Hemos sido creados en la imagen y semejanza de Dios. Somos templos
vivientes del Espíritu de Dios. La vida que corre por nuestras venas no es
nuestra, es un regalo divino, un pequeño aliento de Dios que nos sostiene.
Por esta razón debemos vivir nuestra vida con gran reverencia ante
nuestro creador, pues en el vivimos, nos movemos y tenemos nuestra existencia.
Cuando optamos por llevar una vida desobediente, despreciamos el
espíritu de Dios que mora en nosotros, no escuchamos la voz de la conciencia y
escogemos desafiar a Dios con nuestro pecado.
En este momento autorizamos al enemigo, quien sutilmente nos hace caer en
el pecado y poco a poco nos quita el temor de Dios hasta hacernos dudar de su
existencia. Dios nos ama tanto que ha enviado a su hijo a perdonarnos los
pecados con su muerte en la cruz, por el precio de su sufrimiento y de su
preciosa sangre.
Cuando endurecemos nuestro corazón y resistimos el llamado de Dios, o
sentimos apatía por El o por las cosas o personas consagradas, le cerramos
completamente la puerta al Espíritu Santo y se la abrimos ampliamente al
enemigo quien empieza a influenciar nuestra vida de tal manera que terminamos
siendo gobernados por el.
Desde entonces ya no podemos decir que somos templos del Espíritu santo
sino templos de Satanás. Allí empieza el gran problema espiritual de cual pocos
logran salir triunfantemente.
Claro que en el caso de víctimas inocentes de influencia o posesión, no
existe ninguna culpabilidad en la persona, sino que se nos presenta un caso
ante el cual podemos ejercer nuestra misericordia como hijos de Dios y viene
allí nuestro empeño en orar por la liberación de aquellos que sufren este mal
espiritual.
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