Hablar a la ligera
de los demás puede causar grandes daños que ni siquiera imaginamos.
Una de las “categorías” de pecado que acostumbramos minimizar
con más frecuencia es la de los
pecados de la lengua o de la palabra. Sin embargo, tal vez la manera más
común de pecar sea precisamente el mal uso de la palabra. Con gran facilidad,
casi sin pensar, nos involucramos en chismes, rollos, mentiras,
exageraciones, ataques venenosos y observaciones sin caridad.
Con la lengua, podemos
esparcir el odio, incitar a los demás al miedo y la malicia, difundir
desinformación, fomentar la tentación, desanimar, enseñar el error y arruinar
reputaciones. No cabe duda de que podemos causar graves daños por medio del don
de la palabra, con el que podríamos, por otro lado, hacer mucho bien.
Y también podemos causar estragos por omisión, ya que, con frecuencia,
permanecemos en silencio cuando deberíamos hablar; dejamos de corregir los
errores del prójimo cuando deberíamos abordarlos con la debida discreción y
gentileza.
En nuestra época, el triunfo
del mal está ampliamente amparado por el silencio de los buenos; por nuestro
silencio como pueblo cristiano, incluso. Los profetas deben anunciar la Palabra
de Dios, pero nosotros, muchas veces, encarnamos lo que dijo Isaías en el capítulo 56, versículo
10: “Sus vigías son ciegos, ninguno sabe
nada; todos son perros mudos, no pueden ladrar; ven visiones, se acuestan,
amigos de dormir.”
Bien decía Santiago: “Si
alguno no cae hablando, es un hombre perfecto” (Stg 3,2). Es verdad que no todo el pecado de
palabra es grave o mortal, sin embargo, podemos infringir grandes males
con nuestro hablar: por eso, los pecados de la lengua pueden llegar, sí, a ser
graves y mortales. Jesús nos advierte: los hombres tendrán que dar cuenta, el
día del Juicio, de toda palabra ociosa que hayan dicho (cf. Mt
12,36).
Por ello, vamos a
concentrarnos en un aspecto del pecado de la palabra que comúnmente
llamamos “chisme”.
En una definición general, ese
término puede aplicarse a comentarios triviales sobre la vida ajena, más aún
cuando es considerada específicamente como pecado, el chisme consiste en hablar de alguien de manera injusta,
mediante la mentira, la divulgación de asuntos personales o privados que no se
refieren a nadie, excepto a la propia víctima del chisme
Generalmente, el chisme
implica conversaciones inapropiadas y sin caridad sobre personas que no están
presentes. Además, el chisme casi siempre añade errores y variaciones
en la información que se transmite.
Santo Tomás de Aquino incluye el chisme en su tratado sobre la justicia (II, IIae 72-76) en la Suma Teológica, ya que, a través del
chisme, perjudicamos la reputación de los demás. El Catecismo de la Iglesia
Católica también incluye los chismes como materia del octavo mandamiento, el de
“no darás testimonio falso contra tu prójimo”.
Con base en las diversas
formas de injusticia en el hablar, identificadas por santo Tomás de Aquino,
podemos mencionar varias modalidades de
pecados de la lengua:
1 – La ofensa o
injuria
Consiste en deshonrar a una
persona, normalmente en su presencia y, con frecuencia, también frente a
terceros. La ofensa o injuria es cometida de forma abierta, audible y
generalmente motivada por impulsos de rabia y falta de respeto personal. Puede
incluir insultos, malas palabras y hasta “malos
deseos”.
En el día a día, no siempre
nos damos cuenta de que la injuria es una forma de ataque a la reputación de la
persona ofendida, pues, al contrario del chisme, que en general es hecho a sus
espaldas, la injuria u ofensa es “hecha a la
cara” de la persona, que, por lo tanto, tiene oportunidad de defenderse.
Incluso así, la injuria debe
ser mencionada cuando citamos los pecados de la lengua porque camina codo a
codo con la deshonra, perjudicando la buena fama de la víctima. Su esencia es
muy cercana a la del chisme. Injuriar es un pecado que tiene la intención de
causar vergüenza o deshonra
personal. Hay formas más adultas y cristianas de resolver los malentendidos.
2- La difamación
Consiste en hablar mal del
prójimo de manera injusta y a sus espaldas. Es menoscabar el buen nombre de
alguien frente a terceros, pero sin que la víctima lo sepa. Este tipo cobarde
de chisme impide que la persona de quien se habla pueda defenderse o aclarar lo
que está siendo dicho a su respecto. Podemos mencionar dos modalidades de
difamación.
a) La calumnia: Consiste en decir mentiras sobre alguien a sus espaldas.
b) La detracción o maledicencia: Consiste en decir verdades
sobre alguien a sus espaldas, pero verdades que son perjudiciales para ese
alguien y que los demás no tienen necesidad alguna de conocer. Se trata de
información que, por más verdadera que sea, tiene el potencial de ofender
innecesariamente la reputación o perjudicar el buen nombre de la víctima frente
a los demás. Por ejemplo, puede ser verdad que fulano tiene ciertos problemas
con alguna adicción, pero es una información que no necesita compartirse con
cualquiera. Hay momentos, está claro, en que podría ser importante compartir
ciertas verdades con los otros, pero solamente si fuera con personas que, por
una causa justa, necesitan conocer esa información. Además, mejor
sólo compartir legítimamente la información que es estrictamente
necesaria, evitando un informe excesivo, motivado por la curiosidad fútil y
mezquina.
3 – La
murmuración-sabotaje
Podemos identificar un tipo específico
de chisme que se parece mucho a la difamación, pero que tiene matices
particularmente graves. Mientras que el difamador habla por la espalda con el
objetivo de perjudicar la reputación de la persona ausente, el
murmurador-saboteador es un chismoso que, además de hablar a las espaldas, crea
problemas concretos en su víctima, llevando a las personas a actuar contra
ella. Tal vez pretenda perjudicarla profesionalmente; tal vez su objetivo sea
incitar reacciones de ira o incluso de violencia contra la víctima de sus
intrigas. El hecho es que el chismoso que practica la murmuración-sabotaje
quiere incitar alguna acción contra la persona de quien chismea. Esto va más
allá del prejuicio de la reputación: en este caso, el intrigante pretende
perjudicar, por ejemplo, las relaciones, la economía, la situación legal de su
víctima, etc.
4 – La
ridiculización
Consiste en hacer que las
personas se rían de alguien, de alguna característica física o de
comportamiento, manera de ser, etc. Esto puede parecer algo leve, pero muchas
veces, es un tipo de rumor que se transforma en burlas o en palabras
humillantes y ofensivas, que disminuyen a la persona o la deshonran dentro de
la comunidad. En no pocos casos, la ridiculización se transforma en lo que hoy en
día se conoce como “bullying”.
5 – La maldición o
“malos deseos”
Es el deseo públicamente
expresado de que una persona sea víctima de algún mal o sufra algún daño.
El “mal deseo” puede o no decirse
frente a la propia víctima; pero el hecho es que se trata de un tipo de pecado
de la lengua que también provoca la deshonra de la víctima frente a terceros.
El objetivo es maldecir a alguien, con frecuencia, es incitar a otros a tener
rabia contra esa persona.
La seriedad de esos
pecados
La seriedad de esos pecados de
la palabra o de la lengua depende de una serie de factores, entre los cuales el
alcance del daño cometido contra la reputación de la víctima, las
circunstancias de lugar, tiempo y lenguaje usado y cuántas y cuáles personas
oyeron los comentarios venenosos.
Uno de los tesoros valiosos de
cualquier persona es su reputación, ya que en él reposa su posibilidad de
relacionarse con otros y de involucrarse en casi todas las formas de
interacción humana. Es muy serio, por lo tanto, perjudicar la reputación de alguien.
¿Cuándo es necesario
hablar algo sobre alguien?
Es verdad que, a veces,
necesitamos tener conversaciones sobre personas que no están presentes. Tal vez
estemos en busca de consejos para lidiar con una situación delicada; tal vez
necesitemos algún incentivo para lidiar con una persona difícil o tengamos que
hacer una verificación legítima de hechos. Tal vez, especialmente en contextos
profesionales, seamos invitados a evaluar a algunos colegas, funcionarios o
situaciones.
En casos como esos, tenemos que limitar el objetivo de nuestras
conversaciones a lo estrictamente necesario, abordando solamente las
personas y hechos que de verdad necesitan ser abordados.
Al buscar consejo o incentivo,
debemos hablar solamente con personas que sean de confianza y que puedan
razonablemente ser de ayuda. Siempre que sea posible, debemos omitir detalles
innecesarios, entre los cuales el nombre de la persona de quien estamos
hablando. La discreción es la palabra clave también en las conversaciones
necesarias sobre el prójimo.
Por otro lado, es importante
saber que el sigilo extremo puede ser
inútil y hasta perjudicial. Hay momentos en que las situaciones
flagrantes necesitan abordarse de manera directa y bien clara. En este tipo de
casos, tenemos que seguir las normas establecidas por Jesús en el Evangelio de
Mateo:
“Si
tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha,
habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos,
para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si
les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye,
sea para ti como el gentil y el publicano” (Mt 18, 15-17).
En otras palabras, la discreción debe abrir espacio también
a la trasparencia en
determinadas circunstancias, como en las que una comunidad necesita tratar
ciertas cuestiones de forma pública y clara.
El Salmo 141, 3
eleva a Dios esta plegaria:
“Pon,
Yahveh, en mi boca un centinela, un vigía a la puerta de mis labios”.
Nosotros también
podemos hacer oraciones como esta:
“¡Ayúdame,
Señor! Mantén tu brazo sobre mi hombro y tu mano sobre mi boca. Pon tu palabra
en mi corazón, de modo que, cuando hable, seas Tú, en realidad, quien habla por
medio de mí. Amén”
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