lunes, 22 de septiembre de 2014

EL MISTERIO DE LA INIQUIDAD


“Porque el misterio de la iniquidad ya está actuando”

2ª. Tesalonicenses 2:7

DEFINICION

Hay muy pocos estudios acerca de la iniquidad. Muchos cristianos incluso desconocen el significado de esta palabra, a pesar de ser mencionada en varias ocasiones en la Biblia.

Antes incluso de que Jesucristo marchase de esta tierra anunció que volvería, pero que antes de su regreso habría un tiempo de dificultad y de extendida iniquidad. La sociedad se desmoronaría y los alborotos, la violencia y los disturbios se extenderían de tal manera que a los humanos les fallaría el corazón a causa del temor a las cosas que iban a suceder sobre la faz de la tierra, “porque habrá una gran tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo hasta el presente, ni volverá a haberla” (Mateo 24:21).

Estos hechos ocurrirán por lo extendida y diseminada que está actualmente la iniquidad, que se ha convertido en el pecado del mundo. El liberalismo actual no es sino la iniquidad personificada es diferentes formas y en distintos ámbitos alrededor del mundo, aunque en ocasiones dicha iniquidad se disfrace de otras formas.

Para quien conoce a Cristo y su mensaje de salvación, no es ningún misterio ni sorpresa el hecho de que se incrementen sobremanera los desórdenes, la injusticia y, con ello, la iniquidad. Esta situación debe ser para nosotros un desafío para que no fracasemos en el corto trayecto que falta hasta Su regreso. Debemos atesorar siempre las palabras de Jesús cuando nos dijo: “El que persevere hasta el final, ése se salvará” (Mateo 24:13).

TEOLOGIA MORAL

De acuerdo al Diccionario de la Real Academia española, ‘iniquidad’ significa maldad o injusticia grande. En la Vulgata se tradujo la palabra griega ‘anomía’ por la palabra latina ‘iniquidad’ y ambas palabras significan falta de ley o negación de la ley y, en este sentido, anomía o iniquidad sería un calificativo adecuado al liberalismo con toda justicia y verdad, puesto que el liberalismo se desvincula de la ley divina y de toda ley exterior al individuo.

Por este relativismo moral llegamos a lo que en la Teología Moral se le conoce por ‘moral de situación’. Juan Pablo II dedicó duras críticas a ese relativismo moral engendrado por el liberalismo. Entre sus muchas críticas hay especialmente una, severa y memorable, en su Encíclica ‘Veritatis Splendor’ (‘El esplendor de la verdad’), en la que defiende la objetividad de la ley natural y del mal moral en contra del relativismo y el subjetivismo moral. Incluso el Papa Benedicto XVI no cesó de señalar y refutar el relativismo moral como uno de los grandes males del mundo actual.

Sería exacto decir que el liberalismo es pecado a causa de aquella iniquidad consistente en querer liberarse de cualquier sujeción a la ley divina, en beneficio de la autodeterminación de la voluntad del individuo o de la sociedad.

En definitiva, la iniquidad no es sino el rechazo hacia Aquel que lleva la Ley a su cumplimiento. Quien ignora, desconoce o prescinde de Dios, comete la iniquidad total, última y extrema. Es la negación a Jesús, quien no vino a abolir la Ley, sino a darle cumplimiento.

JUAN Y LA INIQUIDAD

El Apóstol Juan dijo que “todo el que comete pecado comete también la iniquidad, pues el pecado es la iniquidad” (Juan 3:4). Si analizamos detenidamente el mensaje de Juan veremos que la iniquidad no es solamente el pecado, sino que el pecado es parte de esa iniquidad. Por ello la iniquidad es la incredulidad y la negativa a creer en Cristo. Es el rechazo del único camino para ingresar en la comunión de vida con Dios. Es la negativa de entrar en comunión con el Hijo, el Padre y su Santo Espíritu. Peor aún; es la apostasía, que suele hacerse visible cuando el rechazo a la comunión eclesial y la desvinculación a la pertenencia eclesial se pone públicamente de manifiesto como un modo de apartarse del amor de la Iglesia y de los hermanos, demostrando que se ama más al mundo que al Padre; más a las propias pasiones que a Dios como Padre.

Por todo ello y según el propio Juan, la iniquidad consiste en el rechazo de Jesucristo, el Hijo obediente que vive y pone por obra la voluntad del Padre. Quien no cree en Jesús, quien le ignora o desconoce, igualmente rechaza la voluntad del Padre y comete iniquidad, excluyéndose a sí mismo de la vida celestial y eterna.

PABLO DE TARSO Y LA INIQUIDAD

Pablo dijo a la comunidad de Tesalónica que “el misterio de la iniquidad ya está actuando” (2ª. Tesalonicenses 2:7), pero él le dio nombre al protagonista de tal misterio, que no es otro que el Impío, a quien “el Señor destruirá con el soplo de su boca, y aniquilará con la manifestación de su Venida” (2ª. Tesalonicenses 2:8).

En definitiva, es Satanás y su imperio de maldad quien está estableciendo en el mundo este liberalismo y falta de valores morales que se van acrecentando a nuestro alrededor día a día, lo cual conduce a las personas hacia una total impiedad y a una absoluta iniquidad.

Pablo nos confirma este punto al decirnos que se manifestará el hombre de iniquidad, el hijo de perdición, el Adversario, quien se opondrá y se alzará contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto (2ª. Tesalonicenses 2:3-4). Pero también Pablo nos advierte que llegará el momento en que todo el torrente del mal humano quedará libre en la tierra y, cuando esto suceda, llegará el tiempo de mayor sufrimiento que el mundo jamás haya presenciado: “la venida del Impío estará señalada por el influjo de Satanás, con toda clase de milagros, signos, prodigios engañosos, y todo tipo de maldades que seducirán a los que se han de condenar por no haber aceptado el amor de la verdad, que les hubiera salvado. Por eso Dios les envía un poder seductor que les hace creer en la mentira para que sean condenados todos cuantos no creyeron en la verdad y prefirieron la iniquidad” (2ª. Tesalonicenses 2:9-12). Esa es la característica del espíritu de iniquidad: el engaño, la mentira, el pecado y la confusión que conduce a la impiedad.

Pero Pablo, además de llamarnos a combatir contra el Mal, nos advierte de que las armas que debemos usar no son ni humanas ni naturales, porque la lucha no es contra la carne y la sangre (Efesios 6:12). Las armas tienen que ser las adecuadas al género del enemigo y de acuerdo al combate. Precisamente porque la lucha es contra los espíritus del Mal, sólo valen las armas de Dios; sólo ellas harán posible resistir las acechanzas del Diablo (Efesios 6:11) y resistir en el mal día, manteniéndonos firmes después de haber vencido (Efesios 6:13).

Pablo reconoce que él mismo lucha y se fatiga en el combate, pero sigue adelante con una energía que no es la suya, sino que es la fuerza de Cristo que actúa poderosamente en él (Colosenses 1:29). Sólo con Cristo y su fuerza es posible la victoria final.

¿INIQUIDAD HEREDADA?

“Yahvé pasó por delante de Moisés y éste exclamó: Yahvé, Yahvé, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones y perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes; que castiga la culpa de los padres en los hijos y en los nietos hasta la tercera y cuarta generación” (Éxodo 34:6-7).

Existen algunas iglesias que se basan en el anterior texto bíblico para estimular la creencia de que la iniquidad es heredada por la descendencia de quien ha pecado. Es decir, que el pecado cometido por el padre es heredado por su hijo, y de éste hasta su bisnieto por lo menos. Dicho en otras palabras, el pecado que ha cometido el padre hace que exista una gran posibilidad de que igualmente lo cometa su descendencia, por la heredad genética de la iniquidad.

De acuerdo a la Iglesia Católica, los pecados no se heredan a través de generaciones debido a la oblación de Cristo para la remisión de los pecados de la humanidad. Pablo de Tarso dijo al respecto a los corintios: “Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados” (1 Corintios 15:3). Por otra parte, por medio del bautismo quedamos totalmente limpios de todo pecado.

El Catecismo Católico nos confirma ambos puntos en su texto:

Liberación y salvación: Por su Cruz gloriosa, Cristo obtuvo la salvación para todos los hombres. Los rescató del pecado que los tenía sometidos a esclavitud (Numeral 1741).

La gracia del Bautismo: Por el Bautismo todos los pecados son perdonados; el pecado original y todos los pecados personales, así como todas las penas del pecado (Numeral 1263).

En el Antiguo Testamento, principalmente durante el Éxodo, existían diversas creencias que no proliferaron más allá de dicha época puesto que muchas fueron abolidas por el propio Jesús. Una prueba concreta de ello, en cuanto a la heredad de la iniquidad, nos la ofrece el texto de la curación de un ciego de nacimiento. Cuando los discípulos de Jesús, influidos aún por las enseñanzas del Antiguo Testamento, le preguntaron a Jesucristo el por qué de la ceguera de esa persona, de que si se debió por haber pecado él mismo o por haber pecado sus padres, Jesús les respondió: “Ni él pecó ni sus padres” (Juan 9:2-3).

A la vista de todo lo anterior es digna de consideración una opción alternativa de la herencia genética de la iniquidad, en el sentido de que en realidad, tal como nos dice Jesús en el Evangelio de Juan, el ciego nunca heredó de sus padres su ceguera ni su condición de pecador. Los pecados de generaciones anteriores no se heredan, ya que cada persona responde por sus propios pecados cuando es llamado a su juicio personal ante Dios. Pero sí es plausible la posibilidad de que podamos heredar de nuestros ancestros la tendencia a pecar.

El hecho de haber sido bautizados no nos convierte en personas perfectas y santas, ni nos libera de la tendencia a pecar. En el bautizado permanecen ciertas consecuencias temporales del pecado, como son los sufrimientos, la enfermedad, la muerte o las fragilidades inherentes a la vida, como son las debilidades de carácter, etc. (Catecismo católico, Numeral 1264).

A lo largo de nuestra vida cristiana debemos purificar nuestro corazón y pedirle a Dios que nos conceda fuerza e iluminación para poder llevar una vida exenta de pecado. Pero ese proceso no es instantáneo, sino que requiere esfuerzo y cambio de vida, por lo que debemos ser constantes y pacientes hasta lograr esa vida en santidad que todos los cristianos anhelamos.

Recordemos que el cristiano siempre será presa de una lucha constante con pasiones y deseos, por lo que debemos ser conscientes de que el hecho de pecar es única y exclusivamente una decisión personal e íntima de cada individuo. Nosotros mismos somos los únicos responsables de nuestros pecados y de sus consecuencias ante Dios, no nuestros antepasados.

ORACION INTERGENERACIONAL

Definitivamente debemos pedirle a Dios que corte cualquier tipo de atadura con nuestro pasado y cualquier tendencia que pueda influir en nuestra ocasión de pecado. Para ello debemos orar constantemente para librarnos de cualquier tendencia al pecado. Y la siguiente puede ser una oración válida para tal motivo:

“En el nombre de Jesús, y por mi autoridad como cristiano, tomo la espada del Espíritu Santo y corto de las generaciones pasadas cualquier comunicación de odio, amargura, resentimiento, falta de perdón, crueldad, lujuria, envidia, gula, ira, pereza, soberbia y cualquier cosa negativa o cualquier cosa que no sea del Reino de Dios. Yo invoco la Preciosa Sangre de Nuestro Señor Jesucristo que venga sobre mí y mi familia, liberando, sanando y protegiendo. Yo le pido al Espíritu Santo en nombre de Jesús que corte, limpie, purifique todas las emociones negativas y tendencias pecaminosas que puedan haber sido comunicadas en cualquier generación. Amén.”

CONCLUSION

Los hijos de Dios hemos sido llamados a evitar y borrar la iniquidad. Debemos ser conscientes de que en la medida en que nos opongamos al mal y, con ello a la iniquidad, será la medida en que la propia iniquidad no se enseñoree ni de nuestro corazón ni de nuestra vida.

APENDICE

Apostasía: Negación de la fe cristiana o abandono de las creencias en las que uno ha sido educado.

Liberalismo: Sistema social que defiende la libertad individual y proclama la absoluta independencia de un organismo superior.

Moral de situación: Teológicamente es una moral que sólo conoce la obligación de amar y donde hay un solo absoluto, el amor. Según esta moral, las leyes pueden obedecerse o quebrantarse según las exigencias del amor. Agustín de Hipona lo manifestó con su frase ‘ama y haz lo que quieras’.

Relativismo: Doctrina que propugna que el conocimiento humano es incapaz de alcanzar verdades absolutas y universalmente válidas.

Subjetivismo: Doctrina que limita la validez del conocimiento al sujeto que conoce. Es también la actitud que defiende que la realidad es creada en la mente del individuo.

Agustín Fabra

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