Conceptos como «transparencia», «privacidad», «reserva», «discreción» y
«secreto» entrelazan relaciones nada
simples de definir entre «derechos» y «deberes» que articulan la convivencia tanto en el
plano personal como a nivel social.
Diversos acontecimientos
recientes me invitan a hacer una reflexión sobre un tema complejo que pone en
juego conceptos como «transparencia», «privacidad»,
«reserva», «discreción» y «secreto». Dichos
conceptos entrelazan relaciones nada simples de definir entre «derechos» y «deberes»
que articulan la convivencia tanto en el plano personal como a nivel
social.
¿Todo el mundo
tiene derecho a saber todo acerca de todo? Me parece que la respuesta negativa es obvia. Y entonces, ¿cuál es el origen de que existan ámbitos «reservados»? En
ciertos casos ese origen está en la naturaleza misma del ser humano, en su
dignidad y en su autonomía. Verse en la necesidad de hacer públicos
determinados aspectos de nuestra vida y de nuestra actividad, sería establecer
una dependencia esclavizante y un desconocimiento de la libertad de cada cual.
Hay otros casos en que la «reserva» o incluso
el «secreto» son exigidos por la legítima
autoridad, precisamente para salvaguardar el bien común. Podrían ponerse como
ejemplos el ámbito de los secretos militares, la conducción de ciertas
negociaciones entre Estados, los servicios secretos, etc. En la vida de la
Iglesia, hay ciertos asuntos que están protegidos por el «secreto pontificio», como una forma legítima de
proteger la libertad de quienes deben tomar algunas decisiones muy importantes
o de garantizar el respeto debido a quienes proporcionan determinadas
informaciones. La reserva puede tener también su origen en una relación
contractual, como es el caso en que una persona confía a otra una información
bajo la condición de que no la revelará a terceros. Este caso es vecino al del
llamado «secreto profesional», que cubre
aquello acerca de lo cual una persona se entera, porque alguien se lo confía en
virtud de su competencia profesional. El caso máximo del secreto profesional
es el secreto que protege aquello de lo cual un sacerdote se entera, en
materia de pecados, a través del sacramento de la Confesión. Este secreto es
tan serio que no admite excepciones. El derecho canónico sanciona con una
excomunión automática reservada al Sumo Pontífice la «violación
directa» del sigilo sacramental. Pero hay muchas materias en que la «reserva» es exigida por la naturaleza misma de
las cosas, por el respeto a la dignidad de las personas y a su legítima
privacidad. La gestión de los propios intereses económicos, mientras no
contradigan lo dispuesto por leyes legítimas o amaguen las exigencias del bien
común es un campo en que la privacidad deber ser respetada pues de lo contrario
prevalecería un ambiente de desconfianza que terminaría por ahogar la
convivencia social. Las mentalidades totalitarias son renuentes a reconocer el
derecho a la privacidad, pues tener a su disposición una información total
sobre los ciudadanos es la clave para controlar su vida hasta en los más
mínimos detalles, lo que conduce a avasallar la libertad de las personas y a
afianzar cualquier tipo de tiranía.
En la vida moderna y
considerando el desarrollo de los medios de comunicación y de la industria de
la información, el ejercicio de la actividad periodística constituye un
condicionamiento importante para los ámbitos de la «reserva».
Es obvio que la información acerca de los asuntos que atañen al bien
común constituye un aporte importante para la erradicación de la corrupción en
sus variadas formas. Publicar los abusos, las malversaciones o las maniobras
incorrectas o corruptas es una contribución al saneamiento de la actividad
política y financiera del Estado y esa contribución es consecuencia de la
libertad de expresión y de información. Sin embargo es preciso reconocer que en
ocasiones una información desmedida, sesgada, parcial o tendenciosa puede
alentar el apetito enfermizo de conocer hasta en sus ínfimos detalles
determinados hechos, de suyo reprobables o ilegítimos. El sensacionalismo es
una deformación del legítimo derecho a informar y a ser informado. Naturalmente
es extremadamente difícil establecer reglas fijas o cuasi matemáticas en la
materia, y la mejor salvaguardia será siempre la correcta formación moral del
comunicador. Si hay una norma que debería tener universal aceptación, ella
sería la de no hacer a otro lo que no nos gustaría que otro nos hiciera y, al
revés, de tratar a los demás como nos agrada que los demás nos traten.
Hay que tener presente que no
son raros los casos, históricamente hablando, en que se ha abusado del secreto
para cubrir actuaciones ilegítimas o para amparar intereses personales o de
grupos, sojuzgando a personas o encubriendo acciones reñidas con el bien común.
Mientras la «reserva» y la «privacidad» son expresiones de derechos de las
personas y de respeto a su dignidad, el «secretismo»
-es decir el secreto empleado para proteger intereses espurios- es una
expresión de egoísmo personal o colectivo, e instrumento de dominación y de
desprecio de la legítima libertad de las personas.
Será útil, aquí, decir algo
acerca de la «discreción». Esta palabra, de
origen latino, deriva del verbo «discernir» que
significa separar. Hacer un discernimiento es analizar una realidad para
separar los elementos válidos de aquellos que no lo son. Es «discreta» una persona que es capaz de hacer
discernimiento y de analizar con objetividad. En el caso de la información, se
trata de hacer un juicio razonado y razonable acerca de qué información
contribuye al bien común, y en qué medida contribuye a él, y de evaluar las
ventajas y desventajas, siempre con miras al bien común, de dar una información
objetivamente veraz y proporcionada. Se ha de presuponer que una información
veraz y objetiva es una contribución valiosa al bien común. Sería desventajoso
lo que contribuye al sensacionalismo, estimulando curiosidades que pudieran ser
enfermizas.
La palabra de Jesús de que «la verdad nos hace libres», será siempre válida
pero sin olvidar que el mismo Jesús optó en alguna ocasión por actuar con reserva,
como cuando lo hizo secretamente en uno de sus viajes a Jerusalén (ver Jn 7,
10). Y sin olvidar la actitud reservada de San José, cuando se enteró de la
gravidez de la Virgen María (ver Mt 1, 19-24).
Cardenal Jorge Medina
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