En el año de 1914 llegaron de la capital de la república a la ciudad de Huacho los primeros ideólogos, camaradas de José Carlos Mariátegui, que los titulaban en esa época como: anarco-sindicalistas.
Fundaron
un centro cultural en la calle del puerto que denominaron: “Luz y libertad". Organizaron veladas, dieron
charlas y conferencias, no sólo en el centro de la ciudad, sino también en
todos los distritos de la provincia de Chancay: Huacho,
Huaura y Huaral. Esta catequización dio lugar a que se formaran grandes
líderes para la defensa de los derechos sociales, incluyendo mujeres heroicas.
Dos años
después de comenzada la primera guerra mundial, los productos de exportación
como el azúcar y el algodón subieron de precio y por consiguiente todos los
productos importados. Los señores hacendados que eran los beneficiados con la
situación planteada, pusieron más celo en los capataces para aumentar la
producción; se trabajaba sin respiro de sol a sol.
El costo
de vida se elevó, aumentó el trabajo, pero los jornales, nada. Esto dio lugar
al descontento de las masas trabajadoras, y como no se escuchaban sus justos
reclamos paralizaron las labores en el mes de junio 1916. Declarábanse en
huelga, por primera vez en la historia, en la provincia de Chancay todo el
obreraje de las haciendas del valle bajo del río de Huaura, cuya mano de obra
en su totalidad era de la campiña huachana, hombres y mujeres.
Los
líderes campesinos, amparados en un Decreto Ley dado por el Presidente
Billinghurst, presentaron un pliego de reclamos al señor Subprefecto de la
provincia, pidiéndoles el derecho de “ocho horas de
trabajo y aumento salarial”, cosa que fue rechazada por los hacendados.
Ante esta situación crítica, los obreros, viviendo en carpas y alimentándose de
"olla común", rodearon la ciudad
pidiendo justicia. El señor Subprefecto informó de estos hechos al Prefecto de
Lima, quien llegó a Huacho con 25 hombres de caballería al mando de cierto
oficial conocido en los medios bohemios como “Karamanduka".
A la
llegada del Prefecto, la masa campesina, con sus líderes a la cabeza, llegaron
a la ciudad, siendo contenidos por la caballería de Karamanduka. Presentaron un
Decreto Ley del derecho de huelga y pidieron hablar con la primera autoridad
del departamento sobre su pliego de reclamos, para buscar solución. Consultado
el caso los dejaron pasar hasta la Subprefectura, donde se reunieron con los
representantes de los hacendados.
Sobrevivientes
de esta huelga nos relataron los hechos tal como sucedieron. Juan La Rosa
Rossell manifestó: Dos comisiones con nuestros
líderes habían ingresado a la Subprefectura, uno después de otro, con el
memorial solicitando el establecimiento de las ocho horas de trabajo y la
elevación de los jornales.
La
subprefectura estaba situada en el extremo de la calle Malambo, al pie de la
plazuela Dos de Mayo. Había pasado más de una hora y no regresaba la última ni
la primera comisión. Estábamos desconcertados. Recordamos lo que nos dijeron
los dirigentes de "Luz y libertad", que
ésta era la táctica que empleaba el Prefecto para ir encarcelando a los
dirigentes, y, después, ante el tumulto de protestas, lanzaba la caballería.
Ahí quedaba ahogada toda reivindicación.
Nombrada
la tercera comisión en forma providencial, podemos decir, se presentó llegado
en el Ferrocarril Noroeste, armado y decidido, el jefe de los campesinos de
Huaral con 500 hombres. Le contamos lo que acontecía y, dijo: “Que vaya la tercera comisión, si no regresa, en 15
minutos, asaltamos la Subprefectura". Cumplido el, plazo, reloj en
mano ingresamos, sorprendiendo a los seis guardias que custodiaban. ¡Con qué tenacidad se defendió uno de ellos! ¡Serrano
corajudo, no quería soltar el rifle, tuvimos que romperle los brazos con un
fierro para que lo hiciera!
El
Subprefecto no sé cómo pidió ayuda. Porque minutos después que sacamos de los
calabozos a nuestros líderes, dejando libres a los representantes de los
hacendados y al Prefecto, asomó retumbando la caballería de "Karamanduka" que estaba acantonada en
lo que es hoy la avenida Echenique, donde estuvo el cuartel antiguo, que más
tarde sería el local de la Compañía de Bomberos.
El
oficial "Karamanduka" desembocó
por la Botica Indacochea a Malambo, ante el desconcierto e incertidumbre de mis
compañeros y nadie atinaba a hacer nada al ver como avanzaba hacia nosotros, a
todo galope, la caballería blandiendo sus sables. Un dirigente que pertenecía
al Centro "Luz y libertad", exclamó:
¡Que nadie huya! ¡Cojan piedras! Y todos
comenzaron a desempedrar las calles. Armados de piedras y con los rifles
ocultos capturados a los soldados, les hicimos frente a pie firme. Cuando
sintieron tiros, descargas a ras de tierra y una lluvia de piedras tumbando
jinetes y caballos, dieron media vuelta y huyeron por el mismo camino que
habían ingresado. ¡Gritos de victoria!, lanzamos
todos.
Momentos
después nos avisaron que la tropa al mando del Prefecto se estaba organizando
en la plaza de armas, para atacarnos nuevamente. Todos marchamos a la plaza de
armas con intención de adelantarnos a su ataque. Rodeamos parte de la plaza y
se entabló un nutrido tiroteo. Avanzamos haciéndolos retroceder y amparándonos
en las bancas de la plaza. Uno de los nuestros, que era exsargento, mató de un
balazo la yegua blanca del Prefecto, mientras por el lado de la iglesia otro
derribó el caballo de "Karamanduka" que
perdiendo el sable y el kepí persiguió a su agresor por la callejuela del
costado de la iglesia, entablándose entre ellos un duelo a muerte rodilla en
tierra, siendo herido el jefe de caballería que huyó y se escondió en la casa
de una dama del lugar, donde, disfrazado de mujer, fue llevado al hospital,
según se comprobó.
La
caballería, sin jefe, capturado el Prefecto y desaparecido el oficial que los
mandaba, se replegó hacia el viejo cuartel que quedaba a pocos metros de la
plaza. En estos tiroteos hubo muertos y heridos. Nuestra principal pérdida se
presentó con la muerte de nuestro jefe de un tiro en la cabeza. Algunos
exaltados golpearon y querían vengarse dando muerte al Prefecto. Uno de los
nuestros, Aurelio Guerrero, ideólogo que mantuvo una escuelita nocturna
gratuita, en que él mismo enseñaba a leer y escribir a los obreros, hombre de
letras y con gran personalidad, que se había unido a la huelga, se opuso
tenazmente y le salvó la vida al Prefecto con una condición “que firmara un documento autorizando las ocho horas de
trabajo de la provincia de Chancay y el aumento salarial pedido. Que no
hubieran represalias y los soldados no dispararan un sólo tiro más, retirándose
a sus cuarteles”. Documento que aceptó el Prefecto y lo firmó.
Una
comisión de tres hombres, que yo integraba,-narraba un testigo ocular- "avanzamos con el pliego, llevando en alto la orden
del Prefecto de cesar el fuego y, al pasar por una de las ventanas de un hotel,
un extranjero arrendatario de la hacienda Chacaca, sorpresivamente nos atacó
matando de un balazo a uno de mis compañeros. Entregada la orden de parar el
fuego y acuartelada la tropa, nos fuimos en busca del asesino, derribamos la
puerta del hotel, más éste había huido por los techos. Mientras mis compañeros
sacaban todos los enseres a la calle, y furiosos les prendían fuego, nosotros
lo buscábamos por la casa de los vecinos".
Una dama,
maestra de mis primeras letras: Sofía Becaría, cuya
casa colindaba con el hotel, nos mantuvo al tanto del resto de los
acontecimientos: “Teníamos bien trancadas las puertas, estábamos presa de
terror: carreras de caballos que iban y venían. Luego el furioso tiroteo en la
plaza de armas que duró varios minutos. Más tarde sobrevino un silencio que se
rasgó con un disparo procedente del hotel, vimos a un hombre que huía por los
techos y que bajó por nuestro domicilio. Mi hermano lo reconoció como el
extranjero arrendatario de la hacienda Chacaca. Imploró que lo salváramos, que
los huelguistas lo querían matar.
Sentimos
roturas de enseres y maldiciones de los huelguistas. ¡Asesino!,
gritaban, y en esos momentos tocaron y derribaron la puerta de nuestra
vivienda. Mi hermano Carlos en lugar de entregarlo temerariamente, lo escondió;
cuando ingresaron los exaltados huelguistas registraron la casa hasta los
techos maldiciendo, que el que lo ocultase iba a pagar las consecuencias. Todos
nosotros temblábamos de terror de que lo encontraran, y no lo hallaron, pues
estuvo oculto a 18 metros de profundidad, en el pozo de agua. En la noche,
vestido de mujer, el arrendatario de la hacienda Chacaca que había asesinado a
uno de los huelguistas, lo entregó mi hermano para su custodia al cónsul de su
colonia.
Finalmente,
se reanudaron las labores en las haciendas, pero no se cumplieron los acuerdos
firmados, alegando las autoridades que se les había obligado a hacerlo. Comenzó
la represión y siguió la captura de los líderes a los que iban enviando al
Sexto o al Frontón.
El
Prefecto y los hacendados acordaron el aumento de veinte centavos y pensaron
que ahí terminaba toda reivindicación. Pero no ocurrió así. Al año siguiente
otros indesmayables campesinos, desafiando las represalias organizaron una nueva
huelga por la justa reivindicación salarial ante el mayor costo de vida, que
conllevaba los años de esta guerra.
Se le
denominó "Huelga de la peseta", pues
del jornal de 80 centavos que ganaban se les aumentó a un Sol.
Por Alberto Bisso Sánchez (1992).
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