Viernes tercera semana Cuaresma. A veces nuestras decisiones nos llevan por otros caminos.
Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
La Escritura habla constantemente de la presencia de Dios como el único, como
el primero en el corazón del pueblo de Israel, y usa la imagen del escuchar,
del oír para indicar precisamente esta relación entre Dios y su pueblo.
Cuando a Jesús le preguntan ¿cuál es el primero de
todos los mandamientos?, para responder Jesús emplea las palabras de una
oración que los israelitas rezan todas las mañanas: "Escucha
Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor, no tendrás otro Dios delante
de ti".
Dentro del camino de la Cuaresma -que es el camino de conversión del corazón-,
la escucha, el llegar a oír, el ser capaces de recibir la Palabra de Dios en el
corazón es un elemento fundamental que se mezcla en nuestro interior con el
elemento central del juicio, que es nuestra conciencia.
El profeta Oseas decía: "Ya no tendré más
ídolos en mí". Es necesario aprender a no tener más ídolos en
nosotros; hacer que nuestra conciencia se vea plena y solamente iluminada por
Dios nuestro Señor, que ningún otro ídolo marque el camino de nuestra
conciencia. Podría ser que en nuestra vida, en ese camino de aprendizaje
personal, no tomásemos como criterio de comportamiento a Dios nuestro Señor,
sino como dirá el Profeta Oseas: "a las obras
de nuestras manos". Y Dios dice: "No
vuelvas a llamar Dios tuyo a las obras de tus manos; no vuelvas a hacer que tu
Dios sean las obras de tus manos". Abre tu conciencia, abre tu
corazón a ese Dios que se convierte en tu alma en el único Señor.
Sin embargo, cada vez que entramos en nosotros mismos, cada vez que tenemos que
tomar decisiones de tipo moral en nuestra vida, cada vez que tenemos que
ilustrar nuestra existencia, nos encontramos como «dios
nuestro» a la obras de nuestras manos: a
nuestro juicio y a nuestro criterio. Cuántas veces no hacemos de nuestro
criterio la única luz que ilumina nuestro comportamiento, y aunque sabemos que
es posible que Dios piense de una forma diferente, continuamos actuando con las
obras de nuestras manos como si fueran Dios, continuamos teniendo ídolos dentro
de nuestro corazón.
La Cuaresma es este camino de preparación hacia el encuentro con Jesucristo
nuestro Señor resucitado, que, vencedor del pecado y de la muerte, se nos
presenta como el único Señor de nuestro corazón. La preparación cuaresmal nos
tiene que llevar a hacer de nuestra conciencia un campo abierto, sometido,
totalmente puesto a la luz de Dios.
A veces nuestras decisiones nos llevan por otros caminos, ¿qué podemos hacer para que nuestra conciencia realmente
sea y se encuentre sólo con Dios en el propio interior? Recordemos el
ejemplo tan sencillo de una cultura de tipo agrícola que nos da la Escritura: "Volverán a vivir bajo mi sombra". Dios
como la sombra que en los momentos de calor da serenidad, da paz, da sosiego al
alma. Dios como el árbol a cuya sombra tenemos que vivir.
Tenemos que darnos cuenta de que esta ruptura interior, que se produce con
todos los ídolos, con todas las obras de nuestras manos, con todos los
criterios prefabricados, con todos los criterios que nosotros hemos construido
para nuestra conveniencia personal, acaban chocando con el salmo: "Yo soy tu Dios, escúchame". Él es nuestro
Dios, ¿escuchamos a nuestro Dios? ¿Hasta qué punto
realmente somos capaces de escuchar y no simplemente de oír? ¿Hasta qué punto
hacemos de la palabra de Dios algo que se acoge en nuestro corazón, algo que se
recibe en nuestro corazón? Nunca olvidemos que de la escucha se pasa al
amor y de la acogida se pasa a la identificación.
Éste es el camino que tenemos que llevar si queremos estar viviendo según el
primero de los mandamientos y si queremos escuchar de los labios de Jesús las
palabras que le dice al escriba: "No estás
lejos del reino de Dios". Solamente cuando el hombre y la mujer son
capaces de hacer de la palabra de Dios en su corazón la única luz, y cuando
hacer la única luz se concreta a una escucha, a un amor identificado con
nuestro Señor, es cuando realmente nuestra vida empieza a encontrarse próxima
al reino de Dios. Mientras nosotros sigamos teniendo los ídolos de nuestras
manos dentro del corazón, estaremos encontrarnos alejados del reino de Dios,
aunque nosotros pensemos que estamos cerca.
En nuestra conciencia la voz de Dios tiene que ser la luz auténtica que nos
acerca a su Reino. Siempre que recibamos la Eucaristía, no nos quedemos
simplemente con el hermoso sentimiento de: "¡qué
cerca estás de mí, Señor!". Busquemos, pidamos que la Eucaristía se
convierta en nuestro corazón en la luz que va transformando, que va rompiendo,
que va separando del alma los ídolos, y que va haciendo de Dios el único
criterio de juicio de nuestros comportamientos.
Solamente así podremos escuchar en nuestro corazón esas palabras tan
prometedoras del profeta Oseas "Seré para
Israel como el rocío; mi pueblo florecerá como el lirio, hundirá profundamente sus
raíces. Como el álamo y sus renuevos se propagarán; su esplendor será como el
del olivo y tendrá la fragancia de los cedros del Líbano. Volverán a vivir bajo
mi sombra." Que la luz de Dios nuestro Señor sea la sombra a la
cual toda nuestra vida crece, en la cual toda nuestra vida se realiza en
plenitud.
P. Cipriano Sánchez LC
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