Una
fiesta multicolor. Multicolor pero una. En la unidad, como le gusta a Francisco.
Así fue la celebración de los 50 años del movimiento carismático en la Iglesia
católica. Más de 50.000 fieles de los cinco continentes invadieron Roma con sus
cantos animados, sus manos al cielo y sus plegarias. El Papa, que acompañó la
fiesta, reconoció que a «alguno puede no gustarle
esta forma de rezar», pero advirtió que la alegría es parte de la vida
cristiana y que al Espíritu Santo no se le puede meter en una jaula.
El punto central del Jubileo de
Oro de la Renovación Carismática Católica tuvo lugar la noche del sábado 3 de
junio, durante una vigilia de oración en la explanada del Circo Máximo de Roma.
El Pontífice llegó al caer la tarde, pero los miles de feligreses que le
esperaban se encontraban allí desde muchas horas antes, participando de una
celebración previa con cantos y oraciones.
A la llegada del Papa no faltó
quienes cayeron al suelo desmayados, un gesto familiar para aquellos que
frecuentan las Misas carismáticas. Vivieron la experiencia de estar «en descanso», como se le conoce a ese fenómeno en
el movimiento. Algunos otros rezaban sin parar, en idiomas incomprensibles. A
eso se le llama «el don de lenguas». Detalles
aceptados desde hace mucho tiempo en la Iglesia católica, aunque puedan parecer
más propios de los ritos pentecostales.
«La Renovación
Carismática nació ecuménica, y por eso [el jubileo] será una celebración
ecuménica», dijo Francisco en su viaje de
regreso a Roma, tras su visita apostólica a Suecia el 1 de noviembre de 2016.
Por eso, el mismo Papa quiso que a esta fiesta se sumasen diversos grupos
evangélicos, entre ellos los feligreses de la Iglesia de la Reconciliación de
Italia, encabezadas por su pastor Giovanni Traettino.
Con esa voluntad, el Papa dejó
clara cuál es la vocación fundamental de los carismáticos: empujar a la unidad
desde la diversidad. Esto encaja perfectamente en el proyecto de Iglesia en
salida que él tanto desea. Francisco insiste una y otra vez en la importancia
de la unidad, en que los feligreses trabajen sin distinguirse ni discriminarse.
Una característica que cumple muy bien ese movimiento, nacido en 1967.
MÁS
DE 120 MILLONES DE CATÓLICOS
La Renovación Carismática no es
una organización unificada a nivel mundial, no tiene un solo fundador o grupos
fundadores como otros movimientos eclesiales. No obstante, su presencia se
extiende a más de 200 países y alcanza a más de 120 millones de católicos. Una
característica une a todas estas personas: el bautismo
en el Espíritu Santo, una potente experiencia de Dios nacida 50 años
atrás durante un retiro de estudiantes en la Universidad Duquesne de
Pittsburgh, Pensilvania (Estados Unidos).
Pronto aquella manifestación
inicial se extendió fuera de ese grupo de jóvenes. Alcanzó parroquias, capillas
y centros pastorales, atravesando rápidamente las fronteras estadounidenses. En
América Latina el movimiento se consolidó como una respuesta a las sectas de
inspiración anglosajona. Pero cosechó muchos detractores, y el entonces
cardenal de Buenos Aires era uno de ellos.
UNA
CONVERSIÓN CARISMÁTICA
«Uno de los primeros
opositores que tuvo en Argentina es el que le está hablando, porque yo era
provincial de los jesuitas en aquella época, cuando empezó un poco la cosa, y
prohibí a los jesuitas que se metieran en eso. Y públicamente dije que cuando
se iba a hacer una celebración litúrgica, había que hacer una cosa litúrgica, y
no una escuela de samba. Eso lo dije. Y hoy pienso lo contrario, cuando las
cosas están bien hechas», reconoció el Papa en aquel vuelo
tras su gira sueca. Así, Francisco es de aquellos clérigos que vivieron en
carne propia una conversión carismática.
En aquellos años, el provincial
Bergoglio jamás hubiese imaginado que, muchas décadas después, como Pontífice,
iba a encabezar una vigilia de oración en un escenario acompañado por los
principales líderes, entonando la clásica melodía «¡Vive
Jesús, el Señor!» y alzando las manos en alabanza. No solo él, como
sacerdote, sino todos al unísono. Hombres y mujeres.
Por eso, su mensaje en la vigilia
del Circo Máximo, tuvo un valor más que simbólico. «¡Ninguno
de nosotros es el patrón, todos somos siervos de esta corriente de gracia!», dijo
en su discurso. «Puede ser que esta manera de rezar
no le guste a alguien, pero forma parte plenamente de la tradición bíblica: los
salmos, y después David que danzaba frente al Arca de la alianza, lleno de
júbilo», agregó.
Francisco pidió no caer en la
actitud de Micol, que se avergonzaba de alabar a Dios. «Júbilo,
alegría, gozo, son frutos de la misma acción del Espíritu Santo. ¡O el
cristiano experimenta la alegría en su corazón o hay algo que no funciona!», añadió.
Pero advirtió también que la
Renovación Carismática no puede quedarse solo en las plegarias y en la emoción;
ese entusiasmo debe convertirse en servicio al ser humano, porque «bautismo, alabanza y servicio están unidos». «Puedo
alabar profundamente, pero si no ayudo a los más necesitados no es suficiente.
No seremos juzgados por nuestra alabanza, sino por lo que habremos hecho por
Jesús en los más pequeños», dijo.
Luego aseguró que la paz es
posible «en el nombre de Jesús» solamente si existe paz entre los fieles. «Si
estamos en guerra entre nosotros, no podemos anunciar la paz», apuntó,
refiriéndose no solo a los católicos, sino también a los otros cristianos:
ortodoxos, calvinistas, luteranos. Y recordó que a los mártires no les
preguntan a qué Iglesia pertenecen; a los asesinos solo les interesa el hecho
de que son cristianos y son «¡degollados
inmediatamente!».
UNIDAD EN LA
DIVERSIDAD
«Caminar juntos,
amarnos, y juntos tratar de explicar las diferencias y de ponernos de acuerdo,
pero en camino. Si nos quedamos quietos, nunca estaremos de acuerdo: el
Espíritu nos quiere en camino; 50 años de corriente de gracia, que no tiene
estatutos… Pero todos al servicio de la Iglesia: a la corriente no se le pueden
poner diques, ni se puede encerrar al Espíritu Santo en una jaula», señaló.
UNA
SEMANA LLENA DE EMOCIÓN
La celebración del Jubileo de Oro
había comenzado el miércoles 31 de mayo, con una participación masiva de
carismáticos en la audiencia general con el Papa, en la plaza de San Pedro. En
los días posteriores, los más de 50.000 inscritos se dividieron en varias
basílicas e iglesias de Roma para asistir a encuentros, simposios, laboratorios
y celebraciones. Todo como preparación de la fiesta de Pentecostés, el domingo
4 de junio.
En la misma plaza vaticana más de
80.000 personas participaron en la Misa de Francisco. En su homilía, el Papa
volvió a destacar la importancia de la unidad en la Iglesia. Es más, advirtió
contra dos tentaciones. La primera de ellas es la de buscar «la diversidad sin
unidad». Esta, dijo, se da cuando «formamos bandos y partidos», cuando «nos
endurecemos en nuestros planteamientos excluyentes» y «nos encerramos en nuestros
particularismos, quizás considerándonos mejores o aquellos que siempre tienen
razón». Es el peligro de creerse «custodios de la verdad», prosiguió.
«Entonces se escoge la parte, no
el todo, el pertenecer a esto o a aquello antes que a la Iglesia; nos convertimos
en unos seguidores partidistas en lugar de hermanos y hermanas en el
mismo espíritu; cristianos de derechas o de izquierdas
antes que de Jesús; guardianes inflexibles del pasado o vanguardistas del
futuro antes que hijos humildes y agradecidos de la Iglesia. Así se produce una
diversidad sin unidad», explicó.
Y añadió: «En cambio, la
tentación contraria es la de buscar la unidad sin diversidad. Sin embargo, de
esta manera la unidad se convierte en uniformidad, en la obligación de hacer
todo juntos y todo igual, pensando todos de la misma manera. Así la unidad
acaba siendo una homologación donde ya no hay libertad. Pero dice san Pablo,
donde está el Espíritu del Señor, hay libertad».
Andrés
Beltramo Álvarez
Ciudad del Vaticano
Ciudad del Vaticano
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