«MARÍA, VERDADERA MADRE DE DIOS» UN ARTÍCULO PARA CONOCER NUESTRA HISTORIA
UN SERMÓN PARA LA HISTORIA
Constantinopla en el año 428,
víspera de Nochebuena en la catedral de Sofía, el presbítero Proclo predicaba
un sermón que daría mucho que hablar. Entre los presentes estaba sentado en un
lugar destacado Nestorio, el Patriarca (Arzobispo de la Ciudad).
Siguiendo la costumbre, Proclo
dijo que María es verdadera Madre de Dios. Pero cuando se terminó el
sermón, Nestorio se subió al púlpito y corrigió al predicador, diciendo que no
estaba de acuerdo, pues «María es madre del
templo, pero no del Dios que habita en el templo».
En ese momento algo muy
inusual sucedió. Un laico llamado Eusebio, abogado de profesión y acostumbrado
a hablar en público se levantó de su sitio y empezó a defender la fe.
También el pueblo fiel se
indignó, ellos que siempre había confesado a María como verdadera Madre de
Dios, sabemos que todos los días en el Ángelus recitaban el Sub tuum praesidium
(Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios).
Hubo un rechazo popular grande
frente al Patriarca, y empezaron a boicotear los actos en los que estaba
Nestorio, y no asistían porque decían que su obispo no confesaba la fe
católica.
ARREGLAR LAS COSAS EN EL CONCILIO
Un par de meses después, San
Cirilo de Alejandría, escribió en una carta. Donde expresaba su sorpresa de que
dude de algo básico de la fe, si la Santísima
Virgen debería ser llamada madre de Dios, porque eso realmente equivalía a
preguntar si su hijo es Dios.
Se convocó un gran concilio en
Éfeso, en el año 431, solamente tres años después del conflicto de aquella
víspera de Nochebuena. En el Concilio se confiesa a María como Tehotokos, Madre
de Dios.
Contra los que la negaron, el
Concilio de Efeso proclamó que: si alguno no
confiesa que el Emmanuel es verdaderamente Dios, y que por eso la Santísima
Virgen es Madre de Dios, puesto que engendró según la carne al Verbo de Dios
encarnado, sea anatema.
VALE LA PENA TENER CLARO
Es lo que sucede con todas las
madres y sus hijos: no son madres solamente del cuerpo, sino también del alma,
pues aunque no generan el componente espiritual de la persona de sus hijos, son madres de la totalidad de la persona de sus hijos, es
decir tanto del cuerpo, como del alma de sus hijos. No solo de una parte.
La Santísima Virgen María
concibió a una persona. Como Jesús es una “Persona
Divina” con dos naturalezas (humana y divina), por lo tanto, sabemos que
María es verdaderamente «Madre de Dios».
Sin embargo, hay que aclarar
que, a pesar de ser Madre de Dios, María no es su madre en el sentido de que
ella sea la fuente de la divinidad de su Hijo o que ella sea mayor que Dios.
Afirmamos con propiedad que
María es Madre de Dios, porque llevó en su vientre a una Persona Divina,
Jesucristo-Dios, y en el sentido que de ella se tomó el material genético para
la forma humana que Dios tomó en Jesucristo.
VERDADERA MADRE DE JESÚS, VERDADERA MADRE DE DIOS
Si no entendemos que María es
la madre de Dios, entonces es muy fácil caer en el tipo de herejía de Nestorio,
de que Jesús era simplemente un hombre que Dios usó, o que era una humanidad
que Dios asumió lo que María dio a luz.
San Josemaría nos recordaba
que la Maternidad divina de María es la raíz de todas las perfecciones y
privilegios que la adornan. Por ese título, fue concebida inmaculada y está
llena de gracia, es siempre virgen, subió en cuerpo y alma a los cielos, ha
sido coronada como Reina de la creación entera, por encima de los ángeles y de
los santos. Más que Ella, solamente Dios.
La Santísima Virgen, por ser
verdadera Madre de Dios, posee una dignidad en cierto modo infinita, del bien
infinito que es Dios. No hay peligro de exagerar. Nunca profundizaremos
bastante en este misterio inefable; nunca podremos agradecer suficientemente a
Nuestra Madre esta familiaridad que nos ha dado con la Trinidad Beatísima.
JESÚS, HIJO DEL PADRE
Es importante considerar que
el mismo Verbo Divino que estaba en el seno del Padre fuera del tiempo, estuvo
luego en el útero y en los brazos de su madre, en el tiempo. El mismo que
caminó al que en Belén adoraron los ángeles en la primera Navidad.
El mismo que se sentaba a la
mesa con los publicanos y al que los querubines le seguían y reverenciaban.
Exactamente el mismo que cuando Pilatos lo condenaba la creación entera se
estremecía. Ese Jesús es Dios y es hijo de María.
Los cristianos hemos visto
siempre a nuestra Madre la Virgen como alguien muy especial, Como nos cuenta
esta meditación https://www.10minconjesus.net/san-bernando/)
para progresar en amor a la Madre de Dios, los escritos de san Bernardo se
convierten en una fuente indispensable.
Él fue quien compuso aquellas
últimas palabras de la Salve: «Oh clemente, oh
piadosa, oh dulce Virgen María». Y repetía la bella oración que dice: «Acuérdate oh Madre Santa, que jamás se oyó decir, que alguno
a Ti haya acudido, sin tu auxilio recibir».
Escrito por: Padre Juan Carlos Vásconez
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