viernes, 26 de septiembre de 2014

TRES ANUNCIOS DEL SEÑOR


Tres son… los anuncios que el Señor, hizo a lo largo de su vida, acerca del pan eucarístico. Corría el año 29 y en marzo de dicho, fue cuando el Señor realizó, el primer y el segundo anuncio del Pan vivo, o Pan del cielo, tal como lo denominó el Señor, en la sinagoga de Cafarnaúm, donde se estableció un dialogo entre los israelitas y el Señor, que le preguntaban acerca de que obras había hecho Él, para que ellos le creyeran, al tiempo que le recordaban que: “31 Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo”. (Jn 6, 31). Le dicen al Señor refiriéndose a Moisés que qué para ellos fue, el que les proporcionó el alimentó.

“32 Jesús respondió: Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; 33 porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo. 34 Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan. 35 Jesús les respondió: Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed. 36 Pero ya les he dicho: ustedes me han visto y sin embargo no creen”. (Jn 6,32-36).

            Hace aquí el Señor, su primer anuncio del Pan vivo eucarístico, cuando ellos le demanda el pan del cielo, que Moisés les dio a sus padres en el desierto y el Señor, primeramente les dice que no fue Moisés quien les dio el maná sino su Padre que está en los cielos y además les dice: Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed. Es Él mismo, el que indirectamente les está ofreciendo ya su cuerpo y su sangre.

            En este primer anuncio de la Eucaristía, el Señor conociendo las mentalidades de sus oyentes que no van a aceptar, que su carne sea comida y su sangre sea bebida, no habla con claridad, pero si lo hace más tarde en el mismo día y en el interior de la Sinagoga de Cafarnaúm, pues el primer encuentro y anuncio del Señor se realizó antes de entrar en la Sinagoga y ya el ella les dice claramente:

"48 Yo soy el pan de vida; 49 vuestros padres comieron el mana en el desierto y murieron. 50 Este es el pan que baja del cielo, para que el que lo coma no muera. 51 Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo. 52 Disputaban entre si los judíos, diciendo: ¿Cómo puede este darnos a comer su carne? 53 Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitare el último día. 55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre esta en mí y yo en él. 57 Así como me envió mi Padre vivo, y vivo yo por mi Padre, así también el que come vivirá por mí. 58 Este es el pan bajado del cielo; no como el pan que comieron los padres y murieron; el que come este pan vivirá para siempre. 59 Esto lo dijo enseñando en una sinagoga de Cafarnaúm”. (Jn 6,48-59).

            El impacto que se produjo en la sinagoga fue tremendo, no comprendieron o no quisieron comprender la espiritualidad y entrega del Señor a nosotros y solo vieron el lado antropófago de estas duras palabras. Era necesario para alcanzar la vida eterna, tener que comer la carne del Señor y tener que beber su propia sangre. Pensemos que estas claras palabras y hace ya, más de 2000 años transcurridos, desde que fueron pronunciadas por el Señor y todavía hay cristianos protestantes, que no las aceptan y quieren ver en ellas un inexistente sentido de simbológica. Pero si son aceptadas por cristianos cismáticos orientales y cristianos católicos, también llamados latinos occidentales..

            Los mismos discípulos del Señor se escandalizaron. Es el mismo San Juan el que nos explica esto en el mismo capítulo 6 de su evangelio y resulta curioso que de las palabras del Señor en la última cena cuando realizó el tercer anuncio, Y ahora San Juan nada nos dice de Él. Recogiendo este segundo anuncio, que puede ser interpretado como un preanuncia de la institución de la Eucaristía. Continua San Juan aquí, recogiendo el suceso: “60 Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: ¡.Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo? 61 Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: ¿Esto los escandaliza? 62 ¿Qué pasará entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? 63 El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. 64 Pero hay entre ustedes algunos que no creen». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. 65 Y agregó: Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede. 66 Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. 67 Jesús preguntó entonces a los Doce: ¿También ustedes quieren irse? 68 Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. 69 Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios.70 Jesús continuó: ¿No soy yo, acaso, el que los eligió a ustedes, los Doce? Sin embargo, uno de ustedes es un demonio”. (Jn 6,60-70).

Es admirable aquí, la profundidad de la fe de San Pedro, de la cual dará este un pleno testimonio más tarde en Cesárea de Filipo, cuando en la cueva de Banias el Señor lo nombró cabeza visible de su Iglesia. Fueron muchos los milagros hechos por el Señor, que San Pedro había contemplado, pero más milagros había visto ya, cuando lo negó tres veces al Señor, en el patio del Sumo sacerdote. Esto nos debe de servir de aviso de que tal como dice el mismo San Pedro no dice: “Sed sobrios y vigilad, que vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quien devorar, resistidles firmes en la fe”. (2Pdr 5,8).

            El tercero y definitivo anuncio del Señor, nos lo cuenta San Lucas que escribe: “14 Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; 15 y les dijo: Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; 16 porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios. 17 Y recibiendo una copa, dadas las gracias, dijo: Tomad esto y repartidlo entre vosotros; 18 porque os digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios. 19 Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío. 20 De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros. 21 Pero la mano del que me entrega está aquí conmigo sobre la mesa. 22 Porque el Hijo del hombre se marcha según está determinado. Pero, ¡ay de aquel por quien es entregado! 23 Entonces se pusieron a discutir entre sí quién de ellos sería el que iba a hacer aquello”. (Lc 22,14-23).

            En estos trascendentales versículos para nosotros, el primero que toma importancia es el 15 en el que dice el Señor Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer. Puede pensarse, que este deseo del Señor nace en Él, como consecuencia de ser esta ya, la última cena antes de padecer tal como Él mismo dice. El Señor era y es la segunda persona del Dios trinitario, pero era también hombre, de carne y hueso y sabía lo que le esperaba, por lo cual indudablemente, estaría angustiado; piénsese que horas más tarde sudaría sangre en el Huerto de Getsemaní, pensando que iba a soportar el peso de todo los pecados de los hombres. El sufrimiento de la oración del huerto pertenecía al orden del espíritu y lo demás atroces sufrimientos posteriores fueron materiales.

            En la última cena, el Señor nos regala a todos a modo de despedida, la posibilidad de unirnos carnalmente con Él, dándonos la mayor prueba de amor que jamás hombre alguno haya recibido. Comer su carne y beber su sangre es darnos la posibilidad de llevar nuestro amor a Él, a límites inimaginables. Prueba de ello, son todas esas ramas del cristianismo, que siguen pensado en una mera simbología, que aún no se han enterado que cuando se ama de verdad se anhela pasar a formar parte además de la espiritualidad del amado, también la materialidad de su cuerpo y de su sangre. Cuantas madres en el loco amor por sus hijos pequeños los mira y dice: ¡me lo comía! Quiere y desea integrarlo en su carne y en su sangre porque se lo pide su amor.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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