¿De qué manera podemos contrarrestar este modernismo tan presente en la Iglesia?
Por: Javier Navascués | Fuente: Catholic.net
En la Iglesia encontraremos siempre límpida la
sana y perenne doctrina, muy beneficiosa y saludable para nuestra alma. Nos
estemos ávidos de novedades, que son un veneno mortal.
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OTRAS “VERDADES” FUERA DE LA IGLESIA CATÓLICA ES LOCURA Y NECEDAD, COMO TAMBIÉN
LO ES DEJARSE EMBAUCAR POR LA TEOLOGÍA MODERNA, APESTADA DE HEREJÍAS.
A
es te respecto afirmaba Gregorio XVI en la “Singulari Nos”:
«Es muy deplorable hasta
qué punto vayan a parar los delirios de la razón humana cuando uno está
sediento de novedades y, contra el aviso del Apóstol, se esfuerza por saber más
de lo que conviene saber, imaginando, con excesiva confianza en sí mismo, que
se debe buscar la verdad fuera de la Iglesia católica, en la cual se halla sin
el más mínimo sedimento de error».
El P. Antonio Gómez Mir,
párroco de San Jordi de Barcelona y capellán de Hispania Martyr nos explica el
modernismo y sus causas desde su raíz, así
como las principales condenas del Magisterio de la Iglesia.
¿QUÉ
ENTENDEMOS POR MODERNISMO Y CUÁLES SON LAS NOTAS QUE LO DEFINEN?
El modernismo es una crisis
del pensamiento católico que se manifestó a finales del siglo XIX y
comienzos del XX, que pretendía conciliar la fe con algunos principios de la «filosofía moderna» y con ciertas teorías de la
crítica histórica.
Las notas principales que
lo definen son: agnosticismo, sentimentalismo, heredado del protestantismo
liberal, inmanentismo y la exaltación humanista. Para
entender su desarrollo habría que retrotraerse a Lutero, o incluso a Erasmo de
Rotterdam, que bien podría ser el primer modernista, el primer demócrata
cristiano. Ploncard d´Assac recoge una expresión muy esclarecedora: “Erasmo puso el huevo y Lutero lo empolló”.
El error protestante tuvo su versión laica en el
subjetivismo gnoseológico kantiano y, de aquí, en la doble orientación del
idealismo trascendental de Fichte-Schelling-Hegel, que subordinaba la religión
a la filosofía y del irracionalismo fideista (más cercano a Kant) de
Schleiermacher, que ponía la esencia de la religión en el «sentimiento» individual de lo divino.
La gravedad del error dogmático del modernismo
está toda ella en su principio fundamental. Es un cambio radical de la
noción misma de «verdad», de «religión» y de «revelación»: la
esencia de este cambio está en la aceptación incondicionada del «principio de inmanencia» que funciona como
fundamento del pensamiento moderno. Abandona la
verdad cristiana a la contingencia de la cultura humana y de la experiencia
subjetiva.
¿PODRÍA
CITAR LAS PRINCIPALES ENCÍCLICAS Y DOCUMENTOS ECLESIÁSTICOS QUE CONDENAN
EXPRESAMENTE EL MODERNISMO?
San Pío X publicó la Encíclica “Pascendi”, condenando la doctrina modernista. Constituyó un
acto magisterial único en su especie pues el Pontífice no sólo condenaba un
error, sino que, exhaustivamente y desde sus raíces más profundas exponía la
doctrina que condenaba. En efecto, las doctrinas modernistas no habían sido
presentadas por sus autores como un sistema orgánico. Sin embargo, en la Encíclica el Pontífice muestra cómo aquella amalgama de errores
responde a una raíz común que encierra grave peligro para la fe católica.
Fue precedida del decreto Lamentabili que
condena 65 proposiciones en su mayoría de obras de Alfred Loisy. Por la
naturaleza y profundidad del documento el historiador jesuita Ludwig Hertling
dijo que la Encíclica “Pascendi” es una obra
maestra en su género, digna de ocupar un puesto al lado del Tomus ad Flavianum
de León el Grande y del decreto tridentino sobre la justificación.
TAMBIÉN
DESTACA EL GRAN ASOMBRO QUE CAUSÓ ENTRE LOS MISMOS MODERNISTAS EL CONOCIMIENTO
PROFUNDO QUE EL PONTÍFICE MOSTRÓ TENER DE LA DOCTRINA QUE CONDENABA.
Antes que San Pío X, hay dos documentos
publicados conjuntamente por Pio IX (“Quanta cura” y el “Syllabus”) que
son fundamentales. Incluso “Mirari vos” y “Singulari
vos” de su predecesor,
otro gran Papa, Gregorio XVI son necesarios para comprender los precedentes. Se
podría afirmar que Pío IX combatió el error cuando se insinuaba en el mundo y
Pío X lo atajó cuando pugnaba por adueñarse de la Iglesia. Tienen
más de un siglo, pero para entender lo que pasa hoy en la Iglesia hay que
volver a leer estos documentos. De aquellos polvos, vinieron estos lodos.
¿POR
QUÉ SAN PÍO X DEFINIÓ EL MODERNISMO COMO EL COMPENDIO DE TODAS LAS HEREJÍAS?
Decía el admirado padre Santiago Ramírez O.P.
que las desviaciones doctrinales en materia religiosa en
nuestros tiempos modernos tienen por característica «el ser fundamentales y de
una cierta universalidad». Es
cierto que hubo momentos en la historia de la Iglesia que la herejía era
poderosa pero el error se circunscribía a uno u otro dogma o verdad de fe: la divinidad de Jesucristo, el pecado original, la
Presencia real de Cristo en el Sacramento del Altar... Ahora el error es
más radical, afecta a toda verdad de fe, porque pretenden reformular todo a la
luz de los nuevos tiempos. Por todo eso San Pío X calificó al modernismo de
compendio de todas las herejías, “omnium haereseon
collectum”
El P. Ramírez dice que el modernismo
invadió toda la religión cristiana, sometiéndola a una transformación radical, según las leyes de la evolución vital, que consiste en un puro
cambio. Se trataba de denostar todo intelectualismo, porque el intelecto es
radicalmente incapaz de percibir la realidad como es en sí. Es una de las notas
del modernismo: el agnosticismo.
La única vía de acceso a la verdad es la
experiencia individual, íntima. Puro inmanentismo. La revelación, la fe,
los dogmas todos no son más que vivencias más o menos conscientes y
transfiguradas de nuestra experiencia religiosa. Las fórmulas llamadas
dogmáticas carecen de todo valor y de toda verdad absoluta: son meros símbolos o imágenes de los objetos de nuestra
fe, creados por el sentido religioso. Son siempre provisionales y de un
valor puramente relativo. No existe ni puede existir una verdad absoluta. Todo
es puro cambio, como la vida misma. Por eso cambia eso que llamamos verdad, a
tenor de la vida y las circunstancias.
El modernismo -señala la
Pascendi- mina el carácter sobrenatural de la Iglesia «no desde fuera, sino
desde dentro… en sus mismas entrañas» Un
error como esté no afecta a una verdad de fe sino a todo el depósito de la fe
que custodia la Iglesia católica. Es la herejía de todas las herejías. No es un
tumor, es la metástasis…
¿QUIÉNES
FUERON LOS PRINCIPALES REPRESENTANTES DEL MODERNISMO?
Una reflexión sobre los aspectos existenciales
de los protagonistas de este naufragio espiritual –casi todos clérigos- retrata
muy bien las consecuencias del modernismo en la vida de un creyente.
Los máximos representantes del error fueron en
aquellos comienzos del siglo XX: Alfred Loisy, Blondel, el Barón
Friedrich von Hügel, íntimo amigo de Loisy y de Maurice Blondel, el P.
Duchesne, Albert Houtin,
sacerdote también y muy estudioso en el campo de la historiografía, Le
Roy y Marcel Héber,
en el campo de la filosofía. Mons. Mignot -más tarde arzobispo de Albi-, que
será siempre un defensor del movimiento, aunque procure moderar sus excesos; el
Abbé Birot, su futuro Vicario General. En Italia Romulo Murri,
considerado padre de la democracia cristiana, otros dos sacerdotes: Giovanni
Semeria y Ernesto Buonaiuti y un laico: Antonio Fogazzaro con su deletérea obra “El Santo”. En
Inglaterra el Padre George Tyrrell, hombre torturado de dudas.
Se dice que Alfred Loisy, el más importante de
ellos, perdió la fe ya en el Seminario, pero, en general, de los demás
modernistas que habían sido hombres de fe en un momento dado, pierden la fe.
Una frase suya tristemente célebre es el lamento: “Cristo
predicó el Reino de Dios, y lo que vino fue la Iglesia”. Afirmaba sin
rodeos que Cristo no quiso en ningún momento fundar la Iglesia. El Padre
Tyrrell, jesuita irlandés, concibió el modernismo como un cristianismo que
sintetizaría las verdades religiosas y las verdades de la ciencia moderna. Afirmaba que los dogmas debían irse adaptando con el tiempo de acuerdo
con las necesidades de la vida misma.
La Compañía lo expulsó en 1906. Sin un obispo
que lo incardinara en su diócesis, quedó suspendido a divinis. Tyrrell no se sometió
y esto le valió la excomunión. Se dice que al final de su vida, ya muy
enfermo, se le veía en la iglesia cercana a su casa, sentado en el último banco
llorando, posiblemente, por la fe perdida.
A partir de la Pascendi el movimiento se
dispersó. Tyrrell murió en 1909. Loisy pasó abiertamente al racionalismo
abandonando el sacerdocio y la Iglesia, como antes habían hecho ya Houtin,
Hébert y Murri y como habría de hacer más tarde Buonaiuti (1926), el último
representante del modernismo católico.
¿CUÁLES SON LAS IDEAS MODERNISTAS QUE SE
FUERON EXTENDIENDO HASTA NUESTROS DÍAS?
Las intenciones modernistas son de máxima
actualidad entre teólogos y pastores desde ya antes del Concilio Vaticano II y
también en sus peregrinas interpretaciones posteriores. Un intento de
reformulación de la fe para adaptarla al hombre moderno, para hacerla más
atractiva y cercana a sus problemas. Fue un intento de renovación de
la exégesis, de la historia y de la teología en la perniciosa estela de un
pensamiento que sospecha de todo dogmatismo y que estaba familiarizado con los
nuevos métodos de interpretación de los textos.
No sería comprensible la crisis modernista, sin
tener presente la generalización del racionalismo y del agnosticismo en el
pensamiento occidental, a partir de Kant. Tal pensamiento había ejercido un
fuerte influjo sobre la teología protestante alemana, gestando así en su seno
al llamado protestantismo liberal que acabó negando absolutamente todo: la inspiración de la Sagrada Escritura, los milagros, la
divinidad de Cristo, los sacramentos; y presentando la Biblia como una piadosa
colección de experiencias religiosas intimistas.
Para Sabatier, la esencia del cristianismo
reside «en una experiencia religiosa, en una
revelación íntima de Dios obrada por primera vez en el alma de Jesús de
Nazaret, que se verifica y repite, sin duda menos luminosa, pero claramente
reconocible, en el alma de todos sus verdaderos discípulos». Jesús sintió con Dios una
relación filial, mirándolo como a Padre. Es decir, Jesucristo se sintió hijo de
Dios, pero nada más. Así pues, los dogmas no serían más que la transposición de
las propias emociones en una noción intelectual que es su
imagen expresiva, su envoltura, y, por tanto, no hay duda de que siempre sería
un elemento variable y sujeto a cambio de dos errores: agnosticismo
e inmanentismo. El agnosticismo kantiano se difundió y muchos pensadores católicos fueron
salpicados por ese corrosivo impulso.
¿DE QUÉ MANERA PODEMOS
CONTRARRESTAR ESTE MODERNISMO TAN PRESENTE EN LA IGLESIA?
La fe de los modernistas es una creación
inmanente de la propia experiencia religiosa. Es decir, cuando
los modernistas hablan de fe, hablan de un conocimiento, que no puede
trascender el orden natural. La
teología y los dogmas sobran.
Un gran filósofo y teólogo italiano, el Padre
Cornelio Fabro, estimaba, en 1974, que la teología había sido reducida en
antropología. El «giro antropológico»
formulado por Karl Rahner ha impregnado la cultura teológica y filosófica
dominante del catolicismo contemporáneo. Los grandes maestros de la vida
ascética y mística, verdaderos hombres y mujeres de fe, en ninguna cosa ponen
más cautela que en estas internas mociones sentimentales, desconfiando de
ellas, llevados por la experiencia de lo difícil que es discernir los verdaderos
sentimientos religiosos y sobrenaturales de las ilusiones producidas por una
imaginación exacerbada, por los fantasmas de la exaltación pietista o incluso
por la debilidad de cabeza.
Quien no profese la fe
católica íntegramente debe rezar mucho y pedirla con lágrimas. Quien
la posea que la guarde con celo porque es un don que hemos recibido y que
llevamos en vasijas de barro. Siguiendo la imagen de San Pablo, cabe decir que
las vasijas son frágiles, se pueden quebrar y derramarse su contenido. Hay que
cuidar la fe: oración, sacramentos y estudio de la sana doctrina católica. La
teología modernista parte de un desprecio de la recta filosofía recomendada por
la Iglesia católica como base para los estudios teológicos; da primacía a la
experiencia íntima, con lo que reduce la fe sobrenatural a experiencia natural.
Volvamos a la vigorosa sencillez de la
abstracción aristotélico-tomista. No puede ser
teólogo quien no tuviera la fe verdadera, ni es verdadera teología la de los
herejes, pues en Teología no se procede sólo mediante la razón, sino también
mediante la fe, de la que no puede carecer quien aspire a hacer Teología.
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