El encuentro de Nicodemo con Jesús se produce de noche. La noche
expresa, para san Juan, mucho más que un momento en el día. De algún modo,
Nicodemo nos representa a nosotros, creyentes del tercer milenio, que nos
acercamos como él a Jesús con cierto respeto. Respeto a lo que los demás puedan
decir de nosotros por el hecho de ser y vivir como cristianos. Nuestro corazón,
como el de Nicodemo, anhela ese diálogo con Cristo, pero la sociedad que nos
rodea nos lo hace percibir como algo obsoleto e irritante; por eso nos
acercamos ocultos y sigilosos.
Pero la noche del encuentro nos habla también de la oscuridad que anega
nuestro corazón y nuestra vida. La oscuridad sólo se disipa con la luz. Y
Cristo es la luz. Su mensaje ilumina nuestra historia, y en un diálogo sincero
entrega a Nicodemo las claves de su propuesta. En aquel judío temeroso, pero
inquieto, las recibimos también nosotros. La revelación y el anuncio del
misterio de la Cruz aparece envuelto en el amor desbordado del Padre por toda
la Humanidad: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para
salvar a los hombres. Por su Cruz, hemos sido salvados.
En esta fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la Iglesia nos invita
a levantar con orgullo la Cruz gloriosa, para que el mundo vea hasta dónde ha
llegado el amor del Crucificado por los hombres, por todos los hombres. Nos
invita a dar gracias a Dios porque, de un árbol portador de muerte, ha surgido
de nuevo la vida. Es tanto el amor que Dios nos tiene, que se desvive por
mostrarnos los caminos imposibles que nos acercan a Él. La historia de Dios y
la historia de los hombres se entrecruzan en la Cruz... Cuántas veces lo hemos
visto a lo largo de los siglos, y con cuánto dolor contemplamos hoy a tantos
hermanos nuestros que siguen portando cruces, pesadísimas e injustas, que se
nos antojan insoportables. Pero Dios asume nuestra historia. Quiere caminar con
nosotros, se hace uno de nosotros, asumiendo la condición de esclavo y
abrazándose a la Cruz: «¡Dios -decía el Papa Francisco, en esta misma fiesta,
el año pasado- hace este recorrido por amor! No hay otra explicación: sólo el
amor hace estas cosas. Hoy miramos la Cruz, historia del hombre e historia de
Dios. Miramos esta Cruz, donde se puede probar esa miel de áloe, esa miel
amarga, esa dulzura amarga del sacrificio de Jesús. Pero este misterio es tan
grande..., y nosotros solos no podemos ver bien este misterio, no tanto para
comprender, sí, comprender..., sino sentir profundamente la salvación de este
misterio. Ante todo, el misterio de la Cruz. Sólo se puede comprender un
poquito de rodillas, en la oración, pero también a través de las lágrimas: son
las lágrimas las que nos acercan a este misterio».
La cruz de Cristo es el distintivo de nuestro discipulado. Sólo podemos
seguir al Señor si tomamos de verdad nuestra cruz. ¡Pero de verdad! No podemos
seguirle sin comprender y abrazar la cruz, como nos decía el Papa Francisco en
la primera homilía de su pontificado, en la misma Capilla Sixtina, a los
cardenales, tras su elección: «Te sigo, pero no hablemos de cruz. Esto no tiene
nada que ver. Te sigo de otra manera, sin la cruz. Cuando caminamos sin la
cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no
somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes,
cardenales, Papas, pero no discípulos del Señor».
¡Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz
redimiste al mundo!
+ Carlos Escribano Subías
obispo de Teruel y Albarracín
obispo de Teruel y Albarracín
En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo:
«Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del
hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que
ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida
eterna».
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no
perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino
para que el mundo se salve por Él.
Juan 3, 13-17
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