A veces nos encerramos en nosotros mismos pidiendo
cosas y ayudas para esta vida, olvidándonos de Dios, del prójimo y de las cosas
que benefician a nuestra alma.
Hay un
refrán popular que reza “Solo se va al pozo cuando
tiene agua”, y desgraciadamente a veces solo hacemos oración o nos
dirigimos a Dios cuando tenemos un problema tan grave que no encontramos la
manera de resolverlo solos. También nos acordamos de Dios cuando queremos algo:
una nueva casa, un nuevo coche, que nos consiga un
trabajo, etc. en ocasiones muy poco nos acordamos de Él para alabarlo por las
maravillas que hace todos los días. Es necesario poner a Dios primero en
nuestra oración, porque Él nos lo da todo y es infinitamente generoso. Si le
damos las gracias a un mesero porque nos sirvió un café en un restaurante, ¿No tenemos acaso una obligación infinitamente más grande
con el Sumo Creador, que nos da vida, la luz del sol, el aire que respiramos y
que lo ha hecho sin tener ninguna obligación? Nuestra oración debe
comenzar por Él y no por nosotros.
Ahora
bien, es perfectamente válido pedirle a Dios lo que necesitamos, Jesucristo nos
ha enseñado a hacerlo y a tenerle confianza y solicitarle lo que nos hace
falta: “Yo os digo: «Pedid y se os dará; buscad y
hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que
busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre vosotros que,
si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un
huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas
buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo
a los que se lo pidan!” (Lc 11, 9-13) El problema está en que a veces
únicamente le pedimos cosas materiales y temporales ¿Y dónde dejamos a nuestra
alma? El Santo Cura de Ars en su Sermón sobre la Oración dice “Podéis pedir cosas temporales… mas siempre con la
intención de que os serviréis de ellas para gloria de Dios, para salvación de
vuestra alma y la de vuestro prójimo; de lo contrario, vuestras peticiones
procederían del orgullo o de la ambición; y entonces, si Dios rehúsa concederos
lo que le pedís, es porque no quiere perderos.”
Es
importante reflexionar que antes de pedir cualquier cosa temporal, hay que
pensar en pedirle a Dios que perdone nuestras faltas y las ofensas que contra
él hemos cometido. Como seres humanos podemos muy poco. Tendemos a ser débiles,
a que nos falte voluntad, generosidad, Fe. ¿Qué
hacer entonces? ¡Pues pedirle su ayuda! Rogarle que haga del nuestro un
corazón generoso, que nos ayude a tener más y más fe. Esto lo expresa muy
bellamente (y puedes llevarlo a tu oración si te faltan palabras) el Papa
Clemente XI en el primer párrafo de su “Oración Universal”:
“Creo en Tí, Señor, pero ayúdame a creer con más firmeza; espero en Ti, pero
ayúdame a esperar con más confianza; te amo, Señor, pero ayúdame a amarte más
ardientemente; estoy arrepentido, pero ayúdame a tener mayor dolor”
Si
ponemos primero a Dios en nuestra oración, entonces vamos por el camino
correcto. Y podemos pedirle cosas para nosotros, pero… ¿Y
qué pasó con el mandamiento del señor en el que nos pide que amemos al prójimo
como a nosotros mismos? Recuerda aquel pasaje del Evangelio que dice: “…«¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?» Jesús
le contestó: «El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el
único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma,
con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos.» Mc12,
28-31
Como ya vimos, en nuestra primera parte de la oración siempre es buena
idea comenzar por Dios alabándole, glorificándole y dándole gracias por todo lo
que nos da cada día. En eso comenzamos a cumplir el primer Mandamiento, pero si
de inmediato nos ponemos a pedir cosas para nosotros, estamos dejando la
caridad a un lado y no estamos cumpliendo bien el mandamiento de amar al prójimo
como a uno mismo”.
Siempre
es bueno tener en nuestro Cuaderno de oración una lista de personas e
intenciones y pedir por nuestros seres más amados.
También
podemos incluir a alguna obra de apostolado que conozcamos para que rinda
buenos frutos. Podemos pedir por las personas que sabemos que están sufriendo,
que tienen alguna necesidad, que están solas, que están enfermas o en la
cárcel. Y bueno, aunque no tenemos obligación de hacerlo, podemos pedir por
nuestros enemigos. Hacerlo es “de mucha perfección”,
decía Santo Tomás de Aquino.
Tras
pensar seriamente en lo que hemos escrito, a nadie le sorprenderá que el Padre
Nuestro sea la oración más perfecta, pues alabamos, glorificamos y le pedimos a
Dios lo que nos hace falta, y lo hacemos en el orden más perfecto. Te
recomendamos que leas la explicación del Padre Nuestro.
Y tras
alabar y glorificar a Dios en nuestra oración y pedirle por otros, ya habrá
pasado un buen tiempo ¿Y luego dice uno que “no
sabe qué decir en la oración” o que “esa media hora en el oratorio es demasiado
larga”? Bueno, pues es que a veces no hacemos bien nuestra oración y nos
parece un tiempo interminable tal vez porque somos demasiado egoístas. Si
viéramos un poco hacia afuera, nos daríamos cuenta de que ¡Hay tanto de qué hablar con Dios aún antes de hacer
nuestras peticiones propias!
Una vez
que hemos alabado, glorificado y dado gracias a Dios, y que hemos pedido por
los demás, entonces es el momento de abrirle al Señor nuestro corazón,
contándole confiadamente nuestras cosas, nuestros temores, nuestras esperanzas.
Nuestra oración debe ser una íntima confidencia con Dios que nos ama
infinitamente. En la oración Dios nos da luces, buenos propósitos, afectos,
inspiraciones. La oración fortalece nuestras vidas y les da un sentido teniendo
a Dios como centro. Por eso es importante acostumbrarnos a contarle todo a
Nuestro Señor: nuestras debilidades y caídas,
nuestras luchas, todo lo que está alrededor nuestro y poco a poco, veremos con
más claridad lo que Dios espera de nosotros.
No debemos
tener miedo de contarle todo a Dios ¡Como si
pudiera sorprenderse de las cosas malas que hacemos! Cuando uno va al
médico, tiene que decirle dónde le duele, y si la herida se ve fea e incluso es
maloliente, uno no debe taparla por vergüenza, o de otro modo el doctor no
podrá curarla. Pues lo mismo pasa con Dios. Debemos hablarle con franqueza,
hablarle de nuestros pecados, de lo que nos cuesta trabajo. Hay que contarle
con sinceridad aquello que tanto nos cuesta porque si Él quiere puede curarnos.
No debemos olvidar nunca la gran cantidad de curaciones que hizo Jesús, y así
como curaba los cuerpos de tullidos y ciegos, él también puede curar nuestro
espíritu.
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