Es cierto que algunas personas corren el riesgo de reducir la religión a moralidad. Eso ocurre no solo en los debates teológicos, sino en el acto de examinar su propia vida espiritual en la oración.
También es
cierto que se puede enfocar acertadamente toda la vida espiritual como
moralidad si esa moralidad remite de forma continua y adecuada al Misterio de
Dios: una moralidad que emana de las inspiraciones
(hacia la perfección) que proceden de Dios, una moralidad que es respuesta de
la criatura, en cada momento, a ese Dios Trino.
Pero existe
una forma equivocada de reducir la religión, la vida espiritual, a moralidad.
En una religión en la que Dios ocupa muy poco espacio, muy poco interés, todo
acaba basculando a una visión moral de la vida: una
lista de licitudes e ilicitudes.
Lo ideal
sería haber planteado el sínodo alemán desde la santidad, desde los místicos,
desde las cumbres espirituales. Pero si planteamos el sínodo como un gran “diálogo del Pueblo”, corremos el riesgo de “democratizar” la moral.
Hay modos
adecuados de realizar un sínodo que sea un magno diálogo entre el Pueblo Fiel,
los grandes teólogos y los santos, bajo la guía de los pastores. Y hay modos
inadecuados de realizar un sínodo en los que llega a la cabeza lo que de la
cabeza partió, sin ninguna sorpresa.
Ya dediqué
hace tiempo varios posts, no pocos, a analizar el tema de qué es un sínodo y
los muchos modos de organizar un sínodo.
Todo esto se
hace más necesario si en un sínodo se plantea una cuestión que confronta la
Palabra de Dios, que propone un giro copernicano respecto a la patrística.
La teología
también es orden. Si un sínodo se alejara de una sana teología, el resultado
sería una desarmonía.
......................
Estoy tan
relajado mientras escribo este post, escuchando a Lully:
P. FORTEA
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