Todo ser humano está
llamado a la santidad, que es plenitud de la vida cristiana y perfección de la
caridad, y se realiza en la unión íntima con Cristo y, en Él, con la Santísima
Trinidad.
Por: Mons. Rafaello Martinelli | Fuente: Catholic.net
¿QUÉ
SIGNIFICA SER SANTOS?
Significa estar unidos, en Cristo, a Dios,
perfecto y santo.
“Sean por tanto perfectos como es perfecto su Padre celestial” (Mt 5, 48), nos ordena Jesucristo, Hijo de Dios. “Sí, lo que Dios quiere es su santificación.” (1 Ts 4, 3).
“Sean por tanto perfectos como es perfecto su Padre celestial” (Mt 5, 48), nos ordena Jesucristo, Hijo de Dios. “Sí, lo que Dios quiere es su santificación.” (1 Ts 4, 3).
¿POR
QUÉ DIOS QUIERE NUESTRA SANTIDAD?
Porque Dios nos ha creado “a su imagen y
semejanza” (Gn 1, 26), y de ahí que Él mismo nos diga: “Sed santos, porque
yo soy santo” (Lv11, 44).
La santidad de Dios es el principio, la fuente de toda santidad.
Y, aún más, en el Bautismo, Él nos hace partícipes de su naturaleza divina, adoptándonos como hijos suyos. Y por tanto quiere que sus hijos sean santos como Él es santo.
La santidad de Dios es el principio, la fuente de toda santidad.
Y, aún más, en el Bautismo, Él nos hace partícipes de su naturaleza divina, adoptándonos como hijos suyos. Y por tanto quiere que sus hijos sean santos como Él es santo.
¿ESTAMOS TODOS LLAMADOS A LA SANTIDAD?
Todo ser humano está llamado a la santidad, que
“es plenitud de la vida cristiana y perfección de la caridad, y se realiza en
la unión íntima con Cristo y, en Él, con la Santísima Trinidad. El camino de
santificación del cristiano, que pasa por la cruz, tendrá su cumplimiento en la
resurrección final de los justos, cuando Dios sea todo en todos” (Compendio, n.
428).
¿CÓMO ES POSIBLE LLEGAR A SER SANTOS?
- El cristiano ya es santo, en virtud del
Bautismo: la santidad está inseparablemente ligada a la dignidad bautismal de
cada cristiano. En el agua del Bautismo de hecho hemos sido “lavados [...],
santificados [...], justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el
Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor 6, 11); hemos sido hechos verdaderamente
hijos de Dios y copartícipes de la naturaleza divina, y por eso realmente
santos.
- Y porque somos santos sacramentalmente
(ontológicamente - en el plano de nuestro ser cristianos), es necesario que
lleguemos a ser santos también moralmente, es decir en nuestro pensar, hablar y
actuar de cada día, en cada momento de nuestra vida. Nos invita el Apóstol
Pablo a vivir “como conviene a los santos” (Ef 5, 3), a revestirnos “como
conviene a los elegidos de Dios, santos y predilectos, de sentimientos de
misericordia, de bondad, de humildad, de dulzura y de paciencia” (Col 3,
12).
Debemos con la ayuda de Dios, mantener, manifestar y perfeccionar con nuestra vida la santidad que hemos recibido en el Bautismo: Llega a ser lo que eres, he aquí el compromiso de cada uno.
Debemos con la ayuda de Dios, mantener, manifestar y perfeccionar con nuestra vida la santidad que hemos recibido en el Bautismo: Llega a ser lo que eres, he aquí el compromiso de cada uno.
- Este compromiso se puede realizar,
imitando a Jesucristo: camino, verdad y vida; modelo, autor y perfeccionador de
toda santidad. Él es el camino de la santidad. Estamos por tanto llamados a
seguir su ejemplo y a ser conformes a Su imagen, en todo obedientes, como Él, a
la voluntad del Padre; a tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús,
el cual “se despojó de su rango, tomando la condición de siervo (…) haciéndose
obediente hasta la muerte” (Fil 2, 7-8), y por nosotros “de rico que era
se hizo pobre” (2 Cor 8, 9).
- La imitación de Cristo, y por lo tanto el
llegar a ser santos, se hace posible por la presencia en nosotros del Espíritu
Santo, quien es el alma de la multiforme santidad de la Iglesia y de cada
cristiano. Es de hecho el Espíritu Santo quien nos mueve interiormente a amar a
Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las
fuerzas (cfr. Mc 12, 30), y a amarnos los unos a los otros como
Cristo nos ha amado (cfr. Jn 13, 34).
¿CUÁLES
SON LOS MEDIOS PARA NUESTRA SANTIFICACIÓN?
El primer medio y el más necesario es el Amor,
que Dios ha infundido en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que
nos ha sido dado (cfr. Rm 5, 5) y con el cual amamos a Dios sobre
todas las cosas y al prójimos por amor de Él. Pero para que el amor, “como una
buena semilla y fructifique, debe cada uno de los fieles oír de buena gana la
Palabra de Dios y cumplir con las obras de su voluntad, con la ayuda de su
gracia, participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la
Eucaristía, y en otras funciones sagradas, y aplicarse de una manera constante
a la oración, a la abnegación de sí mismo, a un fraterno y solícito servicio de
los demás y al ejercicio de todas las virtudes. Porque la caridad, como vínculo
de la perfección y plenitud de la ley (cf. Col 3,14), gobierna todos
los medios de santificación, los informa y los conduce a su fin” (Lumen
Gentium, 42).
Cada fiel es ayudado en su camino de santidad por la gracia sacramental, donada por Cristo y propia de cada Sacramento.
¿EXISTEN DIVERSAS MANERAS Y FORMAS DE SANTIDAD?
Ciertamente. Cada uno puede y debe llegar a ser
santo según los propios dones y oficios, en las condiciones, en los deberes o
circunstancias que son los de su propia vida.
Las vías de la santidad son por tanto múltiples, y adaptadas a la vocación de cada uno. Muchos cristianos, y entre ellos muchos laicos, se han santificado en las condiciones más ordinarias de la vida.
¿POR QUÉ LA IGLESIA ES SANTA?
- La Iglesia es santa porque:
· Dios santísimo es su autor;
· en ella está presente Cristo, cabeza de
la Iglesia, el cual se ha entregado a sí mismo por Ella, para santificarla y
hacerla santificante;
· está animada por el Espíritu Santo, que
la vivifica con la Caridad y la enriquece con sus carismas;
· en Ella es custodiada fielmente la
Palabra de Dios;
· se encuentra en Ella la plenitud de los
medios de la salvación: Ella es instrumento de santificación de los hombres
mediante el anuncio de la Palabra de Dios, la celebración de los Sacramentos,
el ejercicio de la Caridad en la búsqueda constante del rostro de Cristo en
cada hermano. La Iglesia es la casa de la santidad y la caridad de Cristo,
infundida por el Espíritu Santo, es su alma;
· la santidad es la vocación de cada uno de
sus miembros, la fuente secreta, la medida infalible y el fin de toda su
actividad apostólica y de su impulso misionero;
· la santidad de la Iglesia es la fuente de
la santificación de sus hijos. Por esto justamente la Iglesia es llamada la
madre de los santos, Aquella que genera santidad con fecunda y magnánima
sobreabundancia;
· Ella cuenta en su interior a la Virgen
María: en Ella la Iglesia es ya toda santa. La Iglesia ha alcanzado ya en la
santísima Virgen María la perfección que la hace sin mancha y sin arruga;
· en la Iglesia, a lo largo de todos los
siglos de su historia, ha florecido en manera increíblemente extraordinaria la
santidad cristiana, sea heroica sea ordinaria, y así hemos tenido innumerables
Santos;
· ha suscitado, a través de toda su
historia, infinitas obras de caridad.
- “La santidad de la Iglesia se fomenta
también de una manera especial en los múltiples consejos que el Señor propone
en el Evangelio para que los observen sus discípulos, entre los que descuella
el precioso don de la gracia divina que el Padre da a algunos
(cf. Mt 19,11; 1 Cor 7,7) de entregarse más fácilmente sólo
a Dios en la virginidad o en el celibato, sin dividir con otro su corazón (cf.
1 Cor 7,32-34). Esta perfecta continencia por el reino de los cielos
siempre ha sido considerada por la Iglesia en grandísima estima, como señal y
estímulo de la caridad y como un manantial extraordinario de espiritual
fecundidad en el mundo” (Lumen Gentium, 42).
- La Iglesia es santa, es verdad, pero al
mismo tiempo está necesitada siempre de purificación. De hecho todos sus
miembros, aquí en la tierra, se reconocen todos pecadores, siempre necesitados
de conversión y de purificación. La Iglesia incluye en su seno seres humanos
frágiles, que se reconocen pecadores, y por eso necesitados de pedir y recibir
el perdón de Dios por sus propios pecados.
Por eso la Iglesia sufre y hace penitencia por tales pecados, de los cuales, además, tiene el poder de sanar a sus hijos con la sangre de Cristo y el don del Espíritu.
¿POR QUÉ LA IGLESIA PROCLAMA SANTOS A ALGUNOS DE SUS
HIJOS?
“Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al
proclamar solemnemente que esos fieles han practicado heroicamente las virtudes
y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder
del Espíritu de santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza de los
fieles proponiendo a los santos como modelos e intercesores” (CEC, n.
828).
La Iglesia, desde sus inicios, ha siempre creído que los Apóstoles y los Mártires estén estrechamente unidos a nosotros en Cristo, los ha celebrado con particular veneración junto con la santísima Virgen María y los santos Ángeles, y ha implorado piadosamente la ayuda de su intercesión. Y a lo largo de los siglos, ha siempre ofrecido para la imitación de los fieles, a la veneración y a la invocación, a algunos hombres y mujeres, insignes por el esplendor de la caridad y de todas las otras virtudes evangélicas.
¿CUÁLES SON LAS OBJECIONES QUE SE PONEN CONTRA LOS SANTOS?
Está quien insinúa que se trata de una
estrategia expansionista de la Iglesia Católica. Para otros, la propuesta de
nuevos beatos y santos, tan diversos por categoría, nacionalidad y cultura,
sería sólo una operación de marketing de la santidad con finalidad de
leadership del Papado en la sociedad civil actual. Está incluso quien ve en la
canonización y en el culto de los santos un residuo anacrónico de triunfalismo
religioso, extraño incluso al espíritu y a lo dicho por el Concilio Vaticano
II, el cual ha tanto puesto en evidencia la vocación a la santidad de todos los
cristianos. Quienes ponen tales objeciones no toma en cuenta el gran rol y la
verdadera importancia de los santos en la Iglesia.
¿QUIÉNES
SON LOS SANTOS PARA LA IGLESIA?
- Los santos son:
· aquellos que contemplan ya claramente a
Dios uno y trino. Ciudadanos de la Jerusalén celestial, cantan sin fin la
gloria y la misericordia de Dios, habiéndose cumplido en ellos el paso pascual
de este mundo al Padre;
· discípulos del Señor. Orígenes lo afirma
con decisión: “Los santos son imagen de la imagen, siendo el Hijo imagen” (La
oración, 22, 4). Son el reflejo de la luz de Cristo resucitado. Como en el
rostro de un niño, en el cual se acentúan particularmente los rasgos físicos de
sus padres, en el rostro del santo el rostro de Cristo ha encontrado una nueva
modalidad de expresión;
· modelos de vida evangélica, de los cuales
la Iglesia ha reconocido la heroicidad de sus virtudes y luego los propone a
nuestra imitación. Ellos “han sido siempre fuente y origen de renovación en los
momentos más difíciles de la historia de la Iglesia” (Juan Pablo
ii, Christifideles laici, 16). “Ellos salvan a la Iglesia de la
mediocridad, la reforman desde adentro, la apremian a ser lo que debe ser la
esposa de Cristo sin mancha ni arruga (cfr Ef 5, 27)” (Juan Pablo
ii, Discurso a los jóvenes de Lucca, 23 de septiembre de 1989). Y el
Card. Joseph Ratzinger ha justamente afirmado que: “No son las
mayorías ocasionales que se forman aquí o allá en la Iglesia las que deciden su
camino y el nuestro. Ellos, los santos, son la verdadera, determinante mayoría
según la cual nos orientamos. A esa nos atenemos! Ellos traducen lo divino en
lo humano, lo eterno en el tiempo”;
· testigos históricos de la llamada
universal a la santidad. Fruto eminente de la redención de Cristo, son prueba y
documento de que Dios, en todos los tiempos y en todos los pueblos, en las más
variadas condiciones socioculturales y en los distintos estados de vida, llama
a sus hijos a alcanzar la perfecta estatura de Cristo (cfr Ef 4,
13; Col 1, 28). Ellos muestran que la santidad es accesible a las
multitudes, que la santidad es imitable. Con su concreción personal e histórica
hacen experimentar que el Evangelio y la vida nueva en Cristo no son una utopía
o un simple sistema de valores, sino un “fermento” y “sal” capaces de hacer
vivir la fe cristiana dentro y desde dentro de las diferentes culturas, áreas
geográficas y épocas históricas;
· expresión de la catolicidad o
universalidad de la fe cristiana y de la Iglesia que vive esa fe, la custodia y
difunde. Los santos, expresión del mismo Espíritu -como dice el Evangelio- que
“sopla donde quiere”, han vivido la misma fe. Tal internacionalidad confirma que
la santidad no tiene confines y que ésa no está muerta en la Iglesia y, aún
más, continúa a tener viva actualidad. El mundo cambia, pero los santos, aún
cambiando ellos mismos con el mundo que cambia, representan siempre el mismo
rostro vivo de Cristo. Ellos hacen resplandecer en el mundo un reflejo de la
luz de Dios, son los testigos visibles de la santidad misteriosa y universal de
la Iglesia;
· una auténtica y constante forma de
evangelización y de magisterio. La Iglesia quiere acompañar la predicación de
la verdad y de los valores evangélicos con la presentación de los santos que
han vivido esas verdades y esos valores en modo ejemplar;
· mientras honran al hombre, rinden gloria
a Dios, porque “la gloria de Dios es el hombre viviente” (San Ireneo de Lyon);
· son un signo de la capacidad de
inculturación de la fe cristiana y de la Iglesia en la vida de los diferentes
pueblos y culturas;
· intercesores y amigos de los fieles
todavía peregrinos en la tierra, porque los santos, aunque inmersos en la
gloria de Dios, conocen los afanes de sus hermanos y hermanas y acompañan su
camino con la oración y el patrocinio;
· innovadores de cultura. Los santos han
permitido que se crearan nuevos modelos culturales, nuevas respuestas a los
problemas y a los grandes retos de los pueblos, nuevos desarrollos de humanidad
en el camino de la historia. Los santos son como faros: han indicado a los
seres humanos las posibilidades que los mismos seres humanos poseen. Por esto
son interesantes incluso culturalmente. Un grande filósofo francés del siglo
XX, HENRY BERGSON, ha hecho esta observación: “los personajes más grandes de la
historia no son los conquistadores, sino los santos”.
- Todo esto la Iglesia lo confiesa cuando,
agradecida a Dios Padre, proclama: “en la vida de los santos nos ofrece un
ejemplo, en la intercesión una ayuda, en la comunión de gracia un vínculo de
amor fraterno” (Prefacio de la Misa).
¿QUÉ
DIFERENCIA EXISTE ENTRE BEATOS Y SANTOS?
- En cuanto a la certeza de que unos y
otros se encuentren en el cielo, no hay entre ellos ninguna diferencia.
- En cuanto al procedimiento: normalmente
primero un cristiano es proclamado beato (beatificación), y después, sucesiva y
eventualmente, es proclamado santo (canonización).
- En cuanto a la autoridad implicada en la
declaración de un beato o de un santo: es siempre el Papa quien, con un
específico acto pontificio, declara a alguien beato o santo.
- En cuanto al culto:
· las beatificaciones tienen un culto
permitido y no prescrito, limitado a una Iglesia local;
· la canonizaciones tienen un culto
extendido a toda la Iglesia, prescrito, con una sentencia definitiva.
¿SON DEMASIADOS LOS BEATOS Y LOS SANTOS?
Juan Pablo ii respondió a tales objeciones
de esta manera: “Se dice a veces que hoy hay demasiadas beatificaciones. Pero
esto, además de reflejar la realidad, que por gracia de Dios es la que es,
corresponde al deseo expreso del Concilio. El Evangelio si ha difundido de tal
modo y su mensaje ha puesto tales profundas raíces, que propio el gran número
de beatificaciones refleja la acción del Espíritu Santo y la vitalidad que de
Él brota en el campo más esencial para la Iglesia, el de la santidad. Ha sido
de hecho el Concilio que ha puesto en particular relieve la llamada universal a
la santidad” (Discurso de apertura al Consistorio extraordinario en preparación
del Jubileo del 2000, 13-VI-1994).
Y aún más escribe: “El más grande homenaje, que todas las Iglesias rendirán a Cristo al umbral del tercer milenio, será la demostración de la omnipotente presencia del Redentor mediante los frutos de fe, de esperanza y de caridad en hombres y mujeres de tantas lenguas y razas, que han seguido a Cristo en las diversas formas de la vocación cristiana” (Juan Pablo ii, Tertio Millenio adveniente, 37).
¿CÓMO LLEGA LA IGLESIA A LA CANONIZACIÓN?
El modo de proceder de la Iglesia en las causas
de beatificación y de canonización se ha desarrollado siempre en el curso del
tiempo con nuevas formas, a la luz incluso del progreso de las disciplinas
históricas, con el fin de tener la agilidad en el modo de proceder, manteniendo
sin embargo firme la seguridad de las investigaciones en una cuestión de tanta
gravedad e importancia.
Estas son las diversas etapas:
1. FASE
DIOCESANA:
- Cualquier persona puede solicitarle al
Obispo de la diócesis, donde ha muerto el Siervo de Dios, de dar inicio a una
causa de canonización. Los santos y la santidad son reconocidos, por tanto,
como un movimiento desde abajo hacia lo alto. Todavía hoy, es de hecho el mismo
pueblo cristiano que, reconociendo por intuición de la fe la “fama de
santidad”, señala los candidatos a la canonización al propio Obispo, quien
sucesivamente envía las pruebas recogidas al Dicasterio de la Santa Sede
competente, la Congregación de las Causas de los santos.
- El obispo, por instancia del Postulador y
con el previo permiso de la Santa Sede, inicia el proceso, normalmente no antes
de cinco años de la muerte del fiel. Le compete al Obispo el derecho de recoger
las pruebas acerca de la vida, las virtudes o el martirio, los milagros
realizados, y, si es el caso, el culto antiguo del Siervo de Dios, del cual se
pide la canonización. Para hacer esto, el obispo recurre a la ayuda de varios
expertos, los cuales, después de haber investigado escritos y documentos, e
interrogado a los testigos, expresan un juicio acerca de su autenticidad y de
su valor, como también acerca de la personalidad del siervo de Dios.
- Si el Obispo retiene que la causa
contiene elementos fundados, entonces nombra un Tribunal (Juez, Promotor de
justicia y Notario), quien interroga los testigos y recibe de una Comisión
histórica toda la documentación relacionada con la vida, las virtudes y la fama
de santidad del Siervo de Dios.
2. FASE
PONTIFICIA:
- Terminadas las investigaciones a nivel
diocesano, se transmiten todas las actas en doble copia a la Santa Sede, y más
precisamente a la Congregación de los Santos, que examina los actos
mismos:
· bajo el aspecto formal (para verificar si
los actos son válidos y auténticos) y;
· bajo el aspecto de mérito (para demostrar
si las virtudes son probadas).
- Al final dicha Congregación da su
valoración sobre las virtudes y sobre los milagros.
¿CÓMO SE HACE EL EXAMEN ACERCA DE LAS VIRTUDES?
La Congregación de los Santos procede de esta
manera:
- En primer lugar se prepara
la Positio, que es el conjunto de los actos procesales y de las actas
documentales, la cual deberá ser sometida al examen de los Consultores
específicos expertos en la materia, para que emitan el voto sobre su valor
científico.
- La Positio (con los votos
escritos de los Consultores históricos y con las ulteriores aclaraciones del
Relator, si son necesarios) será examinada por los Consultores teólogos, los cuales,
junto al Promotor fidei, expresan su parecer sobre la heroicidad de las
virtudes del Siervo de Dios y preparan una propia relación final, que será
sometida, junto a la Positio, al juicio de los Cardenales y de los Obispos
Miembros de la Congregación de los Santos.
¿CÓMO VIENE CONSIDERADA LA HEROICIDAD DE LAS VIRTUDES?
El concepto de heroicidad de las virtudes no
implica, necesariamente, que las acciones realizadas por la persona virtuosa
tengan que ser asombrosas. “La heroicidad -ha explicado el Card. José
Saraiva Martins, Prefecto de la Congregación de los Santos- puede muy bien
consistir en el cumplimiento en modo extraordinariamente generoso y perfecto de
los propios deberes cotidianos hacia Dios, hacia el prójimo y hacia sí mismos.
La vida ordinaria de cada día es el lugar más común para alcanzar las más
elevadas cumbres de la santidad” (Discurso del 2003).
¿ES NECESARIO TAMBIÉN UN MILAGRO?
Para poder proceder a la beatificación de un
Siervo de Dios, la actual legislación canónica requiere también un milagro,
realizado por intercesión del Siervo de Dios después de su muerte. Para la
beatificación de un mártir no se requiere el milagro, por cuanto el mismo
martirio, sufrido por amor de Dios, es un signo inequívoco de la vida virtuosa
de un Siervo de Dios.
Para la canonización en cambio de los mártires y de los no-mártires es necesario un nuevo milagro, realizado después de la beatificación.
Para la canonización en cambio de los mártires y de los no-mártires es necesario un nuevo milagro, realizado después de la beatificación.
¿POR QUÉ SON NECESARIOS LOS MILAGROS?
- Hay una razón histórica: desde siempre la
Iglesia ha exigido “signos” que confirmen la vida virtuosa de un
cristiano.
- Hay sobretodo una razón teológica: los
milagros son necesarios siempre para:
· confirmar la doctrina de la fe del Siervo
de Dios;
· garantizar el juicio sobre la heroicidad
de las virtudes;
· probar que la vida de un no-mártir no
haya sido secretamente laxior (es decir, menos santa) respecto a lo
que resulta de los testimonios
¿CÓMO
SE PROCEDE EN EL CASO DE LOS MILAGROS?
- Los milagros son estudiados bajo dos
aspectos:
· el científico: para probar que el evento
prodigioso (la curación), sobre la base de los testimonios y la documentación
médica, es inexplicable;
· el teológico: para verificar si el evento
prodigioso está connotado de preternaturalidad, es decir si es un verdadero y
propio milagro.
- Corresponde al Obispo, donde se ha
realizado el evento prodigioso, hacer estudiar el milagro por un Tribunal, que
debe recoger las pruebas testimoniales y médico-clínicas.
- Después el Obispo envía las actas de
dicho Tribunal a la Congregación de las Causas de los Santos, la cual las
estudia tanto desde el punto de vista procesal (para acertar la valides de
tales actas) como sobretodo sobre el mérito. A tal fin:
· las actas son primero examinadas por dos
peritos médicos individualmente, y luego por un órgano colegial de cinco
médicos, los cuales recogen sus conclusiones (diagnosis, prognosis, terapia,
modalidad de curación inexplicable desde un punto de vista médico...) en una
relación;
· viene luego preparada una “Positio” (con
todas las actas diocesanas y la relación de los médicos) que es examinada por
los teólogos, los cuales emitirán un parecer sobre la preternaturalidad del
hecho;
· finalmente la misma Positio, la
relación de los médicos y los pareceres de los teólogos son sometidos al juicio
de los Padres (Cardenales y Obispos) de la Congregación de los Santos, los
cuales valorarán si el hecho prodigioso es un milagro o no.
- El juicio de los Padres Cardenales y de
los Obispos, sea sobre la heroicidad de las virtudes sea sobre el milagro, es
referido, por el Cardenal Prefecto de la Congregación de los Santos, al Sumo
Pontífice, al cual le compete únicamente el derecho de declarar, con un acto
solemne, que se puede proceder a la beatificación o a la canonización de un
cristiano y por tanto al culto público eclesiástico, a él debido.
¿CUÁL CULTO SE DEBE DAR A LOS BEATOS Y A LOS SANTOS?
A los beatos y a los santos se les debe el culto
de veneración, y no de adoración, siendo éste reservado únicamente a Dios. Es
necesario no olvidar que el fin último de la veneración de los santos es la
gloria de Dios y la santificación de cada ser humano mediante una vida
plenamente conforme a la voluntad de Dios y a la imitación de las virtudes de
aquellos que fueron eminentes discípulos del Señor.
El Primicerio
de la Basílica de los Santos Ambrosio y Carlos en Roma
Monsignor Raffaello Martinelli
de la Basílica de los Santos Ambrosio y Carlos en Roma
Monsignor Raffaello Martinelli
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