domingo, 6 de marzo de 2022

LA HUELGA POR LAS 8 HORAS DE TRABAJO DE 1916

 En el año de 1914 llegaron de la capital de la república a la ciudad de Huacho los primeros ideólogos, camaradas de José Carlos Mariátegui, que los titulaban en esa época como: anarco-sindicalistas.

Fundaron un centro cultural en la calle del puerto que denominaron: “Luz y libertad". Organizaron veladas, dieron charlas y conferencias, no sólo en el centro de la ciudad, sino también en todos los distritos de la provincia de Chancay: Huacho, Huaura y Huaral. Esta catequización dio lugar a que se formaran grandes líderes para la defensa de los derechos sociales, incluyendo mujeres heroicas.

Dos años después de comenzada la primera guerra mundial, los productos de exportación como el azúcar y el algodón subieron de precio y por consiguiente todos los productos importados. Los señores hacendados que eran los beneficiados con la situación planteada, pusieron más celo en los capataces para aumentar la producción; se trabajaba sin respiro de sol a sol.

El costo de vida se elevó, aumentó el trabajo, pero los jornales, nada. Esto dio lugar al descontento de las masas trabajadoras, y como no se escuchaban sus justos reclamos paralizaron las labores en el mes de junio 1916. Declarábanse en huelga, por primera vez en la historia, en la provincia de Chancay todo el obreraje de las haciendas del valle bajo del río de Huaura, cuya mano de obra en su totalidad era de la campiña huachana, hombres y mujeres.

Los líderes campesinos, amparados en un Decreto Ley dado por el Presidente Billinghurst, presentaron un pliego de reclamos al señor Subprefecto de la provincia, pidiéndoles el derecho de “ocho horas de trabajo y aumento salarial”, cosa que fue rechazada por los hacendados. Ante esta situación crítica, los obreros, viviendo en carpas y alimentándose de "olla común", rodearon la ciudad pidiendo justicia. El señor Subprefecto informó de estos hechos al Prefecto de Lima, quien llegó a Huacho con 25 hombres de caballería al mando de cierto oficial conocido en los medios bohemios como “Karamanduka".

A la llegada del Prefecto, la masa campesina, con sus líderes a la cabeza, llegaron a la ciudad, siendo contenidos por la caballería de Karamanduka. Presentaron un Decreto Ley del derecho de huelga y pidieron hablar con la primera autoridad del departamento sobre su pliego de reclamos, para buscar solución. Consultado el caso los dejaron pasar hasta la Subprefectura, donde se reunieron con los representantes de los hacendados.

Sobrevivientes de esta huelga nos relataron los hechos tal como sucedieron. Juan La Rosa Rossell manifestó: Dos comisiones con nuestros líderes habían ingresado a la Subprefectura, uno después de otro, con el memorial solicitando el establecimiento de las ocho horas de trabajo y la elevación de los jornales.

La subprefectura estaba situada en el extremo de la calle Malambo, al pie de la plazuela Dos de Mayo. Había pasado más de una hora y no regresaba la última ni la primera comisión. Estábamos desconcertados. Recordamos lo que nos dijeron los dirigentes de "Luz y libertad", que ésta era la táctica que empleaba el Prefecto para ir encarcelando a los dirigentes, y, después, ante el tumulto de protestas, lanzaba la caballería. Ahí quedaba ahogada toda reivindicación.

Nombrada la tercera comisión en forma providencial, podemos decir, se presentó llegado en el Ferrocarril Noroeste, armado y decidido, el jefe de los campesinos de Huaral con 500 hombres. Le contamos lo que acontecía y, dijo: “Que vaya la tercera comisión, si no regresa, en 15 minutos, asaltamos la Subprefectura". Cumplido el, plazo, reloj en mano ingresamos, sorprendiendo a los seis guardias que custodiaban. ¡Con qué tenacidad se defendió uno de ellos! ¡Serrano corajudo, no quería soltar el rifle, tuvimos que romperle los brazos con un fierro para que lo hiciera!

El Subprefecto no sé cómo pidió ayuda. Porque minutos después que sacamos de los calabozos a nuestros líderes, dejando libres a los representantes de los hacendados y al Prefecto, asomó retumbando la caballería de "Karamanduka" que estaba acantonada en lo que es hoy la avenida Echenique, donde estuvo el cuartel antiguo, que más tarde sería el local de la Compañía de Bomberos.

El oficial "Karamanduka" desembocó por la Botica Indacochea a Malambo, ante el desconcierto e incertidumbre de mis compañeros y nadie atinaba a hacer nada al ver como avanzaba hacia nosotros, a todo galope, la caballería blandiendo sus sables. Un dirigente que pertenecía al Centro "Luz y libertad", exclamó: ¡Que nadie huya! ¡Cojan piedras! Y todos comenzaron a desempedrar las calles. Armados de piedras y con los rifles ocultos capturados a los soldados, les hicimos frente a pie firme. Cuando sintieron tiros, descargas a ras de tierra y una lluvia de piedras tumbando jinetes y caballos, dieron media vuelta y huyeron por el mismo camino que habían ingresado. ¡Gritos de victoria!, lanzamos todos.

Momentos después nos avisaron que la tropa al mando del Prefecto se estaba organizando en la plaza de armas, para atacarnos nuevamente. Todos marchamos a la plaza de armas con intención de adelantarnos a su ataque. Rodeamos parte de la plaza y se entabló un nutrido tiroteo. Avanzamos haciéndolos retroceder y amparándonos en las bancas de la plaza. Uno de los nuestros, que era exsargento, mató de un balazo la yegua blanca del Prefecto, mientras por el lado de la iglesia otro derribó el caballo de "Karamanduka" que perdiendo el sable y el kepí persiguió a su agresor por la callejuela del costado de la iglesia, entablándose entre ellos un duelo a muerte rodilla en tierra, siendo herido el jefe de caballería que huyó y se escondió en la casa de una dama del lugar, donde, disfrazado de mujer, fue llevado al hospital, según se comprobó.

La caballería, sin jefe, capturado el Prefecto y desaparecido el oficial que los mandaba, se replegó hacia el viejo cuartel que quedaba a pocos metros de la plaza. En estos tiroteos hubo muertos y heridos. Nuestra principal pérdida se presentó con la muerte de nuestro jefe de un tiro en la cabeza. Algunos exaltados golpearon y querían vengarse dando muerte al Prefecto. Uno de los nuestros, Aurelio Guerrero, ideólogo que mantuvo una escuelita nocturna gratuita, en que él mismo enseñaba a leer y escribir a los obreros, hombre de letras y con gran personalidad, que se había unido a la huelga, se opuso tenazmente y le salvó la vida al Prefecto con una condición “que firmara un documento autorizando las ocho horas de trabajo de la provincia de Chancay y el aumento salarial pedido. Que no hubieran represalias y los soldados no dispararan un sólo tiro más, retirándose a sus cuarteles”. Documento que aceptó el Prefecto y lo firmó.

Una comisión de tres hombres, que yo integraba,-narraba un testigo ocular- "avanzamos con el pliego, llevando en alto la orden del Prefecto de cesar el fuego y, al pasar por una de las ventanas de un hotel, un extranjero arrendatario de la hacienda Chacaca, sorpresivamente nos atacó matando de un balazo a uno de mis compañeros. Entregada la orden de parar el fuego y acuartelada la tropa, nos fuimos en busca del asesino, derribamos la puerta del hotel, más éste había huido por los techos. Mientras mis compañeros sacaban todos los enseres a la calle, y furiosos les prendían fuego, nosotros lo buscábamos por la casa de los vecinos".

Una dama, maestra de mis primeras letras: Sofía Becaría, cuya casa colindaba con el hotel, nos mantuvo al tanto del resto de los acontecimientos: “Teníamos bien trancadas las puertas, estábamos presa de terror: carreras de caballos que iban y venían. Luego el furioso tiroteo en la plaza de armas que duró varios minutos. Más tarde sobrevino un silencio que se rasgó con un disparo procedente del hotel, vimos a un hombre que huía por los techos y que bajó por nuestro domicilio. Mi hermano lo reconoció como el extranjero arrendatario de la hacienda Chacaca. Imploró que lo salváramos, que los huelguistas lo querían matar.

Sentimos roturas de enseres y maldiciones de los huelguistas. ¡Asesino!, gritaban, y en esos momentos tocaron y derribaron la puerta de nuestra vivienda. Mi hermano Carlos en lugar de entregarlo temerariamente, lo escondió; cuando ingresaron los exaltados huelguistas registraron la casa hasta los techos maldiciendo, que el que lo ocultase iba a pagar las consecuencias. Todos nosotros temblábamos de terror de que lo encontraran, y no lo hallaron, pues estuvo oculto a 18 metros de profundidad, en el pozo de agua. En la noche, vestido de mujer, el arrendatario de la hacienda Chacaca que había asesinado a uno de los huelguistas, lo entregó mi hermano para su custodia al cónsul de su colonia.

Finalmente, se reanudaron las labores en las haciendas, pero no se cumplieron los acuerdos firmados, alegando las autoridades que se les había obligado a hacerlo. Comenzó la represión y siguió la captura de los líderes a los que iban enviando al Sexto o al Frontón.

El Prefecto y los hacendados acordaron el aumento de veinte centavos y pensaron que ahí terminaba toda reivindicación. Pero no ocurrió así. Al año siguiente otros indesmayables campesinos, desafiando las represalias organizaron una nueva huelga por la justa reivindicación salarial ante el mayor costo de vida, que conllevaba los años de esta guerra.

Se le denominó "Huelga de la peseta", pues del jornal de 80 centavos que ganaban se les aumentó a un Sol.

Por Alberto Bisso Sánchez (1992).

Alejandro Smith Bisso

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