Si algún día, en un futuro muy
lejano, el Estado decidiera perseguir a los sacerdotes, no tendríamos
escapatoria posible. Todo está hoy día repleto de cámaras de vigilancia y los
programas de reconocimiento facial están avanzadísimos. Por supuesto, no
podríamos comprar nada con tarjeta de crédito. Y es posible que al dinero en
efectivo le queden menos de diez años.
En los archivos de Hacienda
consta donde vives, así como todas tus facturas. El Estado tiene tus números de
teléfono. Sabe todas y cada una de las personas a quien llamas, puede
intervenir tu correo electrónico.
Sí, en el siglo XXI, será
imposible escapar al Estado. La única solución sería encerrarse en casa de un
amigo no sospechoso (insisto, no sospechoso) y no salir para nada a la calle:
ninguna compra, ninguna llamada, ningún email.
No quiero alarmar a nadie, no
pienso que esto vaya a ocurrir en nuestras democracias. Pero, desde luego, no
habría donde esconderse. Si algún día ocurriera, yo me escondería en el armario
que hace de base al órgano del siglo XVII en Estremera. Es un plan
sencillamente perfecto salvo que les dé por quemar la iglesia.
También tengo que mejorar algo el sistema de aprovisionamiento. Los
milicianos se extrañarían de ver entrar a tres o cuatro señoras con barras de
pan en las cestas. Y más se extrañarían si vienen con muffins, bricks de
chocolate líquido y cajas de queso camembert. Además, las señoras dispuestas a
ayudarme, para entonces, ya pueden estar por los 130 años de edad. Sí, tengo
que mejorar un poco el plan de la logística. Quizá sea mejor que me vaya a
Paraguay.
P.
FORTEA
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