Escuchando las charlas u homilías
del Papa Francisco en Santa Marta se me asemeja al viejo párroco de aldea o al
antiguo capellán de las monjas vecinas, esas que tocan las campanas todos los
días a las siete de la mañana y porque no las dejan antes. Yo he sido durante
años ambas cosas, si cambiamos aldea por barrio de Madrid, que, en el fondo es
lo mismo. Los que van a Misa a diario se parecen mucho en todos los sitios.
La forma de hablar y los temas
son como muy caseros. Muy directos. Destilan una sabiduría a prueba de críticas
y murmuraciones. ¿Qué le importan a un capellán de ochenta años las críticas y
el pensar de los demás? Para eso están los jóvenes que son muy sentidos y que
necesitan crecer y afirmarse pero el viejo capellán qué más va a crecer. En el
caso del Papa menos aún porque es un santo y sabe muy bien que nadie le ha
ayudado para llegar a donde está. Es más, ni siquiera él se pudo ayudar. Tiene
la máxima sabiduría que consiste en saber que todo es gracia.
El que juzga siempre se equivoca,
dijo el papa en Santa Marta el 23 de junio de 2014. Tiene experiencia de ello.
Además, continúa, terminará por ser juzgado en la misma medida. Y lo mejor de
todo es que el juzgado será defendido por Jesús y el Espíritu Santo.
Dios le ha dado el juicio a
Jesucristo porque es el único que ha muerto por nosotros. Jesús nos juzgará
desde su propio amor y misericordia, no va a tener nada en cuenta tus opiniones
sobre los demás, no piensa para nada igual que tú. Ese vecino a quien tú no
puedes soportar, a Jesús le cae muy bien. ¿Has muerto tú por alguien? ¿Quién te
crees que eres? Si juzgas eres usurpador de un puesto que no te pertenece. El
Papa insistió en el tema desde el evangelio de ese día que hablaba de la paja y
la viga en los ojos. Jesús sabe que todos tenemos una inclinación malsana y
persistente de criticar a los demás. Por eso nos dice: ¿Por qué miras la
paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga que hay en el tuyo? ¿Cómo puedes
decir a tu hermano: “Hermano deja que te saque la paja de tu ojo”, tú que no
ves la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga del tuyo y
después verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano (Lc 6, 41-42).
El juzgador se defiende diciendo
que tiene razón y que está en la verdad en lo que dice. Puede ser pero lo hace
sin amor. Cuando ames a otro como a ti mismo júzgalo todo lo que quieras porque
no le harás daño. Tu juicio estará lleno de misericordia y compasión. Si lo
haces desde ti, desde tu razón, desde tus cálculos, intereses o heridas
esparces una mala simiente. Siembras inquietud y desamor aunque tengas razón.
Desunes. Actúas en directo contra el amor y la comunidad, no reconcilias.
Seguro que estás en algún
grupillo y si no pronto lo formarás. Esos grupos que hay en todos los sitios,
también en parroquias o comunidades. Hay comunidades con tantos grupúsculos que
se han apropiado de todo y si llega uno nuevo no sabe dónde colocarse. Están
todas las sillas ocupadas o reservadas. Jesús te dirá a su tiempo: “Quise ir
contigo pero no encontré acogida, estaba todo ocupado. No me dejaste sitio”.
No sabemos hasta dónde se
extiende la misericordia de Dios. El texto de 2Co 5, 19, que cita Francisco,
nos habla de que es amplísima: Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al
mundo consigo, no tomando en cuenta las trasgresiones de los hombres, sino
poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación. Somos pues embajadores de
Cristo. Embajadores en orden a la reconciliación. ¡Mira que si al morir nos
encontramos en el cielo con Judas, Nerón, Lenin, Stalin, Hitler, Bin Laden o el
que ha robado todo el patrimonio de tu familia! Fueron lo que fueron, les tocó
representar un papel en esta vida para la gloria de Dios y para llevar hasta el
extremo la calidad de su misericordia y de su inmensa sabiduría. ¿Somos quién
nosotros para juzgarlos?
Hoy está muy de moda hablar de
las víctimas, de las víctimas de la historia, de los que han sido atropellados
en su inocencia y han sido llevados incluso a una muerte injustísima. ¿Podrá
alguno quejarse de ser víctima al lado de Jesucristo? El victimismo es un
pecado por su falta de fe y su incapacidad de ver las cosas de este mundo desde
la resurrección. El tema de la víctima en la historia es interesante porque
engloba a Jesús como la principal de todas las víctimas, lo que no podemos
hacer es darle al victimismo de Cristo otras intenciones distintas de las que
él le dio. Dice el Papa: Jesús delante de su Padre nunca acusa, al contrario,
defiende. Su Espíritu también viene a defendernos. Si tengo estos defensores,
¿quién es mi acusador? Mucho se tendrá que tentar la ropa para acusarme.
Una de las aberraciones más
envenenadas que ha surgido en occidente en los últimos siglos ha sido la de
juzgar a Dios. El Papa no habla de ella pero es una de las formas de juicio más
perniciosas de lo que llamamos modernidad. Como me decía un amigo dominico,
jamás en el Congo se le ocurre ni se le ha ocurrido a nadie a lo largo de toda
la historia juzgar a Dios. En Europa ha nacido por la prepotencia que se le ha
concedido a la razón humana la cual, a la vez que ha creado una civilización,
ha hundido otra con todos sus principios y valores. En otras épocas, como en el
Congo, nadie se atrevió a juzgar a Dios. Podía haber gente libertina, que no
creyera en Dios, que renegara de él, pero juzgarle por los sucesos, los
acontecimientos de la vida o las catástrofes del mundo no entraba en la cabeza
de nadie. Para eso se necesita una pérdida de inocencia muy grande.
Para poder hacer esto hay que
haber perdido el temor de Dios que es el principio de la sabiduría. Mi hermana
en los años de cáncer que tuvo siempre conservó hasta la muerte, a pesar de su
edad joven aún, el temor de Dios. Se sentía confortada porque jamás se le
ocurrió preguntar a Dios ¿por qué? ¿por qué a mí? No obstante, como hija de su
tiempo, le entraron muchas veces ganas de hacerlo pero una gracia especial la
mantuvo limpia. Hoy muchos caen en este pecado. Se enfadan con Dios, le piden
cuentas, le insultan y le tachan de malo e injusto porque se ha muerto su hijo
y por menos aún. Yo sé que en la mayoría de los casos se hace desde la cultura
reinante y con poca malicia metafísica, mas el enfriamiento y las consecuencias
abren una puerta para el endurecimiento y para ser duramente tentados.
El temor de Dios no es un miedo
sino un don. El que lo conserva en estos tiempos es un elegido. Una antigua
conocida, con frecuentes adulterios como decía ella, tenía que soportar las
burlas de su compañero de pecado que le decía: “Allá tú si tienes esas
aprensiones. Yo me quedo muy bien porque no creo en nada”. Ella se sentía muy
mal en el pecado. Sin embargo me decía: “No quiero por nada del mundo perder
este sentimiento de culpa. Si yo algún día no me sintiera en pecado sabría que
estaba radicalmente perdida y abandonada”. Su temor de Dios, muy santo en este
caso y muy de arriba, la libró de su situación porque ya hace tiempo que todo
terminó.
Yo
también he tenido cáncer muchos años. Nunca se me ha ocurrido juzgar a Dios por
ello. Preferiría, para defenderme, si mi fe no llegara a ello, morir de una
honda depresión que juzgar a Dios. Dios no castiga ni nos envía ningún mal ni
enfermedad. Estos tienen sus causas biológicas que se pueden estudiar y, de
hecho, miles de científicos lo están haciendo. Dios nos ha enviado a su Hijo
Jesucristo como palabra de consuelo para superar los males de este mundo.
Gracias a Dios, se me ha regalado suficiente sabiduría para que en vez de
juzgar a Dios me adhiera a Jesucristo. Con ello he encontrado un amor y me he
librado de la degradación de un juicio. No obstante, mi futuro todavía no se ha
terminado y, dada mi debilidad total, pido para que jamás pierda ni otras
fuerzas me arrebaten el santo temor de Dios. Este temor, que es don y no miedo,
es el mayor regalo y la máxima virtud que se puede tener sobre todo en estos
tiempos. El que juzga, termina el Papa, es un imitador de Satanás que va
diciendo por ahí que no amemos a nadie porque todos son muy malos. Utiliza tu
misma razón e incluso tu mediocridad para convencerte de que no eres un santo
pero si una persona normal y que si juzgas es porque hay mucha gente rara,
incómoda y mala.
Chus
Villarroel O.P
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