miércoles, 16 de marzo de 2022

XAVIER BARTUMEUS, PINTOR Y ESCULTOR, DEL VACÍO A LA NEW AGE, UN EMAÚS... Y UN SAN JOSÉ QUE LE CAMBIÓ

 PROFUNDIZAMOS EN UN TESTIMONIO DE LA PELÍCULA «CORAZÓN DE PADRE»

Xavier Bartumeus es uno de los pintores y artistas más reconocidos de Barcelona, y uno de los testimonios que hablan de su fe en el documental Corazón de Padre, que se estrena este viernes 18, víspera de San José, en los cines españoles.  

Durante muchos años estuvo lejos de Dios. Después, su insatisfacción vital le llevaba a sentarse en las iglesias, leer, buscar... Un retiro de Emaús le llevó a la adopción plena de la fe. Trabajar en una estatua sobre San José afinó su espiritualidad y le ayudó a salir de un periodo de abatimiento. Ha querido contar a ReligionEnLibertad su viaje de fe.

UNA FAMILIA CATÓLICA PERO QUE NO IBA A MISA

"Nací en Manresa y crecí en Barcelona, en una familia católica que nunca iba a misa", explica el artista. "Éramos católicos por inercia, diría. Mis padres, de pueblo, mantenían devoción popular a la Virgen de Montserrat y cada fin de año rezábamos el rosario. Mi padre, a su manera un poco extraña, era muy devoto. Pero, aunque siempre creí que Dios debía existir, yo no era religioso. Cuando hice la Confirmación en mi colegio de maristas, lo único que buscaba era librarme así de algunas clases".

Cuando tenía unos 11 o 12 años, no recuerda cómo, vio la película Jesucristo Superstar. "Me encantó ese Jesucristo. Pensé que Cristo debía ser parecido, me sedujo la figura de Jesús. Yo era muy rebelde con toda autoridad, y Él también era un rebelde. Pero poco a poco me olvidé de Él. Siendo estudiante de Bellas Artes, como otros miles de estudiantes antes y después, creía ser original y rompedor dibujando algunas escenas de Jesús, a veces irreverentes".

EL VACÍO EXISTENCIAL: ¿HAY ALGO MÁS QUE ESTO?

Con treinta y muchos años, tras una vida bohemia de arte, amistades y experiencias, Xavier Bartumeus se dio cuenta de que en su vida había un gran vacío.

"Yo, como tantos artistas, me volcaba en un proyecto, una exposición. Se inauguraba, la gente veía tu obra y recibías críticas buenas o malas, algunas palmaditas y felicitaciones. Pero eso enseguida pasaba y dejaba una sensación de vacío. Yo me decía: 'Bueno, es la típica 'depre post expo', les pasa a todos mis amigos artistas, será que la vida del artista es eso'... ¿o no?"

Había un vacío vocacional: ser artista, ¿para qué? "Me parecía que mis cuadros carecían de sentido, que buscaban solo gustar al público".

Había también un vacío vivencial y relacional. "El ser artista te ayuda a tener acceso a las chicas, y yo aproveché mucho eso, pero luego veía que no me hacía sentir bien. Me metí en cosas muy cafres -pero no violentas, siempre fui muy pacífico- y veía que pese a todo ese vacío me acompañaba". Hoy describe así su estado de esa época: "Había desazón en mi vocación y en mi vida, estaban llenas de soberbia, ego, vanidad y sexo".

A veces, al salir de reuniones de artistas, o de ciertas fiestas, un impulso llevaba a Xavier a entrar en alguna iglesia abierta. "En las iglesias sentía paz. Allí intentaba rezar algo, a mi manera. No sabía oraciones, solo recordaba el Padrenuestro antiguo que me había enseñado mi madre, en castellano".

"DE NEW AGE ME LO LEÍ TODO"

Insatisfecho, Xavier se convirtió en un buscador espiritual. "De New Age y Nueva Era me lo leí todo, y libros de autoayuda... pero me sonaba a que querían regalarme los oídos, agasajarme. Eso no llenaba mi vacío. También me puse a leer cosas de religiones. Y un poco de Biblia. Mis amigos sabían que yo leía algo de Biblia y espiritualidad y se lo tomaban en plan 'Xavi es rarito y ahora le dará por la misa'. Pero los más íntimos veían que mi búsqueda iba en serio, aunque yo estaba muy perdido".

A partir de cierto momento, empezó a ir a misa a la basílica de la Concepción, que estaba a cien metros de su estudio.

"Eso me relajaba. No podía comulgar, pero escuchaba los sermones de fray Valentí Serra, ya sabes, ese capuchino con sus barbas, y eso me alimentaba. Empecé a rezar oraciones de petición. Y estuve así unos dos años. Y le decía a Dios: 'Dame una pista, dame algo, estar aquí sentado en la iglesia es muy tonto'".

DE REPENTE, UN RETIRO

Un día, el artista estaba de pie en la iglesia, con sus pendientes, joyas y anillos, manchado de pintura del estudio, y una joven vino corriendo y le dijo:

- Oye, ¿quieres venir a un retiro?

Y él, sin saber muy bien por qué, le dijo que sí. Era un retiro de Emaús, que durante los últimos años se han difundido mucho por España y han tocado muchos corazones.

"En ese retiro de Emaús me tomé en serio mi cambio. Allí vi mucha gente con una fe sin fisuras y eso me dejó impresionado. Es verdad que después del retiro tuve un efecto 'suflé', es decir, un bajón al volver a la vida cotidiana. Fue una recaída tan mala que dejé de ir a la Concepción. Pero un sacerdote, mosén Joan Costa, fue entonces el primero en apostar por mí para hacer arte sacro".

El encargo era todo un reto artístico y vivencial: hacer 12 estatuas de los apóstoles para la iglesia de Belén, junto a las Ramblas. Y Bartumeus, en realidad, no era escultor, sino pintor. "No sé quien fue más loco: él por pedirlo o yo por intentarlo. Pero le dije que probaría con la primera y que si me salía bien haría el resto".

HACER ARTE CRISTIANO: UN RETO ESPIRITUAL Y DE HUMILDAD

Esta aventura artística se convirtió también en un viaje espiritual. "Me ponía música de coros ortodoxos, me leía libros de Santa Edith Stein, hacía de todo para enriquecerme espiritualmente, porque quería crear desde la sinceridad, ser muy honesto... y evitar el ego".

Él antes pintaba para lograr el aplauso de público y crítica. Ahora servía a un mensaje y una tradición más grande, servía a los fieles que quieren rezar, y servía a Dios mismo. Era una forma nueva de abordar el arte.

"Hay artistas que imponen su criterio estético antes que el espiritual y eso es un error; hay que renunciar al ego, aunque sin perder el estilo. Si eres sincero contigo mismo, harás algo que servirá para que rece un chico de 14 o una señora de 90. Vi que las imágenes religiosas ya no eran mías, sino de los fieles. Eso me satisfacía", explica.

Lamenta que "hay artistas con un arte sacro que no invita a rezar. Una vez unos visitantes me pararon por la calle y preguntaron: 'Disculpe, ¿cómo se va a la Sagrada Familia?, ¡a la parte bonita!' ¿Ves? Es lo que siente la gente. Sí, puedes ser fiel a los materiales y las técnicas modernas pero no debes imponer tu imaginería si no es religiosa. Hay cosas que están bien para un museo o una exposición, pero no para una iglesia".

LA SANACIÓN INTERIOR POR SAN JOSÉ

"Me encargaron la imagen de San José cuando yo estaba en una depresión brutal. Un amigo me trajo el texto de la novena a San José y aproveché y le hice un molde al amigo, de su rostro. Dicen que mi San José se parece a mí, pero surge del rostro de ese amigo. Sí es verdad que tiene un gesto de rendición, de entrega. Como yo. Esta imagen fue un diálogo: yo y él", añade.

De nuevo, para hacer este San José, Bartumeus se volcó. "Me obsesioné por cómo sería  José físicamente, por su ropa, su pelo... Investigué el peinado de los judíos de la época, que si pelo rizado, que si barba recia... Quizá lo hice algo más contemporáneo. Pero, si soy honesto, creo que la escultura fue cobrando vida propia", detalla el artista. Además, rezaba la novena al santo.

"Yo me sentaba, y me tomaba un café y lo miraba y dialogaba con él. Esa mano, con su meñique que se rompía siempre, ya no era mía, era de él. Era él. Yo era un vehículo: Dios me pedía que fuera así. Empecé a retocar la imagen, esas cejas levantadas, esa cara de cansancio... Su rostro es como si dijera: 'El Niño ya ha nacido, pasó lo más difícil'.  Un día se me ocurrió abrazarlo, para decirle 'bona nit'.  Yo lo saludaba de día y de noche. Tomó vida ese San José silencioso. Es como el tramoyista en una obra de teatro: no habla, pero sin él no hay teatro. Sentí que se cerraba el círculo. Sin San José no habrá una Sagrada Familia. Entablamos una relación: él pasó a ser un treintañero simpático que me aconsejaba".

EL DON DEL ARTISTA RELIGIOSO

Bartumeus sintió algo muy especial cuando llevó la estatua del santo a la iglesia y vio que una señora se arrodillaba y se ponía a rezar ante él. También veía que -como es costumbre en Barcelona y otros sitios- le colocaban papelitos con peticiones. "Yo sentía un impulso de decir: 'Señora, no le rece, que la he hecho yo'. Pero no es así, porque ya no es mía, es de ellos. Y de Dios. Se cumplió lo de "Dios no elige a los capacitados, sino que capacita a los elegidos". ¡Yo no sabría repetir esa estatua, no tengo ni idea ya de cómo llegó a ser así! Y con todo eso, desapareció ese vacío que me había estado devorando durante años".

Xavier Bartumeus en 2019 como escultor: empezó con los 12 apóstoles y después le encargaron un San José.

Ahora Bartumeus trabaja en un cuadro de la Última Cena, "un mural de 6x12 metros, llenos de elementos, muy documentado..." Su objetivo es que la obra religiosa sea un espacio que permita "al orante indagar, imaginar y buscar, que la estatua o cuadro sea una rampa de espiritualidad".

Le preguntamos cómo evangelizar a los artistas. Él cree que lo mejor, como en su caso, es invitar a retiros. "Los artistas, las personas creativas, son muy inquietos espiritualmente. Un retiro les tocará, les animará a leer, a investigar, a tomar un café con alguien con fe... En un retiro con más personas siempre encontrará a alguien afín, a otro artista, por ejemplo, y así podrá hablar de tú a tú con alguien. Yo, en mi retiro de Emaús, hablando con otros ya me sentí un instrumento que transmitía algo de Dios", afirma.

Pablo J. Ginés

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