercían este oficio
eran judíos, eran muy mal vistos por sus compatriotas, que los asimilaban a los
pecadores de la peor ralea, y, con frecuencia, acertaban ante la cadena de
pecados que suele darse en los que abandonan la Ley de Dios.
DESPRECIADO POR LOS JUDÍOS
¿Abusaba Mateo de su trabajo como publicano?
No lo sabemos. Pero sí es posible asegurar que recibiría el desprecio de
los demás judíos, que veían en él a un chupador de sangre, aunque no lo fuera,
y le cubrirían con los más groseros improperios, o, al menos, con el desprecio
y el vacío.
Ese vacío social era superable. La vida acomodada lleva a no dar demasiada
importancia a esos detalles molestos. De hecho, es notorio que los publicanos
estaban bastante unidos entre sí, pues tanto en la vocación de Mateo como en la
conversión de Zaqueo, lo primero que les viene a la cabeza es organizar un
convite con numerosos invitados. Muy solos no debían estar, teniendo en cuenta
que el dinero facilita muchas amistades, aunque, a menudo, demuestren su
fragilidad cuando falta. Pero mientras tanto: comamos y bebamos que mañana moriremos....
ESTABA PREPARADO
Por otra parte, Mateo percibe la vibración del ambiente ante Jesús. Está
bien informado y muchas de las palabras del Señor caen en su alma como la
semilla que crece poco a poco, imparable.
Es muy posible que sintiese un vacío en el alma que los bienes materiales no
conseguían llenar. Con frecuencia, oraciones de los salmos brotarían en su alma
espontáneas: "Desde lo hondo grito a
Ti grito, Señor; escucha mi voz; estén atentos a la voz de mi súplica. Si
llevas la cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti
procede el perdón y así infundes respeto. Mi alma espera en el Señor, espera en
su palabra; mi alma aguarda al Señor más que el centinela la aurora".
Esta preparación previa en el interior de Leví hace más comprensible la
rápida y generosa respuesta cuando es llamado.
EL, PERDÓN
Responder era llenar el vacío, reparar los errores, si los hubo, salir
de una vida sin sentido, aunque cómoda, para embarcarse en lo divino. Pero algo
muy difícil le quedaba a Leví todavía después de ser perdonado y acogido por
Dios. Perdonarse a sí mismo. El pecado, como la vida frívola, dejan su huella y
el recuerdo de los anteriores desvaríos intenta intranquilizar. Y sufre. A
pesar de la sonrisa del Señor, que le anima una y otra vez a olvidar la vida
pasada, le cuesta. Hasta que se instale en su interior, con hondas raíces, la
realidad de haber sido acogido y perdonado del todo. Y se hace vida en su
interior lo que dice Ezequiel: “Acércate
confiadamente al Señor, que no se complace en la muerte del pecador, sino en
que se convierta y viva”.
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