Contiene valores de todo tipo: en
sí mismo para el penitente y también para el sacerdote que celebra el
Sacramento; valores terapéuticos y sanadores, espirituales y morales...
Un discurso muy positivo en el
tono, muy pedagógico también, ofreció el papa Benedicto en la anual semana de
estudio de este Sacramento en Roma.
Señalemos por partes los
distintos valores (por llamarlos de alguna forma).
a) Es un ejercicio de
santificación para el sacerdote. ¿Cómo lo explicaría? Un sacerdote se santifica
no por el número de reuniones y organigramas pastorales, o planes pastorales y
revisiones consiguientes, sino por el ejercicio del propio ministerio, las
acciones santas del ministerio, movido por la caridad pastoral. Sentarse
cotidianamente en el confesionario es un ejercicio de santificación y un medio
para la santidad del sacerdote.
"Deseo detenerme con vosotros sobre un aspecto
que quizás no se ha considerado suficientemente, pero que es de gran relevancia
espiritual y pastoral: el valor pedagógico de la Confesión sacramental. Si es
verdad que siempre es necesario salvaguardar la objetividad de los efectos del
Sacramento y su correcta celebración según las normas del Rito de la Penitencia,
no está fuera de lugar la reflexión sobre cuanto pueda esto educar la fe, sea
del ministro, sea del penitente. La fiel y generosa disponibilidad de los
sacerdotes en la escucha de las confesiones, sobre el ejemplo de los grandes
Santos de la historia, desde San Juan María Vianney hasta san Juan Bosco, desde
san Josemaría Escrivá a san Pío de Pietralcina, desde san Giuseppe Cafasso a
san Leopoldo Mandić, nos indica a todos nosotros como el confesionario puede
ser un “lugar” real de santificación" (Benedicto XVI, Discurso a los
participantes en el Curso del Fuero interno, 25-marzo-2011).
b) El sacerdote es educado por el
Señor al ejercer el ministerio en el sacramento de la Penitencia. Recibe mucho
y es educado él mismo antes que ser educador: a veces por la conversión de un
penitente, otras por la finura espiritual de un alma más santa y delicada que
la del propio sacerdote.
"¿De qué modo educa el
Sacramento de la Penitencia? ¿En qué sentido tiene su celebración, un valor
pedagógico, antes que nada para los ministros? Podríamos comenzar desde el
reconocimiento de que la misión sacerdotal constituye un punto de observación
único y privilegiado, del cual, cotidianamente, se da la contemplación del
esplendor de la Misericordia divina. Cuantas veces en la celebración del
Sacramento de la Penitencia, el sacerdote asiste a verdaderos y propios
milagros de conversión, que, renovando “el encuentro con un acontecimiento, con
una Persona” (Enc. Deus Caritas est, nº1), refuerzan su misma fe. En el fondo,
confesar significa asistir a tantas “professiones fidei” cuantos son los
penitentes, y contemplar la acción de Dios misericordioso en la historia, tocar
con la mano los efectos salvíficos de la Cruz y de la Resurrección de Cristo,
en todo tiempo y para cada hombre. No raramente nos colocamos ante verdaderos y
propios dramas existenciales y espirituales, que no encuentran respuesta en las
palabras de los hombres, pero que son abrazados y asumidos por el Amor divino,
que perdona y transforma: “ Aunque vuestros pecados sean como la escarlata, se
volverán blancos como la nieve” (Is 1,18).
Conocer y, en cierto modo, visitar el abismo del
corazón humano, incluso en los aspectos oscuros, si por un lado pone a prueba
la humanidad y la fe del mismo sacerdote, por el otro lado alimenta en él la
certeza de que la última palabra sobre el mal del hombre y de la historia es de
Dios, y de su Misericordia, capaz de hacer nuevas todas las cosas (cfr Ap
21,5). Cuanto puede aprender el sacerdote de penitentes ejemplares de su vida
espiritual, de la seriedad con la que conducen su examen de conciencia, de la
transparencia en el reconocimiento del propio pecado y por la docilidad hacia
la enseñanza de la Iglesia y las indicaciones del confesor. ¡De la
administración del Sacramento de la Penitencia podemos recibir profundas
lecciones de humildad y de fe! Es una llamada muy fuerte para todo sacerdote a
la conciencia de la propia identidad. ¡Nunca, sólo por la fuerza de nuestra
humanidad, podremos escuchar las confesiones de los hermanos!. Si estos se
acercan a nosotros es sólo porque somos sacerdotes, configurados en Cristo Sumo
y Eterno Sacerdote, y capaces de actuar en su Nombre y en su Persona, de hacer
realmente presente a Dios que perdona, renueva y transforma. La celebración del
Sacramento de la Penitencia tiene un valor pedagógico para el sacerdote, con
respecto a su fe, a la verdad y pobreza de su persona y alimenta en él su
conciencia de la identidad sacramental" (ibíd.)".
c) Desde el punto de vista del
penitente, también éste recibe una enseñanza pedagógica del mismo Sacramento.
Así la preparación al Sacramento permite al penitente, cada vez, sondear más la
verdad de su corazón y su situación real ante Dios. Le educará el Perdón divino
con la imposición de manos, en un Amor siempre mayor y misericordioso. Será el
momento y el sitio en que será escuchado con la profundidad que un alma
requiere cuando el mundo no escucha a nadie en su verdad, va demasiado
acelerado para detenerse a la apertura del hombre interior.
"¿Cuál es el valor
pedagógico del Sacramento de la Penitencia para los penitentes? Debemos
comenzar diciendo que esto depende, antes que nada, de la acción de la Gracia y
de los efectos objetivos del Sacramento en el alama del fiel. Ciertamente la
Reconciliación sacramental es uno de los momentos en los que la libertad
personal y la conciencia de uno mismo están llamadas a expresarse en un modo
particularmente evidente. Y quizás también por esto, en una época de
relativismo y, por consiguiente, de una conciencia atenuada del propio ser, se
debilita también la práctica sacramental. El examen de conciencia tiene un
importante valor pedagógico: educa a mirar con sinceridad la propia existencia,
a confrontarla con la verdad del Evangelio y a valorarla con parámetros no sólo
humanos, sino tomados de la Revelación divina. La confrontación con los
Mandamientos y con las Bienaventuranzas y, sobre todo, con el Precepto del
amor, constituye la primera gran “escuela penitencial”.
En nuestro tiempo caracterizado por el ruido, la
distracción, la soledad, el coloquio del penitente con el confesor puede ser
una de las pocas, sino la única ocasión de ser escuchado de verdad y en
profundidad. Queridos sacerdotes, no dejéis de darle el espacio adecuado al
ejercicio del ministerio de la Penitencia en el confesionario: ser acogidos y
escuchados constituye también un signo humano de la acogida y de la bondad de
Dios hacia sus hijos. La confesión íntegra de los pecados, además, educa al
penitente a la humildad, al reconocimiento de la propia fragilidad y, al mismo
tiempo, a la conciencia de la necesidad del perdón de Dios y a la confianza de
que la Gracia divina puede transformar la vida. Del mismo modo, escuchar las
advertencias y de los consejos del confesor es importante para el juicio sobre
los actos, para el camino espiritual y para la curación interior del penitente.
¡No olvidemos cuantas conversiones y cuantas existencias realmente santas
comenzaron en un confesionario! La acogida de la penitencia, la escucha de las
palabras “Yo te absuelvo de tus pecados” representan, finalmente, una escuela
verdadera de amor y de esperanza, que guía a la plena confianza en el Dios Amor
revelado en Jesucristo, a la responsabilidad y al compromiso de la conversión
continua" (ibíd.).
d) Es un ministerio muy exigente
y muy duro, que requiere asiduidad para el sacerdote, cierto espíritu de
mortificación, paciencia, discernimiento y ciencia para iluminar, así como
oración y luego reparación por los penitentes absueltos y su santidad. Pero,
¡qué grande es este Sacramento! ¿Cómo no dar gracias por este ministerio
encomendado y ejercerlo diariamente aun cuando no se acerque nadie?
"Queridos
sacerdotes, que experimentar nosotros primero la Misericordia divina y ser
humildes instrumentos de ella, nos eduque a una siempre fiel celebración del
Sacramento de la Penitencia y a una profunda gratitud hacia Dios, que “nos ha
confiado el ministerio de la reconciliación (1Cor 5,18)" (ibíd.).
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