Dos médicos mártires
La Iglesia celebra hoy el martirio de los santos Cosme y Damián, durante
la persecución de Diocleciano. En la historia de estos dos hermanos gemelos,
médicos de profesión, cuya fama llamó la atención del gobernador romano,
asombra el contraste entre la escasez de noticias históricas relativas a su
vida terrenal y el enorme número de milagros
Hay en esta ciudad cristianos muy competentes en el arte de la Medicina. Van por las ciudades y por los pueblos, curan a los enfermos y libran, en nombre de uno que llaman Cristo, a todos los que están poseídos por espíritus inmundos. Hacen también muchos milagros, pero no permiten que los hombres vayan al templo a ofrecer sacrificios en honor de los dioses.
El juez ordenó a algunos oficiales que los trajeran al tribunal. Cuando
estuvieron delante de él, les dijo:
-¿Vais por ciudades y pueblos persuadiendo a los habitantes a no
sacrificar a los dioses? Decidme de dónde venís, cuál es vuestra fortuna y cómo
os llamáis.
Cosme respondió:
-Si lo quieres saber, te lo diremos sin temor: somos árabes, no tenemos
fortuna; yo me llamo Cosme, y mi hermano, Damián. Tenemos otros tres hermanos:
Antimo, Leoncio y Euprepio.
El juez ordenó a sus funcionarios:
-Traedlos a mi presencia.
Los soldados fueron a buscarlos y los llevaron al juez, que les dijo:
-Escuchad, tenéis que elegir lo que más os conviene; no desobedezcáis.
Si aceptáis seguir mis consejos, recibiréis del emperador grandes y magníficos
honores; pero si os oponéis, os torturaré con varios suplicios y después de
muchos sufrimientos renegaréis de vuestro Cristo.
Los santos respondieron al unísono:
- Haz lo que quieras. No tememos tus suplicios, porque Cristo nos
socorrerá con su ayuda. Nos negamos a sacrificar a los ídolos que no tienen
vida.
La Passio del siglo VI, a la que pertenece este diálogo, sigue narrando
los muchos suplicios que padecieron Cosme y Damián, de los cuales salieron
milagrosamente indemnes. La Historia registra su muerte, por decapitación, el
día quinto de las calendas de octubre.
Para comprender la importancia y el honor que la Iglesia atribuye a
Cosme y Damián, basta pensar que son los únicos santos de la Iglesia oriental
que nombra el Canon romano de la Misa. Sabemos que fueron martirizados en Egea,
Cilicia, una localidad de Asia Menor a pocos kilómetros de Tarso, la ciudad
natal de san Pablo. Fueron decapitados probablemente en el otoño del 303,
durante la persecución de Diocleciano. La última más feroz de las grandes
persecuciones que padeció la Iglesia antes del edicto de Constantino.
Muchos cristianos ocupaban desde hacía tiempo puestos de responsabilidad
tanto en la Administración como en el Ejército. Fue Galerio, yerno de
Diocleciano, quien convenció al emperador para que desencadenara la
persecución. Entre el 303 y el 304, cuatro edictos imperiales establecieron que
todos los ciudadanos debían rendir públicamente culto a los dioses. Los
primeros en pagar las consecuencias fueron los funcionarios públicos y los
miembros del Ejército; luego, los eclesiásticos, y, por último, los fieles;
entre ellos estaban Cosme y Damián.
Alfa y Omega
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