..."Y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor". El Apocalipsis es el libro de nuestra esperanza. Al apóstol San Juan le fue revelado el futuro de los hombres y ese futuro es la Vida Eterna en la presencia de Dios. A veces su lectura nos puede parecer complicada, incluso nos causa temor pero a poco que leamos con el corazón veremos que es una muestra de la Misericordia del Padre: ese "mundo futuro" que recitamos en el Credo es un mundo en el que la pena no existe, el llanto ha sido desterrado y la muerte vencida por la Cruz de Cristo.
Vivimos
unos momentos muy duros, la pandemia hace que la muerte esté muy presente en
nuestros días, la pérdida de familiares y amigos oprime nuestra alma y se hace
difícil comprender qué está pasando. Por eso es necesario confiar plenamente en
Dios, recordar que es Padre y como tal nos tiene reservado un futuro lleno de
gracia y amor tal y como nos dice la Lectura de hoy: ..."Yo
seré Dios para él, y él será hijo para mi" ¿Hay mayor consuelo para
nuestro dolor actual? Los que nos han precedido en el tránsito a la vida
eterna ya lo saben, por eso debemos recordarlos con cariño en el convencimiento
de que nos aguardan para el reencuentro definitivo en la morada del Padre.
Recordemos
hoy a tantas víctimas de la enfermedad que han fallecido, pidamos a Dios por
ellos para que tengan vida eterna en comunión con toda la Iglesia. Confiemos en
el Señor para el que nada es imposible.
CIUDADANOS DEL CIELO
San Pablo
nos dice en cuatro líneas cómo es el futuro que nos aguarda: cuerpos gloriosos a semejanza de Cristo Resucitado,
llamados a la Vida Eterna, ciudadanos del Cielo.
Los
cristianos debemos vivir con la esperanza por bandera, sabiendo que por muy mal
que lo podamos pasar, por muy negras que sean las circunstancias que nos estén tocando
vivir, nos espera una vida de gloria, de gozo en el Señor porque Cristo venció
a la muerte para que nosotros tengamos vida eterna. Moriremos al mundo y
naceremos al cielo, esa es la maravillosa paradoja. Por eso, a pesar del dolor
y la tristeza que nos produce la pérdida de un ser querido debemos tener los
ojos puestos en la esperanza, en la promesa del mismo Jesús, de que hemos sido
llamados a la Vida Eterna, a ser "ciudadanos
del cielo".
YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA
¿Puede haber texto más hermoso, mas lleno de esperanza, que el que hoy
nos presenta la Liturgia? Conmemoramos a los Fieles
Difuntos y el Evangelio nos habla de VIDA.
No, no es una contradicción, es la realidad que Cristo vino a traer a la
tierra.
Imaginar
la escena por un momento: Jesús va a casa de su amigo Lázaro y se encuentra a
una familia desconsolada que está recibiendo los pésames de sus vecinos y
parientes. Marta, hermana del difunto, sale a recibir al Maestro con todo su
dolor y convencida de que el fatal desenlace no hubiera ocurrido si el Amigo
hubiera estado allí. Cristo la interpela y ella responde con una fe ciega en
Él, en su Palabra que conocía bien. Lo que viene después ya lo conocéis: Lázaro saldrá del sepulcro...
Allí
donde está Cristo está la vida. Donde Jesús mora viven la esperanza y la
alegría. Con Él se acabaron las tinieblas y se abrió paso la luz. Si de verdad
creyéramos en La Palabra, si la hiciéramos nuestra, la separación de un ser
querido sería motivo de gozo puesto que ya vive en presencia de Dios. Hoy es el
día para celebrar a los que fueron fieles a Dios, a los que compartieron su
paso por este mundo con todos nosotros. Es humano llorar su pérdida pero
debemos hacer el esfuerzo de superar la tristeza y ver con los ojos del alma
que con Cristo seremos resucitados. No digamos como Marta "Señor si hubieras estado aquí..." porque
a Cristo lo tenemos todos los días con nosotros en el sagrario, en la Escritura
y si lo tenemos con nosotros ¿por qué temer a la
muerte?
"Yo
soy la resurrección y la vida?... ¿Crees esto?" "Sí, Señor: yo creo
que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios". Pidamos
juntos al Señor por la memoria de todos los fieles difuntos que ya gozan de la
presencia del Padre para que intercedan por nosotros.
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