Cuando los discípulos de Juan Bautista preguntan a
Jesús si es verdaderamente el Mesías, Jesús les muestra los hechos que
evidencian que se cumple la profecía que le anuncian: los cojos andan, los
ciegos ven, y también los pobres son evangelizados.
En su
vida pública es notoria su pobreza, aunque esté revestida de dignidad, como lo
muestra su túnica inconsútil la cual, por su valor, es echada a suertes por los
soldados al pie de la Cruz para ver quien se la quedará porque no la desprecian
ni quieren dividirla. Pero la vida oculta en Nazaret también nos habla de
pobreza, con acentos que conviene matizar.
¿Cómo era el hogar de Nazaret en cuanto al modo de vivir la pobreza? Desde luego es impensable en él la ostentación, la
riqueza o el lujo. Pero tampoco consta que fuese una pobreza a nivel de miseria
o carencia de lo más elemental. La pobreza de los que allí viven es la propia
de los que tienen que alimentarse con la riqueza de su trabajo. Viven del
trabajo de sus manos. Este dato es esencial para entender la pobreza que enseña
Jesús y que tiene que ser accesible a cualquier ser humano. Primero estar
desprendido de lo que se tiene, después trabajar, y en tercer lugar, prescindir
de lo sobrante.
Un dato
sirve para calibrar el nivel de vida de María y José. En el acto de
Presentación de Jesús en el Templo. Era costumbre hacer una ofrenda; si eran
pudientes, consistía en un cordero, y, quizá, una limosna material. Los pobres
ofrecían un par de tórtolas. Esta es la ofrenda de María y José. Es lógico
pensar que, si hubiesen podido dar más, lo hubiesen hecho, ya que la
magnanimidad es una virtud propia de almas generosas. Pero los hechos muestran
que lo que está a su alcance es poco. No poseen abundancia de bienes materiales,
aunque no vivan en la miseria: la pobreza es el tono de su vida.
Otros
datos, aparentemente pequeños, ayudan a vislumbrar la pobreza de aquel hogar
modelo. Uno de ellos es el vestido; se viste con dignidad y sin ostentación.
Los pañales preparados por María para el esperado Niño-Dios serían de buena calidad.
María los prepararía con cuidado y amor. Es fácil ver aquí la diligencia de la
joven Madre, que sabe quién es el Niño que va nacer, y como se desvela para que
tenga lo mejor que esté a su alcance, cueste lo que cueste. Cuando Jesús es
llevado al Calvario para crucificarle vestía con una túnica de calidad, aunque
fue despojado de ella. Estos detalles muestran desprendimiento, pobreza hasta
el despojo, pero no abandono ni dejadez.
Por lo
demás, la vida de Jesús, María y José sería sencilla y normal. En la vivienda,
en la alimentación y en el vestido, nada les distinguiría del resto de
habitantes de su ciudad, si no era la sobriedad llevada con alegría, con que
vivían. No es difícil imaginar aquella casa abierta a la hospitalidad; y
también a la limosna cuando se hiciesen presentes otros más necesitados. Aún
hoy es frecuente que sea más fácil la limosna entre pobres, que entre otros que
andan sobrados de bienes materiales. Quizá sea debido a que saben bien lo que
es la carencia de algo y lo que humilla pedir limosna. En el caso de la Sagrada
Familia este actuar sería fruto ante todo de la caridad.
El
ejemplo es claro: Jesús sigue el camino de una
pobreza real, llena de trabajo y sin nada superfluo. Todo el que quiera
seguirle debe seguir el camino de la pobreza, pero ¿será
exclusivo este camino para los que carecen de bienes materiales? ¿Y si un
cristiano nace en un ambiente de riqueza? ¿Qué hacer si las vueltas de la fortuna
enriquecen a una persona? Es más ¿qué hacer
cuando el trabajo produzca un fruto abundante y rico? Dejarlo todo no
parece la solución correcta, ya que entonces el mundo quedaría en manos de
personas no cristianas, o al menos poco practicantes, si es que no son
desaprensivos. La pobreza debe ser una virtud para todo cristiano, sea cual sea
su situación en la vida. Pero, ¿cómo? Una
condición parece indispensable para vivir la pobreza con el espíritu de Cristo:
vivir el desprendimiento. Después vendrán
otras concreciones como la sobriedad y la generosidad con los bienes que posee,
pero el desprendimiento es condición indispensable.
Concretemos
más. Como todas las virtudes la pobreza debe comenzar en el interior del
corazón. Si esto falla, todo comportamiento extremo sirve de poco o es un acto
de hipocresía. La clave de la pobreza es el desprendimiento, el desapego de los
bienes materiales.
Esto no
es fácil porque requiere humildad, y, con ella, superar la concupiscencia de
los ojos que es como una avaricia de fondo muy metida en el corazón humano. El
soberbio busca poseer; unas veces querrá tener cosas para satisfacer la
sensualidad; otras buscará aparentar ante los demás para gozo de su vanidad;
otras, en fin, la meta del poseer será poder dominar a otros. Pero la realidad
es que cuando alguien centra su felicidad exclusivamente en las cosas de aquí
abajo -he sido testigo de verdaderas tragedias-, pervierte su uso razonable y
destruye el orden sabiamente dispuesto por el Creador. El corazón queda
entonces triste e insatisfecho; se adentra por caminos de eterno descontento y
acaba esclavizado ya en la tierra, víctima de esos bienes que quizá se han
logrado a base de esfuerzos y renuncias sin cuento (84).
Después
de conseguir un cierto grado de desprendimiento, el camino de la pobreza será
trabajar mucho y bien. No son compatibles en un cristiano la pereza y la
pobreza. Si los medios escasean, no se perderá la alegría y se trabajará lo más
posible. Si los medios abundan, convendrá hacer actos externos e internos de
desprendimiento; por ejemplo, a través de la limosna o la beneficencia, o privándose
de caprichos innecesarios; pero siempre no dejando el trabajo.
En
resumen, podemos decir que el ejemplo de Cristo, junto a María y José, en
cuanto a la virtud de la pobreza se puede condensar en lo siguiente: primero, humildad, sin quejarse ante lo que falta
y se estime como necesario. Segundo, trabajar mucho
y bien, haciendo rendir los propios talentos lo más posible. En tercer
lugar, no crearse necesidades, ya que la línea que separa el capricho y la
necesidad es muy tenue y se desplaza con facilidad. En último lugar podemos
añadir la generosidad con lo que se posee, tanto si se ha recibido sin
esfuerzo, como si es producto de un trabajo duro. La virtud de la pobreza se
nos presenta así hermanada a la virtud más alta: la
caridad.
4 Beato Josemaría Escrivá. amigos de Dios n. 118
Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
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