Convertirse significa, para cada uno de nosotros, creer que Jesús se ha entregado a sí mismo por mí.
Por: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net
Hoy, 25 de enero, se hace memoria de la "Conversión
de san Pablo" (...) En el caso de Pablo, algunos prefieren no
utilizar el término conversión, porque -dicen- él ya era creyente, es más
hebreo ferviente y por ello no pasó de la no-fe a la fe, de los ídolos a Dios,
ni tuvo que abandonar la fe hebrea para adherirse a Cristo. En realidad, la
experiencia del Apóstol puede ser el modelo de toda auténtica conversión
cristiana.
La de Pablo maduró en el encuentro con el Cristo resucitado; fue este encuentro
el que le cambió radicalmente la existencia. En el camino de Damasco sucedió
para él lo que Jesús pude en el Evangelio de hoy: Saulo
se convirtió porque, gracias a la luz divina, “creyó en el Evangelio”. En
esto consiste su conversión y la nuestra: en creer en Jesús muerto y resucitado
y en abrirse a la iluminación de su gracia divina.
En aquel momento, Saulo comprendió que su salvación no dependía de las obras
buenas realizadas según la ley, sino del hecho que Jesús había muerto también
por él -el perseguidor- y que estaba, y está, resucitado. Esta verdad, que
gracias al Bautismo ilumina la existencia de cada cristiano, alumbra
completamente nuestro modo de vivir.
Convertirse significa,
también para cada uno de nosotros, creer que Jesús “se
ha entregado a sí mismo por mí”, muriendo en la cruz (cfr Gal 2,20) y,
resucitado, vive conmigo y en mí. Confiándome al poder de su perdón, dejándome
tomar la mano por Él, puedo salir de las arenas movedizas del orgullo y del
pecado, de la mentira y de la tristeza, del egoísmo y te toda falsa seguridad,
para conocer y vivir la riqueza de su amor.
Queridos amigos, la invitación a la conversión, valorada por el testimonio de
san Pablo, resuena hoy (...) El Apóstol nos indica la actitud espiritual
adecuada para poder progresar en el camino de la comunión. “Ciertamente no he llegado a la meta -escribe a los
Filipenses -, no he llegado a la perfección; pero me esfuerzo en correr para
alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús” (Fil
3,12).
Ciertamente, nosotros los cristianos no hemos conseguido llegar aún a la meta
de la unidad plena, pero si nos dejamos continuamente convertir por el Señor
Jesús, llegaremos seguramente.
La Virgen María, Madre de la Iglesia una y santa, nos obtenga el don de una
conversión verdadera, para que cuanto antes se realice el anhelo de Cristo: "Ut unum sint".
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