jueves, 3 de enero de 2019

XLIX. LOS DEMONIOS Y LOS HOMBRES


537.     ––Se ha establecido que los ángeles, por voluntad divina, intervienen en la vida de los hombres ¿Puede afirmarse también que actúan sobre los seres inferiores a los hombres?
––Para conocer la respuesta a esta cuestión, que en la Suma contra los gentiles no trata directamente, debe tenerse en cuenta  que Santo Tomás sostiene que: «Dios rige los cuerpos inferiores mediante los cuerpos celestes».
Se explica, porque: «Así como en las substancias intelectuales hay unas superiores a otras, así también las hay en las substancias corporales. Mas las substancias intelectuales son regidas por las superiores, a fin de que la disposición de la divina providencia descienda gradualmente hasta lo más bajo, según se dijo (III, c. 78 y s.). Luego, por idéntica razón, los cuerpos inferiores son regidos por los superiores».
Da varios argumentos para probar esto último. Uno de ellos, basado en la Física de Aristóteles, es el siguiente: «Es necesario que el primer principio del movimiento sea algo inmóvil. Según esto, las cosas más cercanas a la inmovilidad deben ser motoras de las otras. Es así que los cuerpos celestes están más próximos a la inmovilidad del primer principio que los cuerpos inferiores, porque sólo se mueven con una especie de movimiento, el local, mientras que los otros cuerpos muévense con toda clase de movimientos. Luego, los cuerpos celestes son motores y rectores de los inferiores»[1].
No obstante, en este mismo lugar, recuerda que, como ha dicho al tratar del gobierno divino: «todo está regido por las substancias intelectuales»[2]. En la Suma teológica,  desarrolla esta tesis al responder a esta objeción: «En la escala de los entes, los inferiores son gobernados por los superiores. Más, entre los cuerpos, unos se dicen superiores y otros inferiores. Luego los inferiores son regidos por los superiores, y así no es necesario que lo sean por los ángeles»[3].
Responde Santo Tomás: «Esta razón se funda en la opinión de Aristóteles, según la cual los cuerpos celestes son movidos por las substancias espirituales, cuyo número intentó determinar por el número de movimientos que observó en dichos cuerpos. No puso, sin embargo, ningunas substancias espirituales que ejerciesen dominio inmediato sobre los cuerpos inferiores, si no es tal vez las almas humanas. Aristóteles pudo pensar de este modo porque no supuso en los cuerpos inferiores más operaciones que las naturales para las cuales les bastaba con el movimiento recibido de los cuerpos celestes».
Santo Tomás corrige a Aristóteles, porque precisa seguidamente: «como nosotros sabemos que se realizan en los cuerpos inferiores otras muchas operaciones, además de aquellas que les son naturales, para las cuales no es suficiente con el pode de los cuerpos celestes, por eso, según nosotros, es necesario admitir que los ángeles buenos ejercen inmediato dominio, no sólo sobre los cuerpos celestes, más también sobre los cuerpos inferiores»[4].
538.     ––¿Los ángeles, por consiguiente, gobiernan siempre todas las cosas?
––La acción de los ángeles en el mundo no es patente al conocimiento humano. No sólo no es perceptible, sino que tampoco se infiere de la naturaleza de los distintos entes. Además, para comprender la acción de los cuerpos materiales bastan las leyes de la naturaleza y en último término la moción divina. Con ellas se explican suficientemente sus acciones y  parece que sea necesario acudir a un influjo angélico.
Ciertamente los ángeles tienen un dominio sobre los cuerpos naturales, como prueba Santo Tomás en la Suma contra los gentiles y también en este pasaje de la Suma teológica, en el que se dice: «Como los ángeles inferiores, que tienen formas menos universales, son regidos por los superiores, así todas las cosas corporales son regidas por los ángeles. Y esto no sólo es doctrina de los santos doctores, sino también de todos aquellos filósofos que admitieron substancias incorpóreas»[5].
Sin embargo, la acción de los ángeles sobre los cuerpos es limitada, porque os ángeles buenos o malos no sólo no tienen poder creador, que es exclusivo de Dios, sino tampoco el poder de transformar substancialmente las cosas. Queda probado, porque: «es evidente que lo hecho se asemeja al que lo hace, porque todo agente hace algo semejante a sí. Y, así, lo que hace las cosas naturales ha de ser semejante al compuesto producido, bien sea porque es específicamente el mismo compuesto, como el producir  el fuego, fuego; o porque todo el compuesto, en cuanto a su materia y forma, está contenido dentro de la virtud del que lo hace, lo cual no puede afirmarse más que de Dios. Así, pues, todo acto de recibir la materia nuevas formas, viene, o directamente de Dios, o de algún agente corpóreo, pero no directamente del ángel»[6].
Sin embargo, los ángeles con una sabia utilización de las causas naturales, desconocida por los hombres, pueden hacer que sus efectos naturales se produzcan de un modo distinto al habitual, por ejemplo, con mayor eficacia o con menos tiempo. De manera que: «Las potestades espirituales pueden hacer aquellas cosas que se hacen visiblemente en este mundo, utilizando por movimiento local los gérmenes de los cuerpos»[7].
Más adelante, al tratar la cuestión de las tentaciones de los demonios, lo explica con más detalle. Después de recordar que ya se ha dicho que: «la materia corporal no obedece a la voluntad de los ángeles, ni buenos ni malos, para que los demonios por propio poder puedan hacerla pasar de una forma a otra», advierte que, sin embargo: «pueden utilizar ciertos gérmenes que se encuentran en los elementos materiales, como dice San Agustín para producir tales efectos (Sobre la Trinidad, III, 8, 13). Por esto, puede decirse que todos los cambios de las cosas corporales, que pueden hacerse por poderes naturales, entre los cuales están los gérmenes mencionados, pueden hacerse por la operación de los demonios utilizando tales gérmenes (…) Pero los cambios de las cosas materiales que no pueden realizarse por el poder de la naturaleza, de ningún modo pueden hacerse en realidad por la acción de los demonios, como que el cuerpo humano se convierta en cuerpo de bestia o que un cuerpo muerto resucite. Y si alguna vez parece hacerse  esto por virtud de los demonios no es así en realidad, sino sólo en apariencia».
539      –– ¿Cómo causan los ángeles buenos o malos las apariencias de algo que no es real?
            ––Las apariencias provocadas por un  ángel pueden ser debidas a dos causas distintas. La primera: «puede tener su origen dentro del hombre, en cuanto que el demonio es capaz de alterar la imaginación humana, e incluso los sentidos hasta tal punto que les haga percibir algo como real, sin ser tal (…) lo cual dicese que puede incluso acontecer algunas veces por el poder de ciertas cosas naturales», como son los trastornos mentales o ciertas substancias.
La segunda causa de la apariencia es externa, porque también: «puede tener un origen exterior al hombre. Pues, pudiendo el demonio formar con el aire un cuerpo de cualquier forma y figura para aparecer visiblemente revistiéndose él mismo de él, puede del mismo modo revestir a cualquier objeto corpóreo con cualquier forma corpórea, de tal modo  que se vea dicho cuerpo bajo tal forma».
Advierte seguidamente que también: «Este es el sentir de San Agustín cuando dice que “lo fantaseado por el hombre, sea pensando o soñando, que varía tanto como los innumerables géneros de seres, se presenta a los sentidos ajenos como revestido de cuerpo bajo la forma de algún animal” (La ciudad de Dios, XVIII, 18, 2). Lo cual no ha de entenderse como si el poder de la fantasía del hombre o su misma representación individual revestida de cuerpo se manifestase a los sentidos de otro; sino en cuanto que el demonio que puede formar una representación en la fantasía de un hombre, puede también presentar a los sentidos de otro hombre una imagen semejante de esta representación»[8].
El ángel  no puede reemplazar las causa naturales con otras que haya creado, que es un poder que posee únicamente Dios. Podría compararse su influjo, que no se debe a que por su voluntad se transformen unos seres materiales en otros, sino a la  utilización inteligente de las causas naturales, con el trabajo de los cocineros. Los alimentos «no obedecen a la voluntad de los cocineros por el hecho de que, según ciertas reglas del arte culinario, consigan por medio del fuego cierto modo de cocción que no produciría el fuego por sí solo»[9].
540.     ––Parece ser que los ángeles pueden mover localmente a las cosas y a los hombres. En la Escritura se encuentran muchos casos, por ejemplo, el del diácono Felipe, quien después de bautizar a un funcionario de Etiopía, para confirmar la fe del convertido, fue arrebatado por un ángel y se encontró instantáneamente a unos cuarenta kilómetros del lugar[10]. ¿Cómo explica el Aquinate estas acciones de los ángeles?
––Lo explica Santo Tomás, por una parte, desde la posibilidad, que los ángeles tienen de mover localmente  todas las cosas, porque: «tienen un poder menos restringido que el de las almas. Vemos, en efecto, que el poder motriz del alma se concreta al cuerpo a ella unido, al cual vivifica y mediante el cual puede mover otros cuerpos. En cambio, la virtud del ángel no está circunscrita a cuerpo alguno, pudiendo, por tanto, mover localmente cuerpos a los que no está unida»[11].
Por otra parte, por la capacidad de las mismas cosas de recibir el cambio de lugar, porque en ellas: «se dan en los cuerpos más movimientos locales que los que proceden de sus formas; como el flujo y reflujo del mar, que no proceden de la forma substancial del agua, sino del influjo de la luna. Con mayor razón pueden proceder tales movimientos del influjo de substancias espirituales[12].
Como consecuencia: «Los ángeles, causando antes el movimiento local, pueden causar mediante él otros movimientos, sirviéndose para ello de agentes corpóreos, mediante los cuales producen tales efectos, como se sirve el herrero del fuego para ablandar el hierro»[13].
541.     ––¿En la limitación del dominio de  los ángeles sobre los cuerpos están excluidos los milagros?
––Ni los ángeles buenos ni los malos pueden hacer milagros por ellos mismos, Sólo pueden realizar milagros, al igual que los hombres, como meros instrumentos de Dios. Se comprende, porque: «milagro es, propiamente, un hecho realizado fuera del orden de la naturaleza. Pero no basta para esto que se haga algo fuera del orden de una naturaleza particular; porque entonces, al lanzar una piedra hacia arriba, se haría un milagro, puesto que esto es fuera del orden de la naturaleza de la piedra. Se entiende por milagro aquello que se efectúa fuera del orden de toda la naturaleza creada».
Es innegable que: «esto no puede hacerlo más que Dios; porque cualquier cosa que haga el ángel, o cualquier otra criatura, con su propio poder, cae dentro del orden de la naturaleza creada, y, por tanto, no es milagro. Es, pues, evidente que sólo Dios puede hacer milagros»[14].
De manera que si: «se dice que algunos ángeles pueden hacer milagros, o porque los hace Dios por su intercesión, como se dice también que los hacen los santos, o porque desempeñan algún ministerio al hacerse los milagros, por ejemplo, reuniendo las cenizas en la resurrección común o haciendo algo parecido»[15]. Nunca los hacen por su poder, porque: «aunque los ángeles pueden hacer algo fuera del orden de la naturaleza corpórea, nada pueden hacer, sin embargo, fuera del orden de toda la naturaleza creada; lo cual se requiere para el concepto de milagro»[16].
Santo Tomás deja muy claro que: «tomado el milagro en sentido estricto, no pueden hacerlos los demonios ni criatura alguna, sino sólo Dios; porque milagro propiamente es lo que se hace excediendo el orden de toda la naturaleza creada; y todo poder creado está contenido bajo este orden».
 Sin embargo, otras veces: «se entiende también por milagro, en sentido lato, aquello que sobrepasa el poder y la admiración de los hombres. Y en tal sentido pueden los demonios hacer milagros, es decir, cosas que admiran los hombres porque exceden su propio poder y conocimiento; pues incluso un hombre, al hacer algo que sobrepasa el poder y conocimientos de otros, le causa admiración, hasta el punto de hacerle creer que lo hace milagrosamente».
No obstante, advierte Santo Tomás, que sorprenden, porque: «aunque tales obras de los demonios, que a nosotros nos parecen milagros, no llegan a la categoría de verdaderos milagros, son, no obstante, algunas veces cosas verdaderas y reales. Así, por ejemplo, los magos de Faraón hicieron por virtud de los demonios verdaderas serpientes y ranas (Cf. Ex 7, 11; 8, 7); “y cuando cayó fuego del cielo y en un abrir y cerrar de ojos consumió la familia y los ganados de Job, y la tempestad destruyó su casa y mató a sus hijos. Cosas que fueron hechos de Satanás –como dice San Agustín–, no fueron meras alucinaciones” (San Agustín, La ciudad de Dios, XX, c. 19)»[17].
542.     ––Sostiene San Pablo que: «nosotros no tenemos que luchar contra la carne y la sangre, sino contra los principados y potestades, contra los adalides de estas tinieblas del mundo de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos  esparcidos en  los aires»[18]. ¿Por qué  Dios permite este ataque de  los ángeles malos a los hombres?
––Los demonios actúan en la vida de los hombres y la razón que da Santo Tomás  es la siguiente: «en el plan de la Providencia divina entra el procurar el bien de los seres. Dios procura el bien de los seres superiores por medio de los inferiores. Dios procura el bien del hombre de dos maneras. Una, directamente, esto es siempre que alguien es atraído al bien o alejado del mal. Esto es hecho dignamente por los ángeles buenos», y, de una manera especial por los ángeles custodios.
La otra manera que Dios hace el bien al hombre lo es, en cambio: «indirectamente, o sea, cuando alguno que es atacado se esfuerza en rechazar al adversario. Esta manera de procurar el bien del hombre fue conveniente que se llevara a cabo por medio de los ángeles malos, a fin de que, después de su pecado, no quedasen totalmente excluidos de colaborar en el orden del universo». De ello, se infiere que: «los demonios deben tener dos lugares de tormento: Uno por razón de su culpa: el infierno; otro por razón de las pruebas a las que someten a los hombres: la atmósfera tenebrosa».
Sobre esta situación precisa Santo Tomás que: «la obra de procurar la salvación de los hombres durará hasta el día del juicio. Por lo tanto, hasta entonces deberá durar el ministerio de los ángeles y la función de los demonios». La acción realizada por los ángeles buenos es encargada por Dios, en cambio la de los  ángeles es exclusivamente propia, aunque permitida por Dios.
Concluye que, por ello: «hasta entonces nos serán enviados los ángeles buenos. Y hasta entonces estarán también los demonios en nuestro aire tenebroso para someternos a prueba; si bien algunos están ya en el infierno para atormentar a los que arrastraron al mal, como también hay ángeles que están en el cielo en compañía de las almas santas. Pero, a partir del día del juicio, todos los malos, hombres o ángeles, estarán en el infierno; y todos los buenos, en el cielo»[19].
También al comentar este versículo de San Pablo, nota Santo Tomás que los demonios: «son poderosos y grandes, y por eso tienen un gran ejército, contra el que tenemos que pelear». Además, se pregunta sobre este ejército de  ángeles malos, que: «habiendo caído entreverados algunos de todos los órdenes angélicos, ¿por qué hace mención el Apóstol de estos órdenes, llamándolos demonios? Respondo: tres cosas hay que considerar en los nombres de los órdenes angélicos; porque en unos se atiende más al orden, en otros al poder, en otros al ministerio divino: así, por ejemplo en los nombres de Querubines, Serafines y Tonos, lo que hace al caso es su conversión a Dios; más siendo los demonios enemigo de Dios, no les cuadran estos nombre».
Al igual que los nombres de los coros de la jerarquía suprema, lo mismo puede decirse de dos de la jerarquía media, porque: «las Virtudes y Dominaciones dicen orden al servicio de Dios, y, por consiguiente, tampoco estos nombres son apropiados a los demonios». Con relación a la jerarquía ínfima, tampoco: «los nombres como Ángeles y Arcángeles, dicen orden a un ministerio divino, y tampoco estos nombres les cuadran a los demonios, a no ser con el aditamento de “Satanás”». Sólo quedan dos, «que son comunes a buenos y malos, Principados y Potestades», el orden primero de la tercera jerarquía, y el tercero de la segunda jerarquía. La razón es porque los demonios: «son poderosos y grandes, y por eso tienen un gran ejército, contra el que tenemos que pelear»[20].
543.     ––¿Cómo es el ataque de demonios  a los hombres?
            ––Explica Santo Tomás que: «en los combates de los demonios se deben considerar dos cosas, a saber: el combate mismo y su ordenación». En cuanto a lo primero, aclara que: «el combate procede ciertamente de la malicia del demonio, que por envidia trata de impedir el provecho de los hombres y por soberbia usurpa una semejanza del poder divino, sirviéndose de ministros determinados para combatir a los hombres, como los ángeles buenos están al servicio de Dios en determinados oficios para la salvación de los hombres».
            Respecto a lo segundo, expone lo siguiente: «el orden del mismo combate viene de Dios, que sabe usar ordenadamente de los males encaminándolos al bien. En cambio, por lo que se refiere a los ángeles buenos, tanto la guarda como el orden de la misma se han de atribuir a Dios como primer autor»[21].
El combate de los demonios a los hombres es de dos maneras. «La una, instigándolos a pecar; y cuando tientan de este modo no son enviados por Dios para combatir, si bien alguna vez se les permite por justos juicios de Dios».
Para la exposición de la segunda, recuerda Santo Tomás lo ocurrido al final de la vida de Achab, rey de Israel, porque su muerte ignominiosa fue debida a las mentiras de los falsos profetas, movidos por un ángel maligno. La explicación es la siguiente: «La otra manera de combatir a los hombres es castigándolos, y para esto si son enviados por Dios, como fue enviado el espíritu falaz a castigar a Achab, rey de Israel, según se dice en la Sagrada Escritura (1 Re 22, 20 ss.); porque el castigo puede venir de Dios como de primer autor. No obstante, los demonios enviados para castigar castigan con intención distinta de aquella con que son enviados; porque ellos castigan por odio o envidia, mas Dios los envía en un plan de justicia»[22].
Sin embargo, nota finalmente Santo Tomás que: «Para que no haya desigualdad en la lucha, el hombre es confortado principalmente con el auxilio de la gracia de Dios y secundariamente con la guarda de los ángeles; viene a este propósito lo que decía Eliseo a su ministro: “No temas, porque más son los que están  con nosotros que los que están con ellos” (2 Re 6, 16)»[23].
544.     ––¿En qué consiste la tentación diabólica?
            ––En el lenguaje corriente «tentar» tiene tres sentidos, dos de ellos relacionados, El primero es el de ser apetecido o deseado. Así, por ejemplo, se dice: «Esa comida me tienta». El segundo es el de inducir a hacer algo, que no es conveniente, pero que se muestra de manera que sea apetecible. Por ejemplo, «tentar a beber». El tercero, sin conexión directa con los anteriores,  es el de «palpar», tocar algo para advertir su presencia o lo que es. En este tercer sentido, se utiliza especialmente el término cuando se refiere a algo, que no se puede ver,
            Para explicar lo que es la tentación en general Santo Tomás le da un sentido parecido a este último. «Tentar» sería «propiamente hacer examen de alguno a quien se le pone a prueba para descubrir algo acerca de él. El fin próximo, pues, del que tienta es saber». De este sentido se derivan otros dos específicos, porque: «a veces, se busca, además del saber, algún otro fin, bueno o malo». Tentar, por un fin bueno, se da «al intentar saber cómo es uno respecto de la ciencia o de la virtud con la intención de estimularle al bien». Hacerlo por un fin malo es, en cambio: «si se quiere saber esto mismo para engañarle o inducirle al mal».
            El hombre puede tentar con un fin malo, cuando intenta poner a prueba algún atributo de Dios para confirmar su existencia o por dudar de él. Por ello «se dice del hombre que unas veces tienta con el único fin de saber, y por eso se dice que tentar a Dios es pecado, porque el hombre presume al hacerlo; como dudando, explorar el poder de Dios». Lo hace asimismo con un fin malo, cuando instiga a otro hombre «para dañar». Por el contrario, el fin es bueno, si «el hombre tienta para ayudar» a otro.
            Por tanto, el hombre puede tentar, en este sentido, con fines buenos y malos. En cambio: «el diablo tienta siempre para dañar, precipitando al pecado»[24]. San Pablo define, por ello,  al diablo como «el tentador»[25]. Santo Tomás indica que: «el oficio del diablo es tentar»[26]. También que: «Este es el sentido en el que se dice que el tentar es oficio propio de los demonios, porque, aunque también el hombre alguna vez tienta de este modo, lo hace como ministro del demonio», al que imita.
            Por el contrario: «se dice que Dios tienta para saber, pero del modo en que se dice que viene El a saber lo que hace que otros conozcan. Así se dice en: “El Señor Dios vuestro os tienta a fin de que se haga manifiesto si le amáis” (Dt 13, 3s)”». Dios conoce las disposiciones del hombre, porque es omnisciente, si hace que se manifiesten es para que el mismo hombre las conozca.
            Por último, indica que en este sentido que le ha dado a la tentación: «la carne y el mundo se dice que tientan como instrumentos materialmente, es decir, en cuanto puede conocerse cuál sea el hombre por el hecho de seguir o de resistir a las concupiscencias de la carne o por despreciar las cosas prósperas y adversas del mundo, de las cuales se sirve también el demonio para tentar»[27].
Complementa esta doctrina sobre la tentación diabólica, el comentario de Santo Tomás a las  palabras de San Pablo: «Fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que de la misma tentación os hará sacar provecho para que podáis sosteneros»[28]. Escribe que el Apóstol con la expresión «fiel es Dios»: «quiere decir que Dios está preparado para acudir al tentado; donde a Dios lo hace valer como ayudador, por darnos el poder de resistir». Es patente que: «Dios, por darnos poder para no ser vencidos, gracia para merecer, y constancia para vencer, con toda verdad es fiel»[29].
545.     ––El ángel malo es el que instiga al hombre al mal, al pecado ¿Todos pecados del hombre son cometidos  por tentación del demonio?
            ––De una manera directa: «el diablo no es causa de todos los pecados, porque no todos los pecados se cometen por instigación directa del diablo, sino que algunos provienen del libre albedrío y de la corrupción de la carne», o naturaleza dañada por el pecado, que hace que tenga malas inclinaciones y malos deseos, «a los que acompaña gran desorden si no son frenados por la razón (…) pero el frenar y ordenar tales apetitos es materia del libre albedrío». El hombre, por consiguiente, para hacer el mal no necesita la acción directa del demonio.
            En cuanto a los pecados, que provienen directamente del demonio: «por su instigación, para consumarlos: “se dejan los hombres seducir en tal acto por el mismo estímulo por el que se dejaron los primeros padres”, como dice San Isidoro (Libros de las Sentencias, III, c. 5)».
            Sin embargo, de modo indirecto: «se debe decir que el diablo es causa de todos nuestros pecados, por haber instigado al primer hombre a pecar, de cuyo pecado se siguió en todo el género humano cierta inclinación a todos los pecados»[30].
546.     ––Además de las tentaciones, parece ser que, según lo dicho,  hay  otras formas posibles de la acción diabólica  como «infestaciones», o actuaciones sobre cosas (casas, lugares, animales, etc.), «obsesiones diabólicas», o actuaciones  más fuertes y continúas que la tentaciones («asedios», externos o internos, «influencias», sobre el cuerpo o sobre las facultades del alma, y las «sujeciones», o sometimientos deliberados) y «posesiones diabólicas», en las que el demonio entra en el cuerpo de la víctima y la maneja como un instrumento[31]. ¿El Aquinate trata estas acciones diabólicas?
            ––Antes de la redacción de la Suma contra los gentiles, Santo Tomás había escrito, en el Comentario a las Sentencias, el artículo titulado «Si los demonios pueden entrar dentro del cuerpo de los hombres». A esta cuestión, responde en el mismo: «En virtud de su naturaleza, los ángeles buenos y malos tienen potestad para transponer nuestros cuerpos y también otros cuerpos naturales. Precisamente porque operan allí donde están, entran en nuestros cuerpos y hacen una impresión en las potencias que están unidas a los órganos, pues las modificaciones de tales potencias, como los sentidos, la imaginación y otras semejantes, se modifican al modificarse los órganos. Así pues, su operación resulta accidentalmente influyente en el intelecto, pues el objeto del intelecto es la imaginación, como el objeto de la vista es el color, según dice Aristóteles (Sobre el alma, III). Sin embargo, tal encadenamiento no llega hasta la voluntad, pues ni en cuanto al acto, ni en cuanto al objeto, depende de un órgano corpóreo; porque la voluntad recibe su objeto propio del intelecto, en tanto el intelecto aprehende algo bajo la razón de bien»[32].
Los demonios no pueden influir directamente iluminando el entendimiento humano como los ángeles buenos. Se comprende, si se tiene en cuenta que: «La parte interior del hombre es intelectiva y sensitiva. La parte intelectiva contiene el entendimiento y la voluntad. Pues bien, el entendimiento, por su propia inclinación, se mueve cuando algo  lo ilumina en orden al conocimiento de la verdad. Esto ciertamente no lo intenta el demonio, sino más bien entenebrece la razón para que consienta al pecado. Esta tenebrosidad proviene de la imaginación o del apetito sensitivo. Luego toda la operación interior del demonio se ejerce sobre la imaginación y el apetito sensitivo, moviendo los cuales puede inducirnos a pecado, bien presentando a la imaginación alguna forma imaginaria, bien estimulando el apetito sensitivo a alguna pasión»[33].
Aunque los ángeles puedan influir en el entendimiento humano, al igual que los demonios, no pueden conocer los pensamientos del hombre, ya que no pueden penetrar en su alma. «Conocer los pensamientos del interior sólo es propio de Dios. Algunos de ellos los podrían conjeturar los ángeles a partir de los signos exteriores del cuerpo, por ejemplo, por el cambio del rostro –como se dice: “En el rostro del hombre se lee la voluntad secreta”– y por el movimiento del corazón, como por el tenor de las pulsaciones los médicos conocen las pasiones del alma»[34].
547.     ––Según algunos testimonios, a veces el poseso siente como dos espíritus que combaten en su cuerpo, su espíritu propio y el espíritu demoníaco. Si «dos espíritus creados no pueden estar en un mismo lugar»[35] ¿Cómo se explica está situación de la posesión?
            ––El alma espiritual y el espíritu angélico malo pueden estar en el mismo cuerpo, pero están de distinta manera. «El alma está en el cuerpo no como en un lugar, sino como la forma en la materia; por eso el alma y el demonio no ejercen influencia en el cuerpo del mismo modo; por lo tanto, pueden estar juntamente en el mismo cuerpo sin confundir las operaciones»[36].
Con más detalle, explica Santo Tomás: «Estar dentro de algo es estar dentro de sus términos. El cuerpo tiene unos términos de dos maneras: en cuanto a la cantidad y en cuanto a la esencia. Por tanto, el ángel, que obra dentro de los términos de una cantidad corpórea, penetra en el cuerpo, pero no de modo que esté dentro de los límites de su esencia, ni como una parte ni como un poder que da el ser –porque el ser viene sólo de Dios por creación–. Mas la substancia espiritual no tiene términos de cantidad, sino sólo de esencia; y por eso sólo entra en ella el que da el ser, a saber, Dios creador, quien tiene una acción intrínseca en orden a la esencia; pero las otras operaciones son añadidas a la esencia; por eso no se dice que el ángel que ilumina está en el ángel y en el alma, sino que obra desde fuera»[37].
No obstante, dado que  los demonios tientan con  malos pensamientos e incitan al mal parece que penetren en el entendimiento y en la voluntad. No es así, en primer lugar, porque, aunque: «los ángeles malos introducen malos pensamientos, como ya se ha dicho, a saber, dando luz a las imágenes, para que según las distintas mezclas de ellas, puedan  surgir nuevos conceptos. Sin embargo, el intelecto no está constreñido a recibirlas, porque para un conocimiento actual, además del objeto y de la potencia que conoce, se exige la intención del que conoce».       
Indica Santo Tomás que: «Los ángeles buenos, también pueden imprimir algo directamente en el intelecto, porque según San Agustín (La ciudad de Dios, IX, 10, 16), obran en nuestras inteligencias de diversos modos maravillosos. Esto ocurre en cuanto que la luz de nuestro intelecto agente es reforzada por la luz intelectual de los ángeles buenos». Por el contrario, añade: «no ocurre con los ángeles malos, porque aunque su luz natural es más eficaz que nuestra luz intelectual, no han sido perfeccionados por la luz de la gracia, sino que están dentro de las tinieblas de la culpa, y por esto no tienden a cambiar el juicio de nuestra razón, confirmándolo con una luz intelectual, sino que nos muestran cosas por las que seamos engañados, lo cual hacen iluminando las imágenes»[38].
En segundo lugar, tampoco los demonios invaden la voluntad humana. Ciertamente: «Los demonios son llamados incentivadores, en cuanto hacen hervir la sangre, y así disponen el alma para la concupiscencia –al igual que algunos alimentos excitan la lujuria». Sin embargo: «Influir en la voluntad es propio sólo de Dios, y la razón es la libertad de la voluntad, que es dueña de sus actos, y no es obligada por el objeto, al modo como el intelecto es obligado por la demostración. De lo cual queda claro que los demonios influyen en las imágenes, los ángeles buenos en el entendimiento y sólo Dios en la voluntad».
Por todo ello, la Iglesia pide a Dios que nos defienda  de las asechanzas del demonio, tal como se reza en la letanía de los santos –«De las insidias del diablo. Libramos señor»–; o en la oración que se rezaba al final de la Misa –«San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tú Príncipe de la Milicia Celestial, arroja al infierno con el divino poder a Satanás y a los demás espíritus malignos que vagan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén»–.
Eudaldo Forment

[1] Santo Tomás de Aquino, Suma contra gentiles, III, c. 82.                                                                        
[2] Ibíd. Véase: ibíd. III, c. 78.                                                                          
[3] ÍDEM, Suma teológica, I, q. 110, a. 1, ob. 2.
[4] Ibíd. I, q. 110, a. 1, ad. 2.
[5] Ibíd., I, q. 110, a. 1, in c.
[6] Ibíd., I, q. 110, a. 2, in c.
[7] Ibíd., I, q. 110, a. 4, ad 3.
[8] Ibíd., I, q. 114, a. 4, in c.
[9] Ibíd., I, q. 110, a. 2         , ad 3.
[10] Hch 8, 39-40
[11] Santo Tomás DE AQUINO, Suma teológica , I, q. 110, a. 3, ad 3.
[12] Ibíd., I, q. 110, a. 3, ad. 1.
[13] Ibíd., I, q. 110, a. 3, ad. 2
[14] Ibíd., I, q. 110, a. 4, in c.
[15] Ibíd., I, q. 110, a. 4, ad 1.
[16] Ibíd., I, q. 110, a. 4, ad 4.
[17] Ibíd., I, q. 114, a. 4, in c.
[18] Ef 6, 12.
[19] Santo Tomás DE AQUINO, Suma teológic , I, q. 64, a. 4, in c.
[20] ÍDEM, Lectura a la Epístola de San Pablo a los Efesios, c. VI, lec. 3.
[21] Santo Tomás DE AQUINO, Suma teológica, I, q. 114, a. 1, in c.
[22] Ibíd., I, q. 114, a. 1, ad 1.
[23] Ibíd., I, q. 114, a. 1, ad 2.
[24] Ibíd., I, q. 114, a. 2, in c.
[25] Tes 3, 5. Véase: Santo Tomás, Suma teológica, I, q. 114, a. 2, sed c.
[26] Santo Tomás, Comentario a la Epístola de San Pablo a los tesalonicenses, c. III
[27] ÍDEM, Suma teológica, I, q. 114, a. 2, in c.
[28] 1 Co 10, 13.
[29] ÍDEM, Comentario a la Primera Epístola a los Corintios, c. X, lec. 3.
[30] ÍDEM, Suma teológica, I, q. 114, a. 3, in c.
[31]Véase: Gabriele Amorth, Habla un exorcista, Barcelona, Planeta, 1998; y Teresa Porqueras, Cara a cara con Satanás, Vivencias de Fray Juan José Gallego Salvadores, O.P., Alcoletge (Lérida), Apostroph, 2016.
[32] Santo tomás de Aquino, Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo, In II Sent.,  d. 8, q. un, a. 5, in c.
[33] ÍDEM, Suma teológica, I-II, q. 80, a. 2, in c.
[34] ÍDEM, Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo In II Sent.,  d. 8, q. un, a. 5, ad 5.
[35] Ibíd., In II Sent.,  d. 8, q. un, a. 5, ob. 2.
[36] Íbid., In II Sent.,  d. 8, q. un, a. 5, ad 2.
[37] ÍDEM, In II Sent.,  d. 8, q. un, a. 5, ad 3.
[38] ÍDEM, In II Sent.,  d. 8, q. un, a. 5, ad 6.

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