Ayer mi hija accedió por
primera vez al sacramento de la Reconciliación. Por mi experiencia personal,
creo que es uno de los sacramentos más hermosos de los que dispongo como
católico. Tomar conciencia del mal en el que uno participa, pedir perdón por
ello y saberse perdonado y acogido por un Padre tierno y misericordioso… es una
de la experiencias que vale la pena frecuentar, sin duda.
Pero estamos tan despistados…
Después del momento de ayer, como padre y también como catequista y miembro de
la comunidad escolapia del colegio, me pregunto si lo estamos haciendo bien,
los que lo organizamos; y me pregunto también cuál es la motivación de las
familias que participan en estas citas religiosas.
Podía escribir un libro con
los continuos comentarios de los padres en los bancos mientras nuestros niños
se confesaban. Comentarios vacíos de contenido, de espiritualidad, incluso, de
sensibilidad. Comentarios que únicamente se dirigían a las formas pero que
dejaban claro un total desconocimiento de lo que allí estaba sucediendo. Los
niños pues… despistadillos también… La pregunta es “¿qué
podemos hacer?”. Los responsables directos de tal distancia entre las
familias y el hecho religioso son aquellos que toman distancia pero… ¿en qué
medida somos responsables también los que preparamos y organizamos estos
momentos?
No es hora de seguir haciendo
lo de siempre. Lo de siempre sirve para poco. Y digo poco en lugar de nada
porque sólo el Señor sabe los efectos y la importancia de lo que sucede en cada
momento, el alcance de la semilla plantada. Pero vamos… ojalá Dios pudiera
cambiar la sinrazón en la que estamos convirtiendo los sacramentos de
iniciación. Nos contentamos con ver la iglesia llena de gente ese día y giramos
la vista para no afrontar la realidad. Nos alegramos de que tantos niños se
confiesen por primera vez y hagan su Primera Comunión y se confirmen, siguiendo
los consejos de la Santa Madre Iglesia, pero giramos la vista para no descubrir
que en la gran mayoría de los casos simplemente estamos asistiendo a un
teatrillo, a una farsa.
Urge ponerse manos a la obra.
Confiar en Dios, claro que sí. Confiar en la Iglesia, claro que sí. Pero ser
audaces, también. Ser valientes, también. Ser verdaderos, también. Dar valor a
lo que tenemos entre manos, también. Proponer otra cosa, también. Cambiar
modelos y estructuras para dar respuestas reales al mundo real en el que
vivimos, también. El que no tenga ni fuerza, ni ganas, ni coraje suficiente…
pues al menos que anime a los que sí lo tienen. Y que el Señor nos ilumine y
nos ayude a todos para que Jesucristo sea de verdad una buena noticia para cada
uno.
Un abrazo
fraterno – @scasanovam
No hay comentarios:
Publicar un comentario