En tiempos de angustia, suelen abundar las palabras más o menos proféticas, pronunciadas por mensajeros desconocidos.
Por: Guillaume Chevallier | Fuente: Aleteia
No debemos confiar indiscriminadamente en la autoridad de una persona que dice
estar inspirada, para evitar creer a un «lobo con
piel de cordero» (Mt 7,15).
Si “un árbol se juzga por sus frutos” (Mt 7, 16-20), ¿estos son siempre evidentes? La paz y la alegría
que uno puede sentir al leer un mensaje o su número de seguidores son frutos
ambiguos: las recientes acusaciones a
personalidades reconocidas llaman a la cautela.
¿Cuáles son los
frutos a largo plazo para la misión de la Iglesia, para la profundización de su
mensaje, para su unidad? En la mayoría de los casos no se
pueden juzgar a primera vista.
NO TE DEJES HIPNOTIZAR
En la
medida en que son inverificables y fascinantes, las
comunicaciones «celestiales» tienden a imponer el silencio del juicio.
Los
falsos profetas enfatizan la importancia de ser «pequeño»,
alguien que confía ciegamente, en contraste con los «razonadores». Dios nunca nos pide que renunciemos a nuestra
razón.
¿Ha hablado la Iglesia?
Una advertencia
de la Iglesia es
el criterio decisivo: el obispo del lugar, o en ciertos casos la
Santa Sede, tiene el carisma divino para discernir los hechos que, por
discreción o reserva pastoral, no siempre se publican (moralidad del mensajero,
influencia, etc.).
Los grupos que viven de estos
mensajes tienden a relativizar el juicio de la Iglesia para borrar sus huellas.
Aunque, por ejemplo, la obra de María Valtorta ha sido cuestionada por la Iglesia
en varias ocasiones, ¡sus partidarios afirman que
está en marcha su causa de beatificación!
JUANA DE ARCO Y PADRE PÍO
Estas dos figuras populares que
tuvieron que sufrir por parte de la Iglesia son comúnmente invocadas por los
falsos profetas.
Para ellos, la Iglesia se habría
desacreditado en el pasado luchando por reconocer sus misiones originales: su reserva o su juicio negativo contra el mensajero hoy
son considerados inválidos.
Porque las falsas profecías se
elaboran a menudo a partir de otras visiones o apariciones (reconocidas o no).
Usando el uso de códigos ya
conocidos, se legitiman registrándose en una red. Además, más recientemente,
los «mensajeros» entran en contacto entre sí
para dar la impresión de que hay un «consenso profético», que en realidad sólo
existe porque «se roban unos a otros» sus palabras (Jer 23, 30).
LA PROFECÍA TIENDE A SUSTITUIR LA
AUTORIDAD ECLESIAL O A RELATIVIZARLA
Los falsos profetas a menudo se
posicionan como retadores de la jerarquía. Su doctrina induce a la sospecha de
corrupción del clero, de los obispos, incluso del Papa.
Dividen a la Iglesia en “Iglesia institucional” (Iglesia
de Pedro, carnal) y “carismática” (Iglesia
de Juan o María, espiritual).
El obispo local se convierte a
menudo en el enemigo, y se va contra el Papa, a menos que se le trate bien para
no despertar sus sospechas: sólo se le comunica la parte más aceptable de las
revelaciones, se le halaga para desviar mejor autoridad apostólica para fines
individuales,…
EXHIBICIONISMO ESPIRITUAL
Publicitar
experiencias “místicas” es en sí mismo
una autoafirmación dudosa.
Los místicos auténticos se
protegen de los reflectores, cautelosos de sus propias
percepciones y del peligro de la vanidad y
la presunción.
Por el
contrario, los falsos místicos atestiguan que el cielo los insta a publicar (a
pesar de su supuesta repulsión personal), buscar imprimatur (de
obispos que no miran de cerca), e incluso eludir las recomendaciones de la
Iglesia.
A menudo,
el falso profeta sufre, física o socialmente, una falta
de acogida por parte de la Iglesia, y eso se
convierte en un tema principal de sus mensajes.
Revelan cuadernos personales, a
veces reelaborados, que relatan locuciones, visiones, pero también preferencias
afectivas, escenas de intimidad embarazosas, en algunos casos masoquismo bajo
la apariencia de piedad (pedido de sufrimiento seguido de una crucifixión de
Jesús o María).
DIFERENCIAS DOCTRINALES
Cuando se aparta de la enseñanza apostólica, el caso es claro, no es
el Cielo quien la inspira. Es el caso, por ejemplo, de la «Quiternidad» de Marie-Paule Giguère, o la preexistencia
del alma de María en María Valtorta.
La obsesión por una declaración dogmática particular debe alertar, como la realeza o corredención
de María: ¡una influencia en la Iglesia sería la
consagración del mensaje!
La mayoría de las veces los
místicos pretenden imponerse a través de la personalización forzada del mensaje
evangélico (revelaciones que llenan las lagunas del texto) o de la
espiritualidad de la Iglesia (Alianza de los Corazones Unidos, etc.).
Las preguntas genuinas sobre el
sufrimiento y la resurrección de la Iglesia no deben ser rehenes de la
curiosidad, el elitismo o la vanidad de la falsa profecía. Engendran
desconfianza y división, que no son signos del Reino de Dios.
¡Hagamos un buen
discernimiento!
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