Vivir en constante disponibilidad a las necesidades ajenas es una forma de imitar a Jesús, quien siendo Dios, no vino a ser servido sino a servir.
Por: Francisco Fernández-Carvajal | Fuente:
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I. Como el discípulo ante el maestro, como el niño junto a su madre, así ha de estar el cristiano en todas las ocupaciones ante Cristo. El hijo aprende a hablar oyendo a su madre, esforzándose en copiar sus palabras; de la misma forma, viendo obrar y actuar a Jesús, aprendemos a conducirnos como Él.
La vida cristiana es imitación de la del Maestro, pues Él se encarnó y os dio
ejemplo para que sigáis sus pasos [1]. San Pablo exhortaba a los primeros
cristianos a imitar al Señor con estas otras palabras: Tened los mismos
sentimientos de Cristo Jesús [2]. Él es la causa ejemplar de toda santidad, es
decir, del amor a Dios Padre. Y esto no sólo por sus hechos, sino por su ser,
pues su modo de obrar era la expresión externa de su unión y amor al Padre.
Nuestra santidad no consiste tanto en una imitación externa de Jesús como en
permitir que nuestro ser más profundo se vaya configurando con el de Cristo.
Despojaos del hombre viejo con todas sus obras y vestíos del hombre nuevo...
[3], anima San Pablo a los colosenses. Esta diaria renovación significa desear
constantemente limar nuestras costumbres, eliminar de nuestra vida los defectos
humanos y morales, lo que no es conforme con la vida de Cristo ... ; pero,
sobre todo, procurar que nuestros sentimientos ante los hombres, ante las
realidades creadas, ante la tribulación, se parezcan cada día más a los que
tuvo Jesús en circunstancias similares, de tal manera que nuestra vida sea en
cierto sentido prolongación de la suya, pues Dios nos ha predestinado a ser
semejantes a la imagen de su Hijo [4].
La misma gracia divina, en la medida en que correspondemos a la acción continua
del Espíritu Santo, nos hace semejantes a Dios. Seremos santos si Dios Padre,
puede afirmar de nosotros lo que un día dijo de Jesús: Éste
es mi Hijo muy amado, en quien, tengo puestas mis complacencias [5].
Nuestra santidad consistirá, pues, en ser por la gracia lo que es Cristo por
naturaleza: hijos de Dios.
El Señor lo es todo para nosotros. «Este árbol es para mí una planta de salvación eterna; de
él me alimento, de él me sacio. Por sus raíces me enraízo y por sus ramas me extiendo,
su rocío me regocija y su espíritu como viento delicioso me fertiliza. A su
sombra he alzado mi tienda, y huyendo de los grandes calores allí encuentro un
abrigo lleno de rocío. Sus hojas son mi follaje, sus frutos mis perfectas
delicias, y yo gozo libremente sus frutos, que me estaban reservados desde el
principio. Él es en el hambre mi alimento, en la sed mi fuente, y mi vestido en
la desnudez, porque sus hojas son espíritu de vida: lejos de mí desde ahora las
hojas de la higuera. Cuando temo a Dios, Él es mi protección; y cuando vacilo,
mi apoyo; cuando combato, mi premio; y cuando triunfo, mi trofeo. Es para mí el
sendero estrecho y el sendero angosto» [6].
Nada deseo fuera de Él.
II. El Evangelio [7] nos relata la petición que
hicieron Santiago y Juan a Jesús de dos puestos de honor- en su Reino. Después,
los diez comenzaron a indignarse contra estos dos hermanos. Jesús les dijo
entonces: Sabéis que los que figuran como jefes de los pueblos los oprimen, y
los poderosos los avasallan. No ha de ser así entre vosotros; por el contrario,
quien quiera llegar a ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor,- y quien
entre vosotros quiera ser el primero, sea esclavo de todos. Y les da la suprema
razón: porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser
servido sino a servir y a dar su vida en redención de muchos.
En diversas ocasiones proclamará el Señor que no vino a ser servido sino
a servir: Non
ven¡ ministrari sed ministrare [8].
Toda su vida fue un servicio a todos, y su doctrina es una constante llamada a
los hombres para que se olviden de sí mismos y se den a los demás. Recorrió
constantemente los caminos de Palestina sirviendo a cada uno -singulis manus
imponens [9]- de los que
encontraba a su paso. Se quedó para siempre en su Iglesia, y de modo particular
en la Sagrada Eucaristía, para servirnos a diario con su compañía, con su
humildad, con su gracia.
En la noche anterior a su Pasión y Muerte, como enseñando algo de suma
importancia, y para que quedara siempre clara esta característica esencial del
cristiano, lavó los pies a sus discípulos, para que ellos hicieran también lo
mismo [10].
La Iglesia, continuadora de la misión salvífica de Cristo en el mundo, tiene
como quehacer principal servir a los hombres, por la predicación de la Palabra
divina y la celebración de los sacramentos. Además, «tomando parte en las mejores aspiraciones
de los hombres y sufriendo al no verles satisfechos, desea ayudarles a
conseguir su pleno desarrollo, y esto precisamente porque les propone lo que
ella posee como propio: una visión global del hombre y de la humanidad» [11].
Los cristianos, que queremos imitar al Señor, hemos de disponernos para un
servicio alegre a Dios y a los demás, sin esperar nada a cambio; servir incluso
al que no agradece el servicio que se le presta. En ocasiones, muchos no
entenderán esta actitud de disponibilidad alegre. Nos bastará saber que Cristo
sí la entiende y nos acoge entonces como verdaderos discípulos suyos. El «orgullo» del cristiano será precisamente éste:
servir como el Maestro lo hizo. Pero sólo aprendemos a darnos, a estar
disponibles, cuando estamos cerca de Jesús. «Al
emprender cada jornada para trabajar junto a Cristo, y atender a tantas almas
que le buscan, convéncete de que no hay más que un camino: acudir al Señor.
»-¡Solamente en la oración, y con la
oración, aprendemos a servir a los demás!» [12]. De ella obtenemos las
fuerzas y la humildad que todo servicio requiere.
III. Nuestro servicio a Dios y a los demás ha de
estar lleno de humildad, aunque alguna vez tengamos el honor de llevar a Cristo
a otros, como el borrico sobre el que entró triunfante en Jerusalén [13].
Entonces más que nunca hemos de estar dispuestos a rectificar la intención, si
fuera necesario. «Cuando
me hacen un cumplido -escribe el que más tarde sería Juan Pablo I-, tengo
necesidad de compararme con el jumento que llevaba a Cristo el día de ramos. Y
me digo: "¡Cómo se habrían reído del burro si, al escuchar los aplausos de
la muchedumbre, se hubiese ensoberbecido y hubiese comenzado -asno como era- a
dar las gracias a diestra y siniestra!...
¡No vayas tú a hacer un ridículo
semejante...!"» [14], nos advierte.
Esta disponibilidad hacia las necesidades ajenas nos llevará a ayudar a los
demás de tal forma que, siempre que sea posible, no se advierta, y así no
puedan darnos ellos ninguna recompensa a cambio. Nos basta la mirada de Jesús
sobre nuestra vida. ¡Ya es suficiente recompensa!
Servicio alegre, como nos recomienda la Sagrada Escritura: Servid al Señor con
alegría [15], especialmente en aquellos trabajos de la convivencia diaria que
pueden resultar más molestos o ingratos y que suelen ser con frecuencia los más
necesarios. La vida se compone de una serie de servicios mutuos diarios.
Procuremos nosotros excedernos en esta disponibilidad, con alegría, con deseos
de ser útiles. Encontraremos muchas ocasiones en la propia profesión, en medio
del trabajo, en la vida de familia..., con parientes, amigos, conocidos, y
también con personas que nunca más volveremos a ver.
Cuando somos generosos en esta entrega a los demás, sin andar demasiado
pendientes de si lo agradecerán o no, de si lo han merecido.... comprendemos
que «servir es reinar» [16].
Aprendamos de Nuestra Señora a ser útiles a los demás, a pensar en sus
necesidades, a facilitarles la vida aquí en la tierra y su camino hacia el
Cielo. Ella nos da ejemplo: «En medio del júbilo de
la fiesta, en Caná, sólo María advierte la falta de vino... Hasta los detalles
más pequeños de servicio llega el alma si, como Ella, se vive apasionadamente
pendiente del prójimo, por Dios» [17]. Entonces hallamos con mucha
facilidad a Jesús, que nos sale al encuentro y nos dice: cuanto hicisteis a uno
de estos mis hermanos más pequeños, a Mí me lo hicisteis [18].
________________________________________________________
[1] 1 Pdr 2, 21.
[2] Flp 2, 5.
[3] Col 3, 9.
[4] Rom 8, 29.
[5] Mt 3, 17.
[6]
SAN HIPÓLITO, Homilía de Pascua.
[7] Mc 10, 35-45.
[8] Mt 20, 8.
[9] Lc 4, 40.
[10] Cfr. Jn 13, 4 ss.
[11] PABLO VI, Ene. Populorum progressio, 26-III-1967,
[12] J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja, n. 72.
[13] Cfr. Lc 19, 35.
[14] A. LUCIANI, Ilustrísimos señores, p. 59.
[15] Sal 99, 2.
[16] Cfr. JUAN PABLO II, Enc. Redemptor hominis, 4-III-1979, 21.
[17] J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Surco, n. 631.
[18] Mt 25, 40.
Esta meditación forma parte de la Colección "Hablar con Dios"
Hablar con Dios, por Francisco Fernández-Carvajal, Tomo V, Ediciones palabra.
Puedes adquirir la colección en
www.edicionespalabra.es
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