sábado, 9 de marzo de 2024

LA CERCANÍA QUE SALVA

En nuestro proceso de vida cristiana aparece primero la fe de Dios que nunca deja de creer en nosotros.

Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong | Fuente: Semanario Alégrate


Jesús se fija en la oración del publicano para destacar la humildad con la que debemos acercarnos a Dios. Y, en esta ocasión, se fija en otro publicano para destacar cómo la misericordia de Dios sale al encuentro de los pecadores.

 Jesús se dirige a Jerusalén y San Lucas resalta la profundidad de las enseñanzas y los encuentros que Jesús sostiene durante este viaje. En esta travesía, y un poco antes de llegar a la ciudad santa, Jesús “entró en Jericó y atravesaba la ciudad”, como queriendo ponerse al alcance de todos y entrar en contacto con las personas que habían oído hablar de él.

La fe es encontrarse con Dios que ha salido al encuentro del hombre. Nuestro deseo de conocer a Dios se conecta con la iniciativa divina de acercarse a nosotros. Y esto es lo que experimenta Zaqueo, el publicano del evangelio, que siente gran ilusión por conocer a Jesús que pasa muy cerca de su vida.

No importa que tenga que hacer el ridículo ante los demás al subirse a un árbol para poder ver a Jesús -pues era de baja estatura-, ya que cuando el corazón arde en deseos de Dios se pueden enfrentar todos los obstáculos, burlas y descalificaciones para alcanzar esa visión anhelada, ese encuentro esperado que tiene el potencial de cambiar la vida.

Es aquí cuando de manera admirable se llega a experimentar que tener fe es creer en Alguien que cree en nosotros. La fe no es solamente creer en Dios y estar dispuestos a seguirlo, sino conmovernos y agradecer que incluso cuando no creíamos, Dios siempre ha creído en nosotros. Dios jamás deja de ver, más allá de nuestro pecado, la bondad y la capacidad que alberga nuestro corazón para iniciar una nueva vida.

Por eso, Jesús, además de verlo a los ojos, lo llama por su nombre. No lo llama por su pecado como la gente que seguramente le decía: traidor, corrupto, ladrón, sinvergüenza, malvado. Jesús, en cambio, le dice “Zaqueo” y desde ese momento toca su corazón y restituye su dignidad.

Al encontrarnos con Dios, y reconociendo nuestro pecado, esperamos por lo menos que no nos rechace y nos mantengamos en su presencia, pero la misericordia de Dios se desborda en detalles. Por eso, Jesús le pide a Zaqueo que baje del árbol porque tiene que hospedarse en su casa.

De la misma manera, Zaqueo se desborda en atenciones con Jesús, ya que sintiéndose amado -es decir no rechazado, ni señalado, ni condenado por sus pecados-, él mismo toma la iniciativa para manifestar el inicio de una nueva vida, reparando el daño causado y regresando el dinero robado.

La actuación de Jesús vuelve a señalar la importancia del amor y la cercanía en la evangelización. Se trata de anunciar y dejar ver el amor de Dios en la cercanía, en las atenciones, en la comprensión y en la solicitud con los hermanos, para que experimentando con sorpresa y gratitud el amor de Dios ellos mismos, como Zaqueo, tomen la iniciativa para dejar su pecado, para reparar el daño causado y para comprometerse, motivados por el amor de Dios, en el inicio de una nueva vida.

La gente se encargaba de hundirlo más en su pecado al rechazarlo y condenarlo e incluso no lograron comprender el gesto de Jesús para rescatarlo, al murmurar y criticar, como dice el evangelio, que “haya entrado a hospedarse en casa de un pecador”.

El amor de Dios siempre se arriesga por nosotros y sortea todas las dificultades, persecuciones e incomprensiones para alcanzar a los más alejados. Jesús se acerca no para condenar, no para juzgar, sino para amar y levantar de su pecado a las personas, asegurándose de un verdadero cambio, pues la verdadera conversión es conversión a Dios y a los hermanos.

Jesús no teme provocar el escándalo y la crítica mordaz de los presentes cuando se trata de salvar a alguien, desapartarlo del pecado. Zaqueo quería ver y lo que misericordiosamente se le reveló en ese momento fue la herida de Dios que ama profundamente al ser humano. Antes de pedir alguna cosa fue Jesús quien le suplicó: “Quiero hospedarme en tu casa”.

En nuestro proceso de vida cristiana aparece primero la fe de Dios que nunca deja de creer en nosotros, como Jesús que creyó en Zaqueo cuando los demás ya le habían juzgado y condenado.

A pesar de la indiferencia religiosa que caracteriza nuestro tiempo, en nuestros ambientes hay muchas personas, como Zaqueo, que quiere ver a Jesús y se arriesgan e insinúan para lograr ese encuentro. Nos toca en la Iglesia ver a esos hermanos, acompañarlos en este proceso y ponerlos frente a Jesús para que también el Señor pueda decir, respecto de estos hermanos: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa…”.

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