miércoles, 24 de septiembre de 2014

LA IRA DE DIOS


Siempre he detestado a esa gente que, cuando se cumple algo que predijeron que sucedería, te mira con sorna y te dice: "¡te lo dije!". Pues bien, eso es en parte lo que me pasa hoy.

Siempre tuve en mi conciencia la duda de si votar al PP sería moral o no, a pesar de todos los pesares, de las notas orientativas ante el voto, de la teoría del "mal menor"...

Me preguntaba, ¿puedo yo en conciencia votar a un partido que permite el aborto? Mi respuesta interior era clara: "¡NO!". Y así lo hice, nunca le voté.

Algunos me acusaban de tirar el voto, de regalar votos a "los malos", de irresponsabilidad ciudadana... Pero la voz de mi conciencia era más clara que la voz de los cálculos humanos.

Nada puede justificar la supresión de una vida inocente, nada, nada, NADA.

Y al escribir esto casi me cargo las teclas de mi ordenador por la rabia contenida que siento. Rabia y tristeza.

Esta noche, en Madrid, el cielo lloraba ante la vergonzante retirada de los que se auto-proclamaron una alternativa en favor de la vida, ahora sabemos que con meros fines políticos.

Nos han engañado. Todos, todos. No sólo los de "izquierdas".

¿Qué significan hoy esas palabras, izquierda, dentro, derecha? Ya no son sinónimo de nada. Ninguno respeta la vida, ni de los niños, ni de los no nacidos, ni de los ancianos, ni de los jóvenes; a todos permiten morir, o envenenan con sus políticas del consenso sin interés ninguno por la verdad.

¡Dios mío, qué rabia!

¿Tú sentiste rabia alguna vez?

Sí, recuerdo al menos dos ocasiones. Cuando entraste en el templo y volcaste las mesas (electorales) de los cambistas que había convertido tu templo (el cuerpo humano) en un negocio (¿político?) (Mt 21, 12 - 13).

También echaste una mirada de ira en torno cuando querías curar al que tenía la mano paralizada en sábado y los fariseos te querían acusar porque no era el momento adecuado (Mc 3, 5).

Tampoco ahora era el momento adecuado de cambiar la ley del aborto.

No, no. Espera. No es una ley. La ley es para proteger a los indefensos, para hacer justicia. NO ES UNA MALDITA LEY.

Es una burla, una burda justificación del asesinato, es una ley de exterminio, una masacre silenciosa, consentida.

Es un crimen, una aberración, una parsimoniosa letra que mata, un insulto al creador, al Redentor, que volcó con Santa Ira las mesas de los cambistas, que con Santa Ira miró a quienes por motivos ideológicos evitaban hacer el bien, a tiempo y a destiempo.

Quizá estoy proyectando mi ira, que no es precisamente santa, en Dios. Quizá no. No lo sé, me da igual.

Esta mi ira suscita compasión. Por los niños asesinados, sí, pero también por los "políticos", por quienes hacen ideologías de la vida humana, por quienes se felicitan ante este retroceso retrógrado. Sí, retrógrado, porque estamos volviendo a la era de las cavernas, donde los homínidos eran tan inconscientes que no se preocupaban más que de sí mismos, sin importarles abandonar o devorar a sus congéneres.

Aún así, me caben tres esperanzas.

La primera, Dios hará justicia.

La segunda, ellos, los abortados, interceden por nosotros y por sus asesinos, como una muchedumbre de Santos Inocentes que, sin cesar, alzan su voz ante el Trono, diciendo como Esteban: "Señor, no les tengas en cuenta este pecado" (Hch 7, 60).

La tercera, "la victoria es de Nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero" (Ap 7, 10). Él enjugará las lágrimas de nuestros ojos cuando venga lo definitivo, y ya no habrá muerte, ni llanto, ni luto ni dolor.

Aquel día las madres podrán abrazar a los hijos que abortaron, los médicos podrán disculparse ante las vidas que suprimieron, los políticos podrán, de rodillas, besar los benditos pies de los que, con su intercesión, les alcanzaron el perdón de Dios y consiguieron que la Ira de Dios no se encendiera contra ellos.

Así lo pido, así lo deseo. Padre, que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Que se acabe el aborto, las guerras, crímenes, abusos, genocidios.

Como dice la Didaché: "Pase este mundo y venga la gracia. Maranathá. Ven, Señor Jesús".

Jesús María Silva Castignani

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