El fraile de Alepo lo
interpreta como "un signo irrevocable de la
presencia del Señor en comunión con nosotros"
Una bomba cayó en su parroquia
mientras daba la comunión y la sangre de los heridos manchó las hostias
consagradas. Fray Ibrahim ayuna cada día, arregla casas destruidas, acompaña a
padres que han perdido a sus hijos o reparte agua entre las familias. “Experimentamos fatiga, pero somos la presencia de
Cristo en medio de su pueblo”. Eso sí, reconoce que ahora sonríe menos y
que no es capaz “de encontrar sentido a esto”.
El 25 de octubre de 2015 un
proyectil de los yihadistas hizo blanco en la parroquia de San Francisco, en
Alepo (Siria), mientras fray Ibrahim daba la comunión. La bomba no estalló,
pero hubo heridos. “Las
hostias estaban manchadas con sangre de los fieles. Me impresionó mucho. Era un
signo irrevocable de la presencia del Señor en comunión con nosotros”.
“No me permitas
ver las necesidades sin poder afrontarlas”, pidió el franciscano a Dios antes de llegar a esta ciudad. Ha sido
escuchado. Desde que llegó, los franciscanos entregan paquetes de comida cada
vez más completos y a más familias. Dan todo el dinero del que disponen para
pagar medicinas, el alquiler e incluso los pagos atrasados de hipotecas.
En febrero de 2015 los bancos
se pusieron de acuerdo para apretar las tuercas a las familias de Alepo que aún
vivían en sus casas, aunque estuvieran dañadas y aunque muchos de ellos
hubieran perdido sus trabajos o negocios por la guerra. Amenazaban con, de lo
contrario, desahuciarlas.
Durante la batalla de Alepo,
que concluyó en diciembre, los religiosos ayudaban después de cada bombardeo
con los arreglos de casas que hubieran perdido paredes o habitaciones enteras.
Y, cuando se corta el agua –sigue pasando: antes de Semana Santa, faltó
durante 70 días–, dejan abiertas todo el día las puertas del convento, con dos
tuberías que sacan agua de su pozo a la calle. Han comprado depósitos para las casas y un grupo de conductores lleva
el preciado líquido a quienes no pueden acarrearlo.
El franciscano es consciente
de que sin la fuerza de Dios y de la
oración no podría seguir: “Cristo está
presente en medio de su pueblo, le ayuda y le asiste a través de sus pastores.
Y no supone un obstáculo ni un escándalo la fatiga que experimentamos”.
Con bolsas bajo los ojos, el
fraile reconoce que duerme peor ahora. Al principio, las bombas no le
despertaban. Ahora, lo hace cualquier ruido. Un día de 2016, después de horas
visitando familias, un monaguillo le dijo: “Cuando
llegaste siempre sonreías. Ahora, menos”.
No pocas veces sus palabras
transparentaban su perplejidad: “Ya no tenemos la
percepción de lo que sucede y no sabemos a quién echar la culpa. Ya no somos
capaces de encontrar un significado a esto”.
“Nos quedamos sin palabras”
Hubo días especialmente
extenuantes, como el del funeral de Bassam, un niño de 8 años al que una bala
atravesó la cabeza mientras jugaba. “Para mí fue una lucha terrible contra el caos y la
desesperación” de la familia y la comunidad. Mientras
acompañaba a los padres, intentaba calmar al resto de familiares y a los
scouts, que querían manifestarse con el ataúd.
Algunos días, el fraile llegó
a sentirse “desgarrado” por todas las
peticiones que le llegaban: “Nos quedamos sin
palabras al ver todo a lo que tenemos que hacer frente”. “He tenido que fiarme
completamente de la Providencia, seguro de que no me abandonaría”.
La confianza de los frailes en
Dios va acompañada de su propio sacrificio. Aún hoy se duchan con un litro de agua, y ayunan: “Hemos decidido experimentar qué significa el hambre, no
comer carne ni pescado”.
En medio de tanta actividad,
los franciscanos de Alepo se desviven también por custodiar la fe de los
fieles. La parroquia de San Francisco ofrece dos Misas diarias, catequesis,
diversos grupos y dirección espiritual.
Por
María Martínez López
Artículo
originalmente publicado por Alfa y Omega
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