miércoles, 27 de junio de 2018

LA PALIA


Esto es ya para nota. De los objetos litúrgicos que utilizamos para celebrar la santa misa, los hay que no ofrecen especiales dudas de identificación para el común de los fieles que asisten a las celebraciones. Palabras como cáliz, patena o vinajeras (vinagregas dicen a veces los monaguillos) son de uso bastante común y no suelen tener mayores complicaciones.
Otra cosa es si nos metemos en otros berenjenales como píxide, manutergio, viril, fístula o palia. Pero ahí están y su sentido tienen o tenían.
La palia es un trocito de tela, puede ser cuadrado o rectangular, generalmente almidonado para dar consistencia, o reforzado en su interior con cartón, que se utilizaba y se utiliza para tapar el cáliz durante la misa, y que se quita tan solo en el momento de la consagración, en la doxología final de la plegaria eucarística y en el momento de la comunión con el sanguis. Actualmente está en un cierto desuso.
La razón de la palia está en proteger el vino de polvo, insectos o cualquier otro añadido indeseable. Por eso digo que hoy no se utiliza en muchos templos simplemente porque las condiciones higiénicas hacen que difícilmente uno tenga que lidiar con elementos extraños a la liturgia. Se conserva en ocasiones como una cosa más y se prescinde de la palia en otras por no ser obligatorio su uso y parecer innecesario.
Mi experiencia es que apenas he utilizado la palia en Madrid, y miren que teníamos alguna de exquisito valor y arte. Quizá alguna vez y sin demasiado cuidado. Ya digo que al no ser elemento necesario y no ver mucha utilidad, uno lo va dejando pasar.
Otra cosa son las misas en mis actuales parroquias, porque servidor celebra en el campo, y ahí sí que te puedes encontrar de todo. En invierno, menos, y eso que a falta de insectos bien podía caerte en el cáliz polvillo o restos de cualquier pintura cenital. Pero en verano… ¡ay en verano!
En verano estoy repasando con material en vivo el orden de los dípteros e himenópteros. Para que nos entendamos, que tenemos dípteros abundantes en forma de mosquitos variados, moscas, moscones y moscardones, sin faltar nuestro lote de himenópteros concretados en avispas, avispillas, avispones, abejas, abejorros y unas cuantas hormiguitas. 
Pues bien, estos “simpáticos” bichillos tiene especial predilección por el vino de consagrar, de tal modo que te los puedes encontrar merodeando por las vinajeras, cosas de su desarrollado olfato o lo que sea, y, desde luego, dispuestos a aprovechar el menor descuido para beber del cáliz que les importe especialmente que se trate de simple vino o ya la sangre de Nuestro Señor. No solo beber, sino hasta bañarse y ahogarse en lo que debe ser entretenida muerte entre los efluvios del alcohol. El resultado es que al mínimo descuido descubres en el cáliz un extraño elemento en forma de mosquito, mosca, abejorro o avispón de record Guiness. ¿Y ahora qué? Si aún no se ha consagrado, lo sacas fuera y punto. ¿Y si ya se había consagrado? Siempre te queda la solución de aquel buen sacerdote que a la hora de comulgar encontró una avispa en el cáliz. Se la quedó mirando y le dijo: “arrecoje las patas, que vas de viaje", y se bebió todo con avispa incluida. 
El caso es que servidor no celebra sin su palia, y que no la quita más que en el preciso instante en que es imprescindible. Cosas que pasan en el pueblo, y que nos hacen comprender el valor de algunos objetos litúrgicos que hoy nos pueden parecer reliquias del pasado pero que no dejan de tener un sentido, incluso práctico para el día de hoy.
Jorge

No hay comentarios:

Publicar un comentario