Es una oportunidad para dejar atrás lo que nos aleja del amor de Dios y abrazar lo que nos acerca a Él.
Por: Redacción | Fuente: Catholic.net
El Miércoles de Ceniza es una fecha especial para los católicos, pues con ella
comienza la Cuaresma, un tiempo de preparación para la Pascua, la fiesta más
importante del año cristiano. En este día, los fieles reciben sobre su frente
una cruz de ceniza, que simboliza la fragilidad de la vida humana y la
necesidad de arrepentirse de los pecados y cambiar de actitud.
La ceniza saca a la luz la nada
que se esconde detrás de la búsqueda frenética de recompensas mundanas. Nos
recuerdan que la mundanidad es como el polvo, que un poco de viento es
suficiente para llevársela. Hermanas, hermanos, no estamos en este mundo para
perseguir el viento; nuestros corazones tienen sed de eternidad. La Cuaresma es
un tiempo que el Señor nos da para volver a la vida, para curarnos
interiormente y caminar hacia la Pascua, hacia lo que permanece, hacia la
recompensa del Padre.
Es un camino de curación. No para
cambiar todo de la noche a la mañana, sino para vivir cada día con un espíritu
nuevo, con un estilo diferente. Este es el propósito de la oración, la caridad
y el ayuno. Purificados por la ceniza cuaresmal, purificados de la hipocresía
de las apariencias, recobran toda su fuerza y regeneran una relación viva con
Dios, con los hermanos y consigo mismos.
Especialmente en este período de
Cuaresma, oremos mirando el Crucifijo: dejémonos invadir por la conmovedora
ternura de Dios y pongamos en sus llagas nuestras heridas y las del mundo. No
nos dejemos llevar por la prisa, estemos en silencio ante Él. Redescubramos la
fecunda esencialidad del diálogo íntimo con el Señor. Porque a Dios no le
gustan las cosas ostentosas, sino que le gusta dejarse encontrar en lo secreto.
Es “el secreto del amor”, lejos de toda
ostentación y de tonos llamativos.
Si la oración es verdadera, sólo
puede traducirse en caridad. Y la caridad nos libera de la peor esclavitud, la
de nosotros mismos. La caridad cuaresmal, purificada por la ceniza, nos
devuelve a lo esencial, a la íntima alegría de dar. La limosna, hecha sin
llamar la atención de los demás, da paz y esperanza al corazón.
El Miércoles de Ceniza es, pues,
una invitación a la conversión, a la renovación interior, a la reconciliación
con Dios y con los demás. Es una oportunidad para dejar atrás lo que nos aleja
del amor de Dios y abrazar lo que nos acerca a Él. Es una ocasión para vivir
con más intensidad nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad. Es un día
para recordar que somos polvo, pero polvo amado por Dios, que quiere hacernos
partícipes de su gloria.
(Esta es una reflexión basada en la homilía del Papa Francisco del 2 de marzo de 2022)
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