Creer en los
sacerdotes significa creer en el sacerdocio: en la necesidad del sacerdote como
mediador entre Dios y los hombres.
Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente: TeologoResponde.org
Pregunta:
Estimado Padre:
Me parece que mi problema es el de muchos católicos: me cuesta creer en los sacerdotes. He tenido muchas malas experiencias conociendo sacerdotes muy poco dignos de su misión: poco preocupados de los fieles, o inquietos sólo por sus propios intereses, o simplemente «mundanos». Esto me ha producido el efecto de que no pueda mirarlos sin desconfianza. ¿Qué puedo hacer?
Me parece que mi problema es el de muchos católicos: me cuesta creer en los sacerdotes. He tenido muchas malas experiencias conociendo sacerdotes muy poco dignos de su misión: poco preocupados de los fieles, o inquietos sólo por sus propios intereses, o simplemente «mundanos». Esto me ha producido el efecto de que no pueda mirarlos sin desconfianza. ¿Qué puedo hacer?
Respuesta:
Estimado:
En las Memorias de Don Bosco se relata que él
acostumbraba a decir a sus salesianos: «El
sacerdote siempre es sacerdote y debe manifestarse así en todas sus palabras.
Ser sacerdote quiere decir tener continuamente la obligación de mirar por los
intereses de Dios y la salvación de las almas. Un sacerdote no ha de permitir
nunca que quien se acerque a él se aleje, sin haber oído una palabra que
manifieste el deseo de la salvación eterna de su alma»[1].
Pero el mismo Don Bosco, cuando oía hablar de
defecciones o de escándalos públicos de personas importantes o sacerdotes,
también decía a sus discípulos: «No debéis
sorprenderos de nada; donde hay hombres, hay miserias»[2].
Me parece que en estas dos referencias se
contiene el justo equilibrio para juzgar al sacerdote y para regular nuestra
relación con el mismo.
El sacerdote está llamado, por su vocación, a
una gran santidad; pero sigue siendo un hombre, y en cuanto tal, frágil y
rodeado de flaqueza. Entre los apóstoles del mismo Cristo, uno lo traicionó
(Judas), otro lo negó (Pedro), y los demás lo abandonaron durante su Pasión.
Pero esto no los hizo menos sacerdotes; y a ellos dio poder de consagrar su
Cuerpo y su Sangre (Haced esto en memoria mía: Lc 22,19), y de perdonar los
pecados en su nombre (cf. Jn 20,23).
Debemos orar por nuestros sacerdotes, para que
sean santos y para que sean fiel reflejo del Sumo y Eterno Sacerdote, que es
Jesucristo. Pero debemos mirar al sacerdote como a un «sacramento» de Cristo;
es decir, que mientras vemos a un hombre, con defectos y miserias, la fe nos
debe hacer «descubrir» al mismo Cristo. Por eso preguntaba San Agustín: «¿Es Pedro el que bautiza? ¿Es Judas el que bautiza? Es
Cristo quien bautiza». Es Cristo quien consagra para nosotros en el
altar, y es Cristo quien nos perdona los pecados. La eficacia viene de Cristo;
no del ministro. Las palabras de Cristo (Haced esto en memoria mía; A quienes
perdonéis los pecados..) conservan siempre toda su lozanía y eficacia, a pesar
de que el ministro que las pronuncia sea un pecador empedernido. Por eso
Inocencio III condenó a quienes afirmaban que el sacerdote que administra los
sacramentos en pecado mortal obraba inválidamente[3]; y lo mismo repitió el
Concilio de Trento[4].
A todo esto se suma algo que tal vez no sea el
caso que Usted me plantea, pero que se da con cierta frecuencia, y es el hecho
de que gran parte de los que dicen: yo no creo en los sacerdotes, o: yo no creo
en los curas…, ocultan con esta acusación algún problema personal de fondo. Más
que no creer su problema es que no quieren creer. Y no quieren porque no viven
limpiamente su noviazgo, o su matrimonio, o sus negocios. Y el problema que
tienen es que creer en los sacerdotes significa creer en el sacerdocio: en la
necesidad del sacerdote como mediador entre Dios y los hombres; en la necesidad
de recurrir a él para que nos perdone los pecados, en la necesidad de asistir a
la Misa dominical, en la necesidad de cumplir los mandamientos. Creer en el
sacerdocio implica aceptar todas estas cosas como una obligación personal,
independientemente de si esos sacerdotes que celebran Misa y perdonan los
pecados son o no son ellos mismos santos.
Cuando los diez leprosos se acercaron a Jesús
para pedirle curación, el Señor les dijo: Id y presentaros a los sacerdotes,
como prescribía la ley (Lc 17,14), aunque sabía que aquellos sacerdotes dejaban
mucho que desear, como lo demostró la oposición que los mismos hicieron a
Cristo.
Jesucristo nos pedirá cuenta a cada uno de
nosotros, por lo que nosotros hayamos hecho, según los mandamientos que nos dio
a cada uno de nosotros. No nos juzgará por los pecados de nuestros sacerdotes o
la santidad de los mismos.
Nos queda siempre la obligación de rezar por
nuestros pastores, para que tengan un corazón como el del Divino Pastor.
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